Porque hoy soy
El que camina
El que saluda a los vientos
De la dicha
El que sonríe
A la ausencia y el recuerdo
Desde mi presente
Todas las personas que en el mundo han sido algo para sí y para los demás pasaron por un vendaval o una riada. Todo comenzó con señales perceptivas y claras desde las cimas del presente pero borrosas y casi invisibles en el momento en que todo ocurrió.
El cuerpo habla y te hablaba o hablará cuando sientas que pierdes el aliento en las cosas cotidianas, que te sobrecoge una tristeza recóndita y, aparentemente, lejana. Si sientes que no descansas bien por la noche y tienes un cansancio henchido por las prisas y la urgencia de los que crees que te observan cuando el único que te vigilas eres tú.
Si intuyes que te desnivelas por dentro, como si tu cuerpo y tu yo más auténtico y espiritual fuesen dos materias distintas que se desencajan sutilmente. Si comes desordenadamente muy poco o demasiado dejando que tu instinto y tu cerebro reptiliano se hagan con el control.
Cuando te irritan las voces, las palabras y los pensamientos de los que llamas siempre en tercera persona como «la gente», «los demás o «todo el mundo». En esos momentos en los que crees que todo lo que te ocurre tiene su fuente en algo «oscuramente deliberado», manejado por los que no te quieren o piensas que te desean el fracaso o quizá también producto de «la mala suerte» mientras que a «la gente», «los demás» o «a todo el mundo» le va mejor que a ti.
El caso es que, cuando se dan estas señales u otras que, seguro que puedes identificar en ti porque yo solo te he contado las mías, viene el vendaval o la riada y devasta todo a su paso. Se rompen las presas que contenían todo lo acumulado y, sin advertencia previa arrasan con todo. Cuando esto ocurre quizá puedas salvarte tratando de nadar con fuerza, agarrándote a algo sólido que te permita que lo abraces y te sostenga mientras el agua quiere empujarte hasta lo más profundo o también puedes dejarte llevar por la corriente y confiar en lo que vaya a pasar sin oponer resistencia. El caso es que, te lo aseguro, negar la existencia de la realidad que te acontece no te ayudará a sobrevivir.
El Perro semihundido de Francisco de Goya nos habla de todo esto. Al aragonés también le sorprendieron las inundaciones en su vida; primero en su propio cuerpo con la sordera fruto de una posible encefalitis a sus 46 años y más tarde en su mundo, que tuvo que dividirse entre el primer exilio: el interior de La Quinta del sordo donde estaba ubicada esta pintura, justamente en la planta alta de la casa, como si tratase de sobrevivir ante el segundo exilio: el exterior, acabando su vida en Burdeos.
La obra no solo te habla de angustia, vacío, aridez, congoja, claustrofobia, sombra que se avecina y desesperación. Habla de la posibilidad de la recuperación. Recuperarse, que proviene del latín recuperare. En principio puede sonar a volver al mismo estado en que nos encontró la fuerza de los acontecimientos o de reestablecer la situación anterior, tal y como estaba «antes de».
Pero no consiste en nada de esto. La invitación, desde el desierto que cada uno vive, lleno del barro y el lodo que se ha acumulado sobre todo que te sostenía es: primero a «limpiar», cuidando qué se hace con los residuos que dejan en el alma todas las catástrofes, dónde se arroja el rencor, la rabia, el miedo o la culpabilidad y, segundo, a «restaurar», a volver a construir sobre los cimientos del yo auténtico la verdadera vida que nos inunda por dentro.
Solo cuando todas las personas que en el mundo han sido algo para sí y para los demás han experimentado todo esto son capaces de «crear» y de «crearse» de nuevo, ya sea en campos como el arte, la ciencia, el deporte o en el de la santidad. En efecto; todas las buenas personas que son referentes para ti, todos las santas y santos canonizados o no, cristianos o no, religiosos o ateos, que el mundo han sido o fueron gracias a las sacudidas de las aguas desbordadoras de la vida que les recordaron que son frágiles y robustos. No es incompatible. A recuperarse toca. Cierra los ojos cada día. Conecta con el infinito, con la luminosidad oscura que se te ofrece solo por el hecho de descansar y reposar. Mirarte para volver a mirar. Recuperarte para recuperar.
- La obra de arte es Perro semihundido, de Francisco de Goya, Museo del Prado, Madrid, España.