Cuando planteas el tema de si vivimos una cierta crisis de la fe, en no pocos espacios te encuentras con la respuesta de que no es un problema de creer o no en Dios, sino de creer en la Iglesia. Dicho de otra manera, el problema es la Iglesia.
Y es verdad. Parece claro que haber tenido durante cuarenta años el monopolio social del sentido de la existencia nos ha pasado factura. Y si le sumo lo que ese monopolio, además, tuvo de ocultación de miserias, que algunos siguen empeñados en mantener, pues normal que la Iglesia tengamos mala prensa.
Pero si miramos la Historia, maestra de vida, nos encontramos que hemos pasado peores momentos. Es bueno tomar conciencia de que somos Iglesia no porque seamos un club de buenos oficiales. Somos Iglesia porque si seguimos a Jesús, tomamos en serio su mensaje del Reino de la fraternidad universal y empezamos a vivirlo: vivimos junto a otros de forma fraterna para construir un mundo fraterno. Lo de «yo con Dios tan ricamente» será otro dios, no el de Jesús.
Por eso, hoy te proponemos acudir a la Palabra, concretamente, a la comunidad de Juan, autora del evangelio, de las tres cartas y del Apocalipsis. En efecto, aunque no pocas veces oímos que el evangelio de Juan es «muy espiritual», entendiendo eso como que ajeno al mundo, la comunidad que lo escribió vivió la persecución, la muerte y el exilio. No en vano la primera carta de Juan afirma: «Si alguno dice: “Amo a Dios”, y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve» (1Juan 4,20).
Y esa misma clave es la del Apocalipsis, el libro peor interpretado de la Biblia. Nos parece casi de película de miedo, mientras que, en América Latina, en los años terribles de la persecución, fue el libro de la esperanza.
¿De la esperanza? Sí. El Apocalipsis es un libro de la comunidad joánica que se escribe en medio de las primeras persecuciones imperiales a los cristianos (y a más grupos entonces minoritarios y entendidos como «extranjeros»): la famosa primera de Nerón y la segunda de Domiciano.
¿Cómo es posible? ¿No es un libro para dar miedo con el fin del mundo? Pues justo lo contrario. Os proponemos una dinámica que se puede hacer con nuestros grupos: desvelar el nombre de la Bestia: 666.
«Ejerce todo el poder de la primera Bestia en servicio de esta, haciendo que la tierra y sus habitantes adoren a la primera Bestia, cuya herida mortal había sido curada (…) diciendo a los habitantes de la tierra que hagan una imagen en honor de la Bestia que, teniendo la herida de la espada, revivió. Se le concedió infundir el aliento a la imagen de la Bestia, de suerte que pudiera incluso hablar la imagen de la Bestia y hacer que fueran exterminados cuantos no adoraran la imagen de la Bestia. Y hace que todos, pequeños y grandes, ricos y pobres, libres y esclavos, se hagan una marca en la mano derecha o en la frente, y que nadie pueda comprar nada ni vender, sino el que lleve la marca con el nombre de la Bestia o con la cifra de su nombre. ¡Aquí está la sabiduría! Que el inteligente calcule la cifra de la Bestia; pues es la cifra de un hombre. Su cifra es 666» (Apocalipsis 13,12-18).
«Que el inteligente calcule la cifra de la Bestia». ¿Qué nos dice el autor? Que hay una clave escondida. Pero ¿por qué? Porque el texto se escribe en un contexto de persecución. La comunidad de Juan, que viene en parte de un grupo judío apocalíptico, que maneja este género literario con facilidad, lo usa para comunicarse sin riesgo en el mundo de la autoridad romana, que no lo maneja.
¿Dónde podemos encontrar la solución a esa clave? Pues en las pistas que nos ha dejado. 1º Imagen de la Bestia que manda matar a los que no la adoren; 2º la primera Bestia fue herida a espada y ha revivido; 3º manda matar a los que no se postren ante la imagen; 4º hay una marca con su nombre sin la cual no se puede ni comprar ni vender; 5º la cifra de la Bestia es un número de hombre; 6º la cifra es 666.
¿666? ¿Por qué el 6? Porque en la Biblia los números no solo son números, sino también representan conceptos. Por ejemplo, la creación es en siete días, porque siete significa «perfección»: la creación es buena, y la perfección es contemplar las maravillas de Dios que en absoluta gratuidad nos ha dado la vida.
¿Recuerdas este texto? «Pedro se acercó entonces y le dijo: “Señor, ¿cuántas veces tengo que perdonar las ofensas que me haga mi hermano? ¿Hasta siete veces?”. Le dice Jesús: “No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete”» (Mt 18,21-22).
No pocas veces pensamos que lo que Jesús enseña es que hay que perdonar siempre. Claro, pero no es exacto. Siete no es una cantidad en la Biblia, es una cualidad (perfección). Mateo, como buen judío, juega con los números y señala que el problema es que «¿cuántas veces?» no es la pregunta del Reino. No hay una nueva ley que cumplir, no hay que hacer una lista, hay que cambiar el corazón. Por eso, lo que significa «setenta veces siete» es perfecto por perfecto por diez…. Muy perfectísimamente, es decir, perdonar de corazón. Porque esa es la pregunta adecuada. No importa cuántas veces perdonas, sino cómo. Si dices que perdonas, pero el odio sigue en tu corazón, no hay fraternidad real, no hay reconciliación, no hay Reino… sigue doliendo.
¿Y el 6? Pues si siete es perfección, seis es… imperfección. Y si tres es plenitud, suma. Tres veces seis, la plena imperfección. Estamos buscando, pues, el Anticristo. Si Cristo es la plenitud de la humanidad, estamos buscando su contrario, el Anticristo, el Antireino.
¿Y cómo encuentro quién es? Pues siguiendo las pistas. ¿Por qué dice el texto que «es la cifra de un hombre»? Porque en la antigüedad en griego y en hebreo (las dos lenguas que manejaba la comunidad de Juan) el dibujo de las cifras, de los números, eran las letras. No es tan raro. En latín 1 es I, es decir, la i mayúscula; y 10 es la X. Pues en griego 1 es a, es decir, el mismo dibujo puede leerse con «1» y como «a». Y de igual manera en hebrero: la letra Aleph es «a» y «1».
¿Qué significa esto? Que hay un nombre de la época del Apocalipsis, que tiene que ver con una bestia que herida a espada revivió, que manda matar a quienes no adoren la estatua,, sin el cual no se puede comprar ni vender y que, si se lee, en lugar de como letras, como números, su suma da 666 (el número de la imperfección).
¿Existe ese nombre? Pues sí.
Nun (N -50); Reish (R – 200); Vav (U/V – 6); Nun (N -50); Kuf (K- 100); Samej (S -60) y Reish (R -200). 50+200+6+50+100+60+200= 666
¿NRUNKSR? ¿Pero qué es eso? Cuidado, que en hebreo antiguo no se escriben las vocales (salvo Vav que es semiconsonántica). Por eso, si jugamos al ahorcado y colocamos algunas vocales estratégicamente, tenemos: Nerón Caesar.
¿Nerón? En efecto, nos encontramos con el primer emperador que, ante una catástrofe como el incendio de Roma, decidió que los extranjeros pagaran con su vida inocente la rabia y la indignación de la gente. ¿Muerto a espada ha revivido? Claro, Nerón ha revivido en Domiciano, el siguiente emperador que, llevado de su paranoia, dictó que «ningún cristiano quedara sin castigo». Nerón, la bestia muerta a espada, ha vuelto en Domiciano. ¿No se puede comprar ni vender sin el nombre de la bestia? Mira las monedas romanas, con el nombre «Nerón César» (o Domiciano) rodeando el rostro del emperador. Y si no doy culto a la estatua del emperador, soy reo de muerte: «ordenó dar culto a la estatua de la Bestia».
¿Qué nos dice el Apocalipsis, en este lenguaje ocultado para evitar la persecución? Que sí existe, antes y hoy, el Anticristo. Ayer y hoy hay personas que deciden que los miles de muertos de la guerra de Ucrania salen a cuenta; que el dolor de las familias secuestradas o bombardeadas en Palestina salen a cuenta; que el miedo a ser deportado y separado de mis hijos sale a cuenta; que la muerte de miles de toxicómanos todos los días sale a cuenta; que la muerte silenciosa por hambre, no lo dudes, sale a cuenta. Y eso existe aquí y ahora. No somos cristianos para estar en paz en nuestra burbuja. Si sentimos a Dios (al Dios de Jesús) sentimos el dolor de nuestros hermanos y empleamos toda nuestra vida en un mundo que sea el sueño de Dios.
Pero ¡es una batalla perdida! Jamás. Eso solo lo puede decir el que no sufre. El autor del Apocalipsis, en medio de la muerte, afirma, en nombre de Dios, que el Cordero vencerá a la Bestia: y, al final «ya no tendrán hambre ni sed; ya nos les molestará el sol ni bochorno alguno. Porque el Cordero que está en medio del trono los apacentará y los guiará a los manantiales de las aguas de la vida. Y Dios enjugará toda lágrima de sus ojos» (Apocalipsis 7,16-17). Por eso quisieron prohibir el Apocalipsis en América Latina durante la persecución. Porque es pura esperanza frente a la muerte.
No podemos decirlo más veces y de más formas. La propuesta no es ser Iglesia para vivir bien, ni para ser parte de un club ideológico. La propuesta es ser Iglesia para los demás, para cumplir (aunque sea un poco) el sueño de Dios. Y que la Bestia no tenga, jamás, la última palabra. Somos los del Cordero degollado, somos los que no cedemos a la Bestia… porque somos los de la Esperanza.
José María Pérez-Soba
Centro Universitario Cardenal Cisneros
(Universidad de Alcalá de Henares)
Artículo publicado en RPJ n.º 571 (marzo 2025)