Escucho la canción de  Natalia Lafourcade que según el algoritmo de mi lista de reproducción es la que más he escuchado en lo que va de año. La canción se llama Nunca es suficiente. Y el título me parece apropiado porque siempre queremos más. Y el sistema en el que vivimos nos empuja a ello. ¿Por qué quedarnos con lo conseguido si podemos tener más? Esa insatisfacción vital, propia del ser humano que anhela lo profundo, la llenamos con un montón de cosas que quizás no ayuden a colmar nuestra sed, sino a sentirnos aún más insatisfechos. Ahí está, sutilmente, la perversión del sistema. Al final, nos quedamos anclados en la insatisfacción a pesar de creernos “los reyes del mundo”, los que llevamos el timón de nuestra propia verdad.

Y lo suficiente, lo necesario, depende mucho de cada situación y de cada persona. Pero en nuestro mundo, pareciera que hemos optado por llenar siempre nuestros días de momentos extraordinarios, únicos e irrepetibles. Estamos empeñados en que, detrás de cada esquina, “comience la magia”. Y normalmente las esquinas nos regalan aire, viento desagradable. Buscar solo los momentos de brillo, éxito o luz es abocarnos a la ansiedad y el fracaso. No podemos olvidar que la vida se construye en lo ordinario, en lo cotidiano, y en ese continuo vaivén se vislumbra el Misterio, se trasparenta lo escondido y sale a flote lo extraordinario. 

En el ámbito de lo llamado “cultural” acabo de leer varios periódicos que reseñan lo mejor del año, pero en realidad es una constante que acaba repitiéndose cada semana, cuando se promociona la mejor película, la mejor serie y se publica el mejor libro. Y nos entra la ansiedad porque no tenemos ni tiempo, ni dinero y capacidad para acoger a todo lo que se estrena, se publica o se hace viral. Ese fenómeno de acumulación, ese tentáculo del mercado, esa estrategia de marketing sobreexplotado convierte lo ordinario en extraordinario, cuando en realidad no lo es. Porque cuando ves lo que se programa, lo que se estrena o lo que se publica y esperas lo extraordinario… te das de bruces con la realidad. Y muchas de las propuestas caen en saco roto sobredimensionado por una campaña o por unos voceros influyentes. 

A veces creo que la industria cultural es un oxímoron sin poesía. La cultura de masas esconde en su interior la dinámica de la prisa, de los objetivos y de los cumplimientos. Y yo entiendo lo cultural, como lo espiritual, como aquello que nos nutre y nos eleva, nos saca de nosotros mismos, nos transciende, nos transporta a otros lugares. La cultura replicada, repetida, en base a logaritmos, likes y audiencias suele caer en lo obvio. A veces, a fuerza de empeño se consiguen cosas buenas, pero no nacen tréboles de cuatro hojas en cada esquina. No nos olvidemos que por cada trébol de cuatro hojas hay unos 10.000 de tres hojas. Es lo normal, lo corriente, lo que se repite con mayor frecuencia en la naturaleza. Ya Teresa de Jesús hablando de la oración decía que se sustentaba en el “amor y la costumbre”. Pues de la misma manera, podríamos aplicarlas a cualquier ámbito. No hay más. Algo bien hecho tiene detrás mucho amor, mucho tiempo y mucha dedicación y trabajo, amén de la inspiración que lo encumbra en la cúspide.

No quiero caer en la nostalgia de lo sencillo que también puede convertirse en tiranía, pero echo de menos la naturalidad en muchas cosas, lo ordinario de los momentos de la vida: el pausado caer de las hojas, el aburrimiento de los días, el sentido de los regalos, la espontaneidad de las fiestas, la irrupción de la alegría. El celebrar de nuevo la Navidad como acontecimiento sencillo y a la vez incómodo. Volver a acercarme al portal como si fuera la primera vez, sin sentirme como un espectador sino como parte integrante de quienes creen en el milagro de la salvación. Volver al lugar en el que se muestra lo extraordinario.  Volver a felicitar la Navidad con todo el sentido que esconde esta fiesta de la sencillez y la pobreza, de un Dios extraordinario que elige el camino de lo ordinario para mostrarse.

Los verbos de la vida

RECUPERARSE

Todas las personas que en el mundo han sido algo para sí y para los demás pasaron por un vendaval o una riada.

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Los verbos de la vida

PROYECTARSE

Por mucho que lo intentes, no te puedes desprender de ti, de tus impulsos, tus contradicciones ni de tu propia historia.

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Los verbos de la vida

PREGUNTARSE

¿Por qué no vivir de verdad? Como en este tiempo de descanso. ¿Por qué no preguntarse y preguntar?

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