LA RECONCILIACIÓN
Uno de los tres tipos de sacramentos cristianos son los sacramentos de sanación: la reconciliación y la unción de enfermos.
Curiosamente, aún dentro de la crisis general de los sacramentos se les ha señalado como «los sacramentos olvidados». ¿Por qué? ¿Qué significan en la vida cristiana y por qué están en una crisis especial?
Sacramento de sanación: vivir consciente del conflicto y la debilidad
Quizá el problema venga de la propia esencia de estos sacramentos: ambos se dirigen a acompañar una realidad que, queramos o no, está presente en nuestras vidas: la existencia del dolor y el mal.
En efecto, nuestra vida siempre choca con dos realidades: la realidad del mal moral, tanto el que hacemos, como el que padecemos; y la realidad del mal físico, de nuestra debilidad vivida en la enfermedad.
Estas dos realidades nos hacen conscientes de nuestros límites, justo algo que no pocas veces no estamos muy dispuestos a afrontar en nuestra sociedad. Nuestra propuesta de vida basada en las elecciones personales puede derivar a veces en un individualismo que se siente capaz de responder por sí mismo a todas las necesidades existenciales. Mi sola voluntad, o algunas de las miles de técnicas psicológicas (o espirituales) que se me ofrecen, me hacen capaz de responder a todos los desafíos de la vida… Hasta que me encuentro con mis propios límites: nada me evita el mal moral y el mal físico.
E intentamos resolver estos límites de la misma manera en que vivimos: solos. Por ello los sacramentos, signos de la comunidad, dejan de ser referencia para mí. Algunos aún necesitan símbolos de paso de una edad a otra, de un estado a otro, con lo que algunos de los sacramentos de iniciación (Bautismo, por ejemplo, o la primera Comunión —y a veces la última—) o de vocación (matrimonio) siguen teniendo cierta vigencia social, reconvertidos en símbolos arreligiosos.
Pero el mal… eso es otra cosa. O se acalla o lo resuelvo yo como pueda. Nadie debe entrar en mi fragilidad. La sabiduría cristiana ofrece otra respuesta
El anhelo de reconciliación, oportunidad
De hecho, una experiencia habitual en nuestra práctica pastoral es que no pocos de nuestros chavales están, pese a su juventud, golpeados por dentro. Experiencias de dolor que viven con gran intensidad. El encuentro con Dios amor y la experiencia fraterna de la comunidad en la que creemos, se hace presente el Espíritu sanante, son una experiencia de una riqueza insospechada para ellos. Por eso, el acompañamiento personal y comunitario es una herramienta pastoral insustituible: les hace vivir la presencia de la salvación/sanación de sus vidas, les «saca de sí» y les hace comprender la fuerza del Espíritu que sopla cuando dos o más están reunidos en su nombre (Mt 18,20).
Estas experiencias de reconciliación con uno mismo y con los demás, este camino interior de conversión y sanación tiende naturalmente a una expresión simbólica, que puede ser la vivencia sacramental de la reconciliación. El sacramento no significa tanto una búsqueda de infracciones, sino, en línea con la tradición más antigua de la Iglesia, muestra la conciencia de querer abrazar una nueva vida en Dios que le unifique la existencia, aceptando las heridas y superándolas en su amor.
El mal moral, ruptura de la fraternidad
Por otro lado, es imprescindible comprender que la cuestión moral no es una cuestión solo de mi conciencia. En efecto, junto al regalo de la libertad y la autonomía moral, está, de la mano, la evidencia de la responsabilidad. Soy responsable de las consecuencias de mis decisiones. En nuestra sociedad individualizada, no pocas personas resuelven el problema del mal que hacemos solo desde nosotros mismos: ya nos entendemos Dios y yo. Y faltaría, claro que es verdad. El problema es que lo que queda fuera de la ecuación es lo fundamental: si es pecado, es que has roto la fraternidad que nace de un corazón cristiano. Es decir, te has dejado fuera al que lo ha sufrido y tu opción por construir la fraternidad del Reino.
Por ello, la reconciliación puede revivirse desde dos propuestas:
Por un lado, integrar la revisión de vida en la práctica diaria de nuestra pastoral. Sin culpabilizaciones, pero tomando la vida en nuestras manos, incluidas sus partes menos bellas. Y, por otro lado, la experiencia comunitaria. Cuando me resulta sencillo la revisión evangélica de vida, me resulta natural no solo acudir al sacramento personalmente, sino prepararlo en comunidad. Es bueno animar a nuestras comunidades y grupos cristianos a parar, al menos una vez al año, por ejemplo, en el camino de conversión que es la Cuaresma, para tomar conciencia de nuestro límite. Incluir en nuestra planificación un encuentro de revisión de vida que culmina en una celebración comunitaria de la reconciliación puede ser una oportunidad única. En este encuentro, tanto la persona como la comunidad hacen memoria de su debilidad, hacen presente su petición de perdón y el compromiso con la propia conversión personal y comunitaria, pidiendo la fuerza de Dios para seguir el camino.
En resumen: claves para una pastoral de sanación
- Institucionalizar procesos de acompañamiento personal y grupal, donde acoger las heridas del joven y acompañar su proceso de reconciliación, que se simbolice en la reconciliación sacramental.
- Incluir en los procesos pastorales momentos de revisión personal y comunitaria de vida desde el Evangelio.
- Planificar momentos de expresión comunitaria completa de la reconciliación: toma de conciencia de la debilidad, compromiso renovado con el Reino y aceptación del cambio en la vida.José María Pérez-Soba – Centro Universitario Cardenal Cisneros (Universidad de Alcalá de Henares)