Comienza un nuevo año y hemos de hacer serios equilibrios para alimentar esperanzas en medio de previsiones poco edificantes en lo que corresponde al cuidado de la vida y a la responsabilidad de tomarse en serio el cambio climático a todos los niveles. Hoy se hace más urgente -si cabe- poner atención en el preámbulo de la Carta de la Tierra del año 2000. “Estamos ante un momento crítico de la historia de la Tierra en el cual la humanidad debe elegir su futuro”. Ese futuro pasa por la recreación de nuestras organizaciones que sepan responder a este momento desde el cuidado como prevención de riesgos futuros.

El papa Francisco ya advierte en sus dos encíclicas dirigidas a toda la humanidad: “Las previsiones catastrofistas ya no se pueden mirar con desprecio e ironía. Podemos dejar demasiadas ruinas, desiertos y basura a las próximas generaciones” (LS 161). En Fratelli tutti insiste: “estamos todos en el mismo barco; o nos salvamos todos o no se salva nadie” (FT 34). Y no hay otro barco porque no hay planeta B.

En este momento crítico se dibujan tres escenarios existenciales que hemos de tener en cuenta, y que reelaboro partir de lo propuesto por Joanna Macy y Chris Johnstone en su libro Esperanza activa:

  1. Escenario indiferente. No hay conciencia de transición epocal y seguimos escribiendo la historia en línea recta, siendo imparables conquistadores. El más de lo mismo nos introduce en la fuerza de la costumbre a todos los niveles. Es la ceguera moral ante el crecimiento económico indefinido. Podemos seguir adelante sin problema, creciendo sin límite. Es un relato que tranquiliza las conciencias
  2. Escenario catastrofista. Todo se desmorona. Se siente el colapso planetario a corto plazo. Se nos amontonan los avisos que emite la crisis climática. Ya llegamos tarde y cunde el pesimismo moral. Estamos ante un relato que paraliza y alarma en exceso.
  3. Escenario esperanzador. Parte de la toma de conciencia de que transitamos un cambio de época y tocamos la emergencia de lo nuevo que nace, a nuestra pequeña escala de posibilidades. En algo podemos incidir desde la revolución de los cuidados. Es un relato que moviliza y alienta. Estamos a tiempo… si insistimos un poco. Es posible un nuevo comienzo colectivo.

El paradigma del cuidado, como gafas mentales con las que hacernos cargo de la realidad, se enmarca en este tercer escenario esperanzador. Desde ese lugar es posible incidir y agrietar la enorme roca del crecimiento ilimitado por donde se cuelan los gritos de los pobres y los gritos de la Tierra. Alentamos la convicción de que “no todo está perdido» (LS 205).

Venimos de un tiempo de grandes relatos y conceptos (progreso, libertad, democracia, etc.) que formaban totalidades filosóficas por donde transitaba la condición moderna. La pregunta era “¿hacia dónde vamos?”. Marina Garcés aclara que actualmente vivimos en tiempo de descuento como humanidad, y la pregunta es “¿hasta cuándo?”. Hasta cuándo podremos sostenernos en este planeta cuando ya el concepto de desarrollo sostenible ha quedado obsoleto. Así encarnamos la condición póstuma bajo el signo y la amenaza de la catástrofe y la sensación de habitar en las postrimerías de un tiempo de descuento. Necesitamos quitarnos esa inmensa losa que paraliza y explorar una nueva pregunta: “¿desde dónde vivir?”; ello nos conduce a encarnar una nueva condición biófila, de amor a la vida tal que la procure vivible. La condición biófila combate tanto al narcisismo occidental como a la desesperanza catastrofista. Esta es la condición humana que promueve el cuidado. Amar la vida nos remonta a una fuente de sentido asumible y recomendable.

La Carta de la Tierra termina expresando un deseo: “que el nuestro sea un tiempo que se recuerde por el despertar de una nueva reverencia ante la vida”. Este despertar ha de traducirse en una educación degustativa de la vida.  Retomamos así un saber hecho sabor que se aproxima al lenguaje sapiencial de la vida. El sabor ayuda a degustar, celebrar y disfrutar la vida hasta el final. Ese sabor es el que debe alentarse impulsando la cultura del cuidado a todos los niveles, comenzando por nuestras organizaciones y por aquellos gestos cotidianos que nos permiten evolucionar. Porque apagar la luz innecesaria, viajar en transporte público, consumir menos carne o llevar una vida sobria forman parte del gusto por la vida… y de saber conjugar la dimensión personal y la política del cuidado.

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