EL SILENCIO: SABOR A PLENITUD (II)

Vivir lo que somos supone explorar el universo y la vida para conocer quiénes somos realmente. Descubrimos que somos don y estamos hechos para el don. Ser conscientes de que se nos ha regalado la vida despierta en nosotros una sensibilidad especial que nos mueve a buscar ese Autor, ese tesoro escondido con el que podemos encontrarnos cara a cara.

Somos camino, el ser humano procede del Misterio y tiende hacia el Misterio, en un camino de tres direcciones, son tres direcciones en las que explorar la Realidad Absoluta que habita  en la profundidad de cada uno de esos caminos, son tres caminos de apertua a Dios[1]:

  • Hacia el mundo exterior.
  • Hacia el mundo interior.
  • Hacia los demás.

Apertura a Dios

Jesús vivió la experiencia de desprenderse de todo, lo cual se refleja en sus palabras:

«Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar» (Mt 11,27).

En ese desprendimiento total, Jesús llega a conocer plenamente al Padre, y el Padre y el Hijo se reconocen mutuamente porque el Hijo hace posible al Padre y el Padre hace posible al Hijo. Esa es la experiencia del Hijo Jesús: ser cuenco del verterse del Padre, pero conociéndolo y conociéndose todo y plenamente desde el Padre. Jesús es el Hijo del Hombre, el Hijo de Dios, es decir, el verterse de Dios hecho cuenco, hecho humano, hecho historia

Desde la tradición de la Iglesia Oriental, nos llegan testimonios, como el de Isaac de Nínive (siglo VII), que nos ayudan a profundizar en este conocimiento silencioso de Dios:

«Ama el silencio y te revelará cosas que ninguna lengua humana es capaz de decir y el silencio te unirá con Dios mismo».

Y prosigue diciendo:

«Concédeme Señor la misericordia del silencio, experimentar lo que solo el silencio engendra, aquello que las lenguas no pueden decir. Quiero amar el silencio que me une a ti y regar con él las raíces de mi alma. La oración contigo es puerto, fuente, arca, ancla, luz, bastón, refugio, medicina, escudo. Dame las palabras de la experiencia que los mercaderes de palabras no pueden vender. Aquellas palabras que en tiempos de tiniebla recuerde para no caer»[2].

El maestro Eckhart (1260 – 1328) comenta:

«En medio del silencio me fue dicha una palabra ¿Dónde está ese silencio y cuál es el lugar donde es pronunciada esta palabra?».

Y responde:

«Es en su mayor pureza donde el alma puede emitirla, en su más noble parte, en el fondo, también llamado el ser del alma». Y en otro lugar dirá: «El fondo del alma y el fondo de Dios es un único y mismo fondo»[3]

Es el «Yo último» desplegado en todos los «yoes» con los que se nos ha dado la conciencia de ser.

Ya lo dijo Jesús:

«Yo soy la vid y vosotros sois los sarmientos. El que permanece unido a mí y yo unido a él, da mucho fruto; pues sin mí nada podéis hacer» (Jn 15,5).

A través de esta metáfora-alegoría de la vid, se destaca la compenetración personal del Redentor y del redimido, a modo de un «organismo espiritual», en el que no solo somos testigos de esa Presencia, sino también cauce. La palabra clave es permanecer, que nada tiene que ver con el inmovilismo. Permanecer en Jesús y bucear en la Fuente de tu propio ser. El conocimiento silencioso que de ahí brota, hace que cada uno, cada cosa, cada relación encuentre su lugar. Esta es la gran paradoja que antes mencionábamos: cuando lo he soltado todo, entonces se reencuentra todo, todo retorna a su lugar y más verdaderos somos.

«Y vivo, ya no yo, sino que Cristo vive en mí» (Gal 2,20).

A la perfección no se llega con nuestros propios esfuerzos, sino por medio del abandono, el desapego. Mientras hay en el ser humano algo que no sea Dios, ya sea el propio ser humano o cualquier otra criatura, Dios no puede vivir perfectamente en él.

El silencio nos permite reconocernos a nosotros mismos, reconocer a los demás, encontrar la naturaleza de las cosas y dejar que ellas sean, sin quererlas ni apropiar, ni manipular, simplemente celebrándolas.

Más aún, el fruto principal al que puede conducir todo este camino de meditación y de práctica silenciosa, es lo que D’ors designa como «el mesianismo de lo cotidiano». Podemos vivir la vida desde una doble perspectiva, podemos vivir rutinariamente o podemos vivir ritualmente.

  1. Rutinariamente: significa vivir de manera inconsciente y, por tanto, hacer las cosas de manera automática. Entonces, las cosas no nos realizan y no nos devuelven una imagen liberadora. La rutina es una manera de destruirnos.
  2. Ritualmente: significa vivir de una manera consciente, siguiendo los pasos del rito, con la atención plena. Entonces, cuando vivimos así, ritualmente, se produce el «mesianismo» o el «milagro de lo cotidiano». El «milagro» es que las cosas en particular, las más elementales (una cuchara, un lápiz, una silla…), nos revelan su perfecta elementalidad y se convierten en canales de acceso a ese Misterio que late en su profundidad. Cuando vas descubriendo esta belleza de lo cotidiano, sientes el impulso de «estar abajo», en el nivel más universal de todos. La espiritualidad, la mística, así entendida no es un movimiento de ascenso, sino que es un movimiento de descenso, descender a lo cotidiano. Jesús hablaba con la autoridad del que habita desde «abajo», en ese descendimiento.

Por último, lo que se produce cuando uno sigue este proceso de meditación, de manera entregada y profunda, es que descubre que la fe no es un simple asentimiento mental a unos determinados contenidos o formulaciones dogmáticas, sino que va más allá. Es un sentimiento de adhesión cordial, de confianza, de fidelidad. Más todavía, la fe se convierte en una orientación vital, un modo de situarse y de ver la vida. Como afirma Pablo D’ors:

«y todavía más que cordial, es carnal, es decir se ha hecho carne de ti. Ese saber te ha estigmatizado, te ha marcado. Si miráis el rostro de personas que han tenido una vida espiritual intensa, por ejemplo Gandhi o Charles de Foucauld, veréis que en su propio rostro se refleja cómo Dios, el misterio, el silencio, ha ido repujando las facciones, las han ido transfigurando, de tal modo que solamente con verles ya se produce esa irradiación». [4]

Isabel Gómez Villalba
Docente e investigadora en la Universidad San Jorge. Centrada en la innovación educativa, investigo y diseño experiencias pedagógicas tanto para la integración y desarrollo de habilidades espirituales en el proceso de enseñanza-aprendizaje, como en el estudio y la implementación de proyectos de aprendizaje–servicio.


[1] En la entrada anterior se exploran estos tres caminos de experiencia: https://www.edelvivesinout.com/2024/05/01/el-silencio-sabor-a-plenitud-i/

[2] CHIALÀ, S.: El don de la humildad. Itinerario para la vida espiritual. Traducción de PIKAZA, X. Ediciones Sígueme. Salamanca, 2007, pp. 55 y 144.

[3] COS PÉREZ DE CAMINO, J.: El nacimiento de Dios en el fondo del alma. Breves reflexiones de los místicos renanos para Adviento y Navidad. Salamanca, 2012. Publicación digital disponible en: http://www.dominicos.org/kit_upload/file/Espiritualidad/Textos-misticos-renanos-julian-de-cos.pdf. Fray Julián de Cos, O.P. ofrece una recopilación de textos espirituales que tratan sobre el nacimiento de Dios en el fondo del alma. Son textos tomados de autores como el Maestro Eckhart, Enrique Susón y Juan Taulero.

[4] D’ORS, P.: “Heliomaquía: El combate por la luz”. En: III Foro de Espiritualidad (Zaragoza, 8, 9, 10 de noviembre de 2013): El Silencio, Fuente y Origen de la Vida. Asociación Aletheia Zaragoza.