Hacer una crónica de un viaje es algo cuando menos peliagudo porque prima la subjetividad de quien escribe, dejando atrás las impresiones de las veinte personas que acompañan la aventura. Aun sabiendo esta dificultad paso a describir o contar las experiencias que hemos vivido estos nueve días tras las huellas de san Pablo en Turquía. Lo haré a través algunas impresiones que creo que recogen algunas de las claves de lo vivido. 

El tiempo 

Cuando estamos de vacaciones, aunque sea una peregrinación, el tiempo es relativo. Tanto que no sabemos en el día que estamos. El tiempo juega a nuestro favor y en nuestra contra. Hay que controlar los tiempos para llegar a los lugares y estirarlos cuando la Belleza nos desploma. El tiempo, los inicios, los comienzos están aún presentes en todos los detalles de aquellas primeras comunidades de cristianos que abandonaron Jerusalén y comenzaron una nueva aventura por las tierras de Asia Menor. Aquí, en estos lugares, nace el tiempo de los cristianos. Hoy apenas hay recuerdo de comunidades vivas, solo algún vestigio de piedras y lugares que recuerdan momentos y efemérides. 

El resto 

Lo que comenzó con vocación universal aún pervive, pero convertido en un resto. En un pequeño puñado de cristianos que aún mantienen vivos los lugares en Tarso, en Iconio y en tantos logares donde los cristianos son solo una pequeña semilla en medio de la multitud de personas que viven a su alrededor. Y sin la posibilidad de poder dar siquiera testimonio de la fe. Vivir en una sociedad que te posibilita vivir la fe sin cortapisas es todo un regalo, y lo entendemos cuando nos falta. 

Las piedras 

Muchas de las antiguas ciudades por la que pasamos se han convertido en complejos arqueológicos en los que se puede observar el esplendor de ayer. Las nuevas poblaciones están cercanas, pero no integraron aquellos edificios, sino que se constituyeron sobre un nuevo terreno, diferente al anterior, en el que encontrarnos la vida y el día a día. El tiempo separa lo actual de lo eterno, y estas ciudades, recuperadas de la arena del tiempo, son ahora testimonio de aquello que vivieron y soñaron muchos hombres y mujeres antes que nosotros. 

La estela de Pablo

Muchas de las cartas de san Pablo se escribieron desde estas tierras. Tenemos el testimonio en las mismas y en el libro de los Hechos que es una crónica de este viaje también y releerlo supone «entrar más adentro en la espesura» como diría san Juan de la Cruz. Nos ayudó a construir el relato Pedro Fraile, que acompañó con su palabra y su sabiduría cada paso que íbamos dando, escribiendo la carta de amor a estos primeros cristianos, a los padres de la Capadocia, a la parresia de san Pablo y a la presencia de María. 

La casa de María

La casa de María es un vergel en medio del viaje. María siempre lo es. Y la recordamos en Mileto, en Éfeso, en el concilio que la llamó como Theotokos, madre del mismo Dios. María nos ha acompañado en cada celebración de la Eucaristía que también han sido oasis en este peregrinar por toda Asia Menor. Las canciones, los lugares y la celebración de la Bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo que celebramos el 16 de julio en una iglesia de Estambul, en la que pusimos el broche, con escapulario incluido, a este camino de fe y de esperanza, en medio de un mundo ahogado por la prisa y por las ventas. 

Constantinopla, Bizancio, Estambul 

Es difícil describir una ciudad como Estambul con más de quince millones de almas y un corazón continuamente bombeando vida en medio de cuestas, rincones imposibles, el mar, la ría, el cuerno de oro, hordas de turistas, miles de personas ofreciendo cualquier cosa. Porque todo tiene cabida en esta ciudad de las ciudades, tan icónica que, a pesar de eso, subsiste en su esplendor. Todo es grande en la ciudad, todo es pintoresco, rápido y a la vez pausado, envuelto en las contradicciones del Misterio. Cuando volvemos a casa tardamos en acostumbrarnos a la realidad. 

Peregrinar, familia

El milagro de cualquier relación humana es el amor. El que somos capaces de generar más allá de las diferencias y los desencuentros. El que está por debajo de cualquier polarización y desprecio al otro. El amor que nace de manera espontánea cuando compartimos la fe y el objetivo, por pequeño que sea, de hacer algo juntos, de sentir de manera peculiar la vida. Nosotros, los que nos hemos juntado gracias a la Fundación Edelvives y la agencia de viaje Tecum, hemos conseguido el milagro de convertirnos en pequeña familia durante los nueve días de peregrinación. Hemos creado nuevos lazos, fortalecido los existentes y nos hemos abierto al regalo que la vida nos hace siempre con la posibilidad de caminar juntos tras las huellas de un apóstol como san Pablo que nos ha invitado cada día a encontrarnos con Jesús. 

Los verbos de la vida

MIRARSE

Las etiquetas nacen de la ceguera. Surgen de la imposibilidad de ver los matices de los demás porque no se es capaz de ver los de uno mismo.

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LLENARSE

Lo verdaderamente urgente es llenarse de luz, de serenidad, de caricias, de besos furtivos y también de besos reposados y de escucha.

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ILUMINARSE

La luz. ¡Qué constante en la vida de cada uno de nosotros!. Ya desde nuestros comienzos llamamos “dar a luz” a nacer, al encuentro con lo que va a ser nuestra existencia y nuestro tiempo aquí.

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