Rugen ruidos de armas y de amenazas. Los grandes se preparan para la guerra alimentando la industria militar y mostrándonos enemigos por todas por partes, cuando quien habla del enemigo él mismo es enemigo, como nos enseñó Bertolt Brecht en la Alemania nazi. Necesitamos rearmarnos con los valores que dignifican a la persona y forjan la convivencia entre iguales. Porque los valores los construimos o los destruimos; no se encuentran alejados en el cielo de las ideas, sino que irradian en el suelo que pisamos. Planteo cuatro pasos en la construcción de los valores éticos que mejoran la vida.

  1. Vincularnos críticamente con la herencia recibida

Somos herederos de las decisiones de valor de las generaciones que nos preceden. Ese es un depósito que nos ha sido entregado mediante la educación en sus múltiples vertientes y que no podemos asumir de un modo pasivo. Ahora bien, no todo lo recibido es igualmente valioso.  La tradición franciscana de hermanamiento con todo lo vivo nos encamina al cuidado de nuestra casa común, y al mismo tiempo hemos de detectar y desenmascarar las falsas concepciones de los valores recibidos: la paz como pacifismo vacío, la justicia como una suerte de orden natural, el perdón como una mala venganza, la acogida como burocracia. No todo lo recibido es saludable ni adecuado. En todo caso, hacemos la vida hacia delante, en esa tensión que Ignacio Ellacuría describía como “la forzosa necesidad de no poder estar quieto”.

  1. Degustar y estimar los valores

Saboreo la belleza de los escritos de Etty Hillesum en el campo de concentración de Auschwitz, donde en medio de tanto horror llega a decir: “me recuesto en el pecho desnudo de la vida”. No hay mayor reconciliación con lo mejor de lo humano. Saboreo el valor de la relación de cuidado entre amigos, con los compañeros de trabajo, con personas queridas que demandan nuestra atención y presencia.  Los valores no se comprenden en la cabeza ni se toman por decreto; se admiran y se degustan. Victoria Camps habla del gobierno de las emociones como fuente del actuar ético.

Los valores los estimamos porque los encontramos como realidades valiosas, porque valen en sí mismos y no pueden reducirse a mercancía ni podemos ponerlos un precio. Mediante la estimación y el saborear la solidaridad de los que acogen cada día a migrantes a punto de naufragar accedemos a solidaridad como realidad valiosa y viable.

  1. Realizar los valores

El valor ético existe en tanto que realizado, no solo contemplado, no solo estimado. Los valores buscan la eficacia histórica, decía monseñor Romero: que la paz se vea, que el perdón transforme y pacifique a las personas implicadas, que la acogida sea una forma de acompañar. Nuestro deber es realizar los valores que estimamos. El deber es la realización de los valores. Siguiendo la construcción lingüística que propone Diego Gracia, diríamos:

  • ¿Está realizado el cuidado como valor?
  • No.
  • ¿Qué debo hacer?
  • Realizar el cuidado, cuidar, cuidarme.

¿Qué es hacer lo debido? Es añadir valor a la realidad que habitamos. Nuestro deber es siempre añadir valor a la vida que vivimos. Construir los valores será entonces realizarlos hasta donde podamos siendo justos, esperanzados, dialogantes, compasivos, en cada circunstancia, con esta persona, en este lugar.

  1. Acondicionar el mundo con los valores realizados

La realización de un determinado valor, su construcción en nuestra persona y en nuestro entorno nos acondiciona de una determinada manera y acondiciona nuestro mundo. La paz realizada nos acondiciona como seres pacíficos y abre una brecha de cese de violencia; el rigor en nuestro trabajo nos acondiciona como personas rigurosas y eficaces; el perdón sana a quien se abre a perdonar. Los valores valen realmente porque nos permiten acondicionar el mundo para que podamos vivir en él plenamente como personas. Cada valor recompone el escenario que habitamos. Siempre hemos de acondicionar debidamente nuestra casa.

En la medida en que realizamos los valores y acondicionamos el mundo y nosotros con ellos, avanzamos en una convivencia que nos hace mejores. El derecho fija límites positivos y ahí se detiene. La ética busca la excelencia, lo óptimo. Al realizar los valores éticos intentamos lograr la máxima intensidad en nuestra vida, en nuestras relaciones, en nuestro quehacer profesional o como ciudadanos. Máxima intensidad no es tener éxito, sino moverse en la órbita de lo mejor, aunque a veces nos equivoquemos.

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