Arena y viento,
quietud.
Sentir
el camino en el pecho.
La frente erguida
y los pies
siempre en el suelo.
Resucitas de la muerte y renaces de la vida.
Resucitas con lo que tenías puesto antes de morir, con tus ropas, con tu edad y tus arrugas, con tus anclajes minuciosamente construidos durante muchos años. Resucitas con tus muletas y el bagaje de todos los sentimientos, de todas las vicisitudes y de todos los encuentros que forman parte de ese constructo de lo que llamas “tu vida”. Resucitas porque te niegas a morir, a dejar que el tiempo haga y deshaga lo que está, en el fondo, planificado azarosamente. Resucitas porque te agarras a esta existencia que necesitas para ser o para creer que eres y construyes diques de contención para que no te desborden los acontecimientos. La resurrección es una rebeldía contra la injusticia, un resarcirse del dolor y de la ausencia.
Me pregunto si la narración de los evangelios se corresponde o no con el trasfondo existencial de esa experiencia de desarraigo y desasimiento profunda que tuvo Jesús de Nazaret. Me pregunto si al haber aceptado desde la plena consciencia su propia muerte negaría esta misma con su resurrección posterior. Creo que no. Tal vez hubiese elegido la palabra “renacimiento”. Quizá la clave esté en el verbo. Renacer es tener la oportunidad de una nueva forma de ser o dibujarse de nuevo desde otro nivel existencial. Significa poder ser de una manera distinta y seguramente eterna.
Hace ya cinco años que han pasado desde la certeza de haber renacido tras vivir la fragilidad impuesta por el Covid. Durante más o menos sesenta días me debatí entre la vida y la muerte sintiendo la profunda debilidad y necesidad de otros para poder existir y sin poder valerme por mí mismo ni siquiera para comer, andar o incluso hablar. Pasé un año y medio de recuperación dura; llena de miedo, de inquietud, de incertidumbres y, sobre todo, sin horizontes vitales. Me incorporé al trabajo y traté de vivir como si no hubiera pasado nada. Y por supuesto que pasaron cosas. y no tanto desde el punto de vista físico, estamos programados para sobrevivir, lo que Schopenhauer llamaba “voluntad de vida”, sino fundamentalmente porque dentro mí habían sucedido cosas importantes y que tienen que ver con lo que refleja el cuadro del pintor y amigo Iñaki Gárate Renacer de 2024. El cuadro nace de una fotografía desde el último piso de la casa de mis padres en Zaragoza. La hice mientras recogía y ordenaba lo que había en su trastero tras su fallecimiento en diciembre de 2019. La pintura nace del “acompañar” (cada día de mi hospitalización enviaba una canción significativa a mi familia, pintando, así, sobre el gris colores invisibles a simple vista). El cuadro reinterpreta lo que existía antes de todos los remolinos para convertirlo en una nueva forma de ver, desde la luz y la ternura por lo cotidiano.
Hoy renazco desde la presencia y la aprobación de la experiencia del dolor para transformarme y dejarme hacer y simplemente existir con lo que soy. Renacer para mí ha significado, por ejemplo, no aspirar a más que lo que aspira toda la vida que llena la sierra del pueblo. Todos los arbustos, los olivos, almendros, pinos, alcornoques, plantas de espliego y romero están y dejan que el viento, el sol el paso de los días y las noches acontezcan sin más pretensión que permanecer arraigadas a la tierra que les nutre. Renacen desde la vida, nunca desde la muerte.
Te invito a sentir estos días desde la vida en pequeño que ya tienes. Sentirla desde la no aspiración, desde el no deseo para evitar la ansiedad y la insatisfacción. La esperanza es espera pero no anhelante sino confiada.
«No es posible que lo que es provenga de lo que no es, ni que lo que es deje de ser» Parménides de Elea. Sobre la naturaleza.