Martes de la IV Semana del Tiempo Ordinario

Fecha/Hora
04 Feb
Todo el día

Categorías


Primera lectura: Hebreos 12,1-4 

Salmo 21 

Evangelio: Marcos 5,21-43 

Cuando Jesús regresó en la barca al otro lado del lago, se le reunió mucha gente, y él se quedó en la orilla. Llegó entonces uno de los jefes de la sinagoga, llamado Jairo, que al ver a Jesús se echó a sus pies suplicándole con insistencia: 

— Mi hija se está muriendo: ven a poner tus manos sobre ella, para que sane y viva. 

Jesús fue con él, y mucha gente le acompañaba apretujándose a su alrededor. Entre la multitud había una mujer que desde hacía doce años estaba enferma, con hemorragias. Había sufrido mucho a manos de muchos médicos, y había gastado cuanto tenía sin que le hubiera servido de nada. Al contrario, iba de mal en peor. Esta mujer, al saber lo que se decía de Jesús, se le acercó por detrás, entre la gente, y le tocó la capa. Porque pensaba: «Tan solo con que toque su capa, quedaré sana». Al momento se detuvo su hemorragia, y sintió en el cuerpo que ya estaba sanada de su enfermedad. Jesús, dándose cuenta de que había salido de él poder para sanar, se volvió a mirar a la gente y preguntó: 

— ¿Quién me ha tocado? 

Sus discípulos le dijeron: 

— Ves que la gente te oprime por todas partes y preguntas: «¿Quién me ha tocado?». 

Pero Jesús seguía mirando a su alrededor para ver quién le había tocado. Entonces la mujer, temblando de miedo y sabiendo lo que le había sucedido, fue y se arrodilló delante de él, y le contó toda la verdad. Jesús le dijo: 

— Hija, por tu fe has sido sanada. Vete tranquila y libre ya de tu enfermedad. 

Todavía estaba hablando Jesús, cuando llegaron unos de casa del jefe de la sinagoga a decirle al padre de la niña: 

— Tu hija ha muerto. ¿Para qué molestar más al Maestro? 

Pero Jesús, sin hacer caso de ellos, dijo al jefe de la sinagoga: 

— No tengas miedo. Cree solamente. 

Y sin dejar que nadie le acompañara, aparte de Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago, se dirigió a casa del jefe de la sinagoga. Allí, al ver el alboroto y la gente que lloraba y gritaba, entró y les dijo: 

— ¿Por qué alborotáis y lloráis de esa manera? La niña no está muerta, sino dormida. 

La gente se burlaba de Jesús, pero él los hizo salir a todos, y tomando al padre, a la madre y a los que le acompañaban, entró donde estaba la niña. La tomó de la mano y le dijo: 

— Talita, cum (que significa: «Muchacha, a ti te digo: levántate»). 

Al momento, la muchacha, que tenía doce años, se levantó y echó a andar. Y la gente se quedó muy impresionada. Jesús ordenó severamente que no se lo contaran a nadie, y luego mandó que dieran de comer a la niña.