“Todas las desgracias de los hombres provienen de no hablar claro” esta frase de Albert Camus me da pie para el post de hoy. Y no me refiero solo a saber vocalizar, que era una de las primeras enseñanzas en el colegio (ma, me, mi, mo, mu).

Podría parecer exagerado ese “todas las desgracias”, pero, en el fondo, sí es posible descubrir en todos los desencuentros humanos una falta de claridad en las comunicaciones. 

Por eso, cuando hablamos, cuando nos comuniquemos, es importante asegurarnos de estar siendo “claros”, es decir, que se nos entiende, que, como solía decir mi directora de teatro, “la Doña”, “no me digas las palabras sino lo que las palabras quieren decir”

Y a ello se llega sabiendo utilizar bien el resto de los recursos de la comunicación: el tono, el volumen, las pausas, que las preguntas sean preguntas y las exclamaciones exclamación, que los puntos sean una pausa y las comas una pausa más breve, vocalizar.  

Todos estos recursos ayudan a “hablar claro”. 

Si damos espacio a la ambigüedad, a las dobles lecturas, entonces el mensaje llega con “impurezas”, y eso impide una correcta comunicación.

Maria Dolores García, “La Doña”, siempre quiso sacar de cada uno de nosotros, como actores, todo nuestro potencial, pero por eso nos exigía que a la hora de declamar un texto, a la hora de interpretarlo pudiésemos llegar al público dándoles más información que el solo texto con nuestra forma de decirlo. teníamos que ser creíbles.

Eso, trasladado a una clase, la exposición de un tema de catequesis, o cualquier exposición en público, quiere decir que nuestros oyentes tienen que disponer de mucha más información que si la leyesen en un libro por el solo hecho de que nosotros se lo contamos y cómo se lo contamos. 

Si hablamos, por ejemplo, de la resurrección, nuestro interlocutor tiene que sentir lo que para nosotros significa hablar de la resurrección y del Resucitado. No es una simple información, ni una información cualquiera, es la Gran Noticia y eso, o se nos nota, o no se nos nota. 

Por lo tanto, cuidemos nuestra forma de hablar, hablemos claro para que se nos entienda lo que realmente queremos decir. Si es un discurso preparado ponlo a prueba antes con alguien cercano. Pídele que te escuche y pregúntale al final: ¿He hablado claro?