Cursando tercero de BUP, en clase de inglés, nos pidieron que hiciéramos la traducción de una canción. Podíamos elegir la que quisiéramos. Por aquellos años, finales de los ochenta, Phil Collins publicaba su cuarto disco en solitario después de su paso por el grupo Génesis. El disco se llamaba …But Seriously y su primer sencillo fue Another day in Paradise. Esa fue la canción que elegí para traducir. Cada vez que escucho esta canción me transporto a ese año, al tiempo que pasé en el Instituto Diego de Guzmán y Quesada, en Huelva. Y como si la canción invocara un hechizo, me instala mientras suena en aquel espacio de los quince años, el paraíso de la adolescencia. 

Traigo a colación este recuerdo porque en la serie Paradise su protagonista escucha esta canción en el primer capítulo. La serie se puede ver en la plataforma Disney + y se vende con el marchamo de que es la nueva propuesta de los creadores de la recordada This is us. Aunque si la ven, se darán cuenta que más allá de uno de los actores protagonistas, no tiene mucho que ver con la anterior. 

Vuelvo al recuerdo que provoca en mí la canción de Collins y una vez terminada la serie me doy cuenta de que la elección de la canción en la ficción estadounidense es el quicio de su posterior desarrollo y del desafío ético que plantea la ficción. Además de la afición del protagonista por la música pop de los ochenta, la letra de la canción habla de la gente de la calle, de los sin hogar, de la gente que vemos cada día, que pasamos de largo por sus vidas y seguimos con las nuestras. Una llamada de atención a nuestra empatía con el otro, que en algún momento, quizás, podemos ser nosotros. Hace poco, en el club de lectura de la parroquia, leíamos Casi. Una crónica del desamparo de Jorge Bustos en la que él mismo nos cuenta el asco que le producían los sin hogar que deambulaban por su calle y ese asco “reacción amoral, instintiva y frecuente” le llevó a escribir un libro sobre los sin hogar en Madrid.

Volviendo a la canción de Collins… En ella, se nos invita a pensar dos veces, porque “es otro día para ti y para mí en el paraíso”. Y esa referencia al buen ladrón se complementa con una petición a Dios directa cuando expresa: “Oh, Lord, there must be something You can say”. ¿No hay algo que puedas decir ante esto? Y la pregunta se me clava en el corazón porque es la que se repite una y otra vez, y a la que Dios sigue respondiendo cada día en lo que vivimos. Quizás esa llamada de atención a la realidad es constante, pero nuestra torpeza y terquedad ante ella también es reiterada. A veces porque la realidad nos supera, otras porque no estamos dispuestos a perder nuestra seguridad y confort, otras porque somos indiferentes a la llamada del prójimo.

He aprendido estos últimos meses que mirar al otro y tener empatía y compasión es una cuestión fundamental y definitoria en el desarrollo de nuestra fe. Hoy mismo leía un post en X que decía: “la conversión, para ser cristiana, tiene que ser social”. No podemos dejar a un lado de la ecuación al prójimo y crear una vida que se base solo en el deseo de ser bueno, como logro personal y privado. Ya lo advierte también Cristina Inogés en el artículo sobre Teología de la ¿prosperidad? de la revista Vida Nueva donde afirma que para esta visión “el poder personal tiene gran importancia en esta falsa creencia de la Biblia y de la fe”. 

Hace poco pude ver en el Centro Dramático Nacional la propuesta de Claudio Tolcachir que se llama Los de ahí y que habla de estos desposeídos que sustentan nuestros “pequeños paraísos capitalistas” en forma de entrega a domicilio y que sobreviven a duras penas en un sistema que hiper normaliza la situación que vive, escondiendo a través de filtros que el paraíso sea de papel y las sonrisas enlatadas.  

«No podemos construir paraísos propios obviando los infiernos ajenos»

En definitiva, la canción, la serie, el Evangelio, las lecturas del primer domingo de Cuaresma nos llevan a un mismo lugar. No podemos construir paraísos propios obviando los infiernos ajenos. Vivir en un «paraíso», cómodos y seguros, nos convierte en privilegiados ante las tristezas y agonías de los pobres de esta sociedad. Si, además, negamos la mayor y optamos por la indiferencia y elevamos nuestra posición como único lugar desde donde mirar el mundo, hemos caído en la tentación de la que habla el Evangelio del pasado domingo. O, como diría mi amigo y teólogo Serafín Béjar, “hemos trastocado la creación tal como ha salido de las manos de Dios, haciendo de los medios fines y de los fines medios”. Quizás sean tiempos estos de volver a recuperar la utopía y no quedarnos de brazos cruzados como si no ocurriera nada. 

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