Me pilla la noticia de la muerte del papa, como a casi todos, a destiempo, como por otra parte ocurre siempre cuando perdemos a alguien. Subrayo a destiempo porque la muerte es más dolorosa cuando apenas hemos podido disfrutar de su presencia unos instantes ayer mismo, Domingo de Pascua, cuando dio la bendición a los fieles y su último paseo por la plaza de San Pedro. Cuando vemos a las personas en televisión, aun sin conocerlas, es como si fueran de nuestra familia. Por eso lo intempestivo y lo sorpresivo, aunque vengamos de un tiempo de enfermedad y fragilidad acumulada. A pesar de la mejoría de estos últimos días, la hermana Muerte ha acabado llamando a su puerta.
El tiempo de la vida y de la muerte no lo controlamos, ni nosotros ni cualquier IA gracias a Dios. Es uno de los grandes misterios de nuestra existencia y seguirán esa estela en la vida. En sus últimos gestos, en esta Semana Santa, Francisco ha seguido su curso habitual. Me emocionó especialmente su visita a la cárcel el Jueves Santo y el contundente mensaje en la bendición Urbe et Orbi: «Cuánta voluntad de muerte vemos cada día en los numerosos conflictos que afectan a diferentes partes del mundo. Cuánta violencia percibimos a menudo también en las familias, contra las mujeres o los niños. Cuánto desprecio se tiene a veces hacia los más débiles, los marginados y los migrantes. En este día, quisiera que volviéramos a esperar y a confiar en los demás —incluso en quien no nos es cercano o proviene de tierras lejanas, con costumbres, estilos de vida, ideas y hábitos diferentes de los que a nosotros nos resultan más familiares—; pues todos somos hijos de Dios».
La primera vez que escuché el nombre de Francisco fue en Brescia, acompañando a un grupo de adolescentes de 1º de Bachillerato en su viaje a Italia. Allí, entre el reparto de habitaciones y el lío de la llegada, en la televisión del hall del hotel, vimos al nuevo papa en el balcón de la basílica. Era la primavera de 2013. Como el viaje duraba unos cuantos días nos dio tiempo a poder asistir a la primera misa en la plaza de San Pedro. Nuestros adolescentes fueron incluso protagonistas en algunas conexiones con los medios. Ya, en aquellos momentos, su presencia, sus palabras, sus gestos me llenaron de esperanza que después se fueron confirmando en sus propias palabras y en sus documentos. Sus cartas encíclicas, sus exhortaciones y sus cartas apostólicas son siempre fuente de luz y Evangelio. Y los gestos se quedan huecos si no están apoyados por la palabra. Y Francisco ha sido un hombre de palabra
He leído muchos documentos de los publicados, algunas compilaciones de artículos o ensayos dedicados a su pontificado. Recuerdo la película de Win Wenders, Un hombre de palabra o las entrevistas con los jóvenes y ahora me pilla leyendo el último libro de Javier Cercas, El loco de Dios en el fin del mundo y las apenas cuarenta páginas que llevo leídas ya nos dan unas claves de su pontificado en el gusto por los confines, los límites y los que están “al borde del camino”. Esta perspectiva es clara y fundamental para entender su manera de entender a la Iglesia y ha estado presente en muchos de sus desvelos.
Me ilusionó especialmente que el papa se lanzara este verano por los derroteros de la literatura, invitando a que estuviera presente en la formación de los sacerdotes. Me ilusionó especialmente que el papa pusiera en valor la literatura y la poesía (la cultura en general) porque, como se puede ver en este espacio, son instrumentos valiosísimos en el engranaje de la vida. Espero que pronto se publique en español esa recopilación llamada Viva la poesía que acaba de aparecer en italiano.
Ahora nos toca seguir rezando por él, por su paso por nuestras vidas, por el paso por la vida de la Iglesia. Y que el Espíritu, fruto de este tiempo de Pascua, nos regale lo que la Iglesia, Pueblo de Dios, más necesite en estos tiempos recios. Descansa en paz, Francisco. Gracias por tu vida.
