No me refiero a una cuestión de género, cuando le pongo título a este post, sino a las decisiones que toman los políticos y acuñan los medios. Me refiero concretamente al desprestigio y a la banalización de la cuestión política en la actualidad. Ya lo dijo Guy Debord en La sociedad del espectáculo y el otro día lo recordaba de manera muy didáctica Carolina Bescansa en el Café para cafeteros del programa de Julia Otero de Onda Cero. Ella hablaba del flaco favor que están haciendo las políticas entendidas como entretenimiento, olvidando los verdaderos problemas reales de la gente o creando quizás algunos mayores. Los políticos acaban convirtiéndose en un meme, en un gif divertido, quizá en un gag chispeante, pero esa deriva hace un flaco favor a las políticas reales que después ponen en juego. Después, nos encontramos con políticos sin filtro, muy amigos de soltar por la boca lo primero que se les ocurre, de desafiar a la audiencia con la mayor barbaridad. Ese es el enganche. Son carne de reality sin muros, porque es la propia realidad la que se convierte en espectáculo, y nosotros mismos quienes nos enganchamos con nuestros likes y nuestros votos. Porque el entretenimiento provoca audiencia, la audiencia, popularidad y la popularidad, votos. Y detrás del aparente meme hay muchos votos y muchas mayorías democráticas que no son conscientes de las “políticas” que van a poner sobre la mesa.  

Me viene a la memoria Vivienne Rook, la política interpretada por Emma Thompson en la excelente serie inglesa Years & Years (BBC, HBO) donde se auguraba el tipo de líder que ahora vemos en nuestros días, mucho más incisivo y violento que en la ficción. La serie hablaba también de la deriva que toman las sociedades que se entregan a discursos extremos. Tanto en la serie, como en la realidad, siempre hay un después. En aquella y, por lo que parece, también en la nuestra, cada vez son más coincidentes. La ficción se convierte en espejo de lo contemporáneo. Y aparecen el miedo, las políticas inhumanas, las deportaciones, el pragmatismo, la persecución del diferente, los intereses, la corrupción. Aquellas, como estas, nacen del cultivo del entretenimiento, del mundo donde todo vale, de una sociedad que entiende la libertad como arma arrojadiza y acaba con el espacio abierto que merece toda sociedad. 

La semana pasada, en cinefórum de la parroquia, proyectamos Plan 75 de la directora coreana Chie Hayakawa, en la que se nos cuenta un supuesto plan impulsado por el gobierno para incentivar la muerte a partir de esa edad para beneficiar el “futuro” del país. La película muestra muy bien esa pesadilla distópica en una sociedad en la que se han perdido los vínculos y escasea la empatía. El mercado, el capitalismo salvaje de lo pragmático no puede seguir manteniendo a los mayores, no puede seguir cuidando del legado de los mayores. Y todo porque no es sostenible. 

La mayoría de las personas que llenaron la sala para asistir a esta actividad tenían la edad marcada por el filme o la sobrepasaban. Les pareció una película triste, pero también necesaria.  El coloquio mostró sus intereses y su preocupación por esas políticas inhumanas y destructivas. Y nos preguntábamos por qué no era posible cambiar la sociedad para que cupiéramos todos. Y llegamos a la conclusión de que no podemos bajar la guardia, porque aunque estamos muy lejos del contexto en el que se desarrolla la película, algunas de nuestras grandes urbes ya muestran señales de esta despersonalización y falta de vínculos reales. 

Quizás, en este momento tan oscuro y complejo, tengamos que hacer un esfuerzo por recuperar la utopía frente al miedo. Darle la vuelta a la realidad porque el miedo es el reverso de la esperanza. Y si miramos al Evangelio, ya sabemos dónde hemos de quedarnos. Ahora que hemos recuperado el tiempo ordinario, el día a día para seguir a Jesús, es hora de volver a darnos de bruces con la incomodidad de sus palabras, con la exigencia suave del amor, con la certeza inquebrantable de su presencia. Volver al Evangelio como única fuente para no confundir tradiciones, discursos, alegatos o proclamas que poco o nada tienen que ver con la Buena Noticia. Volver a abrazar la esperanza. Esa que no hace ruido. Esa que se construye sin necesidad de altavoces. Esa que se convierte en la verdadera política. 

  • La imagen que encabeza este post es del artista Pepe Montalva @pepeja

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