EL SILENCIO: UN RETO EDUCATIVO

Vivimos en una sociedad hiperestimulada donde la comunicación a todos los niveles se ha exponenciado a grados extremos. Eso sí, con el coste de tener cada vez menos tiempo para acoger tanta información. El ámbito educativo no es ajeno a esta desproporcionada situación, todo en él parece que pasa rápido y en medio del ruido. El que en los últimos años se esté hablando de silencio es porque está siendo una necesidad existencial o, como mínimo, cultural. Uno de los grandes retos que tenemos como educadores es llevar el silencio a las aulas; es uno de los mejores regalos que podemos ofrecer a nuestros niños y jóvenes.

A esta hiperestimulación y a este exceso de información que vivimos socialmente, hay que añadir algunas características específicas del mundo escolar.

Por una parte, la esfera escolar se mueve en un universo unilateralmente verbal.

«El silencio es el gran ausente en los procesos educativos. No lo contemplamos ni siquiera como instrumento de comunicación, y mucho menos como una experiencia fundamental del ser humano. Desde la escuela no se enseña la riqueza inherente al silencio»[1].

Los niños aprenden a componer frases, van adquiriendo el vocabulario fundamental para poder expresar sus ideas, sus experiencias, sus emociones, etc. Pero no se les prepara para convivir con el silencio, ni para descubrir la lección que conlleva la experiencia silente dentro de uno mismo. Así como la palabra es necesaria para describir el mundo, el silencio es absolutamente imprescindible para contemplar el mundo e interiorizarlo.

Por otra parte, percibimos que el ámbito educativo está colonizado por valores como la rapidez y la eficacia. La obsesión por la rentabilidad, por los resultados inmediatos, difícilmente puede hacerse compatible con valores como la serenidad, la meditación o el silencio. Esta colonización tiene graves efectos en el proceso formativo de nuestros alumnos, pues dificulta enormemente su desarrollo integral y armónico como persona.

En este marco ambiental, intentamos afrontar todo un desafío: reivindicar la potencia humanizadora  del silencio y su gran valor formativo y configurador. Pero, ¿qué papel juega el silencio en la escuela? ¿Por qué y para qué hacerlo presente en las aulas?

Una primera respuesta parte del hecho de que el acto educativo es un acto comunicativo y, como tal, se hace imprescindible el silencio, es decir, la ausencia de interferencias que obstaculicen esta comunicación. Pero quedarnos en esta primera respuesta, supone mantenernos en un nivel excesivamente epidérmico y plano del silencio. Si profundizamos un poco más, el acto educativo, como acto comunicativo, también requiere el silencio de los interlocutores que intervienen en el proceso comunicativo-educativo. Silencio para poder escucharse mutuamente, estudiante y docente, para que se produzca un diálogo fructífero.

Una segunda respuesta parte de la propia finalidad del acto educativo, que no es otro que educar personas para transformar el mundo. Y es aquí donde reivindicamos el poder transformador del silencio. Tradicionalmente hemos entendido la contemplación silenciosa como la preparación para la acción: primero contemplamos, oramos, y eso nos da fuerzas para luego poder actuar y transformar el mundo. Desde este planteamiento, parece que es la acción, llena de contemplación, pero la acción en definitiva, la que transforma la realidad. Nos parece muy interesante la propuesta que hace Pablo D’ors al respecto:

«La contemplación ya es transformadora de la realidad. Hay una verdadera ética de la contemplación, contemplando podemos cambiarnos a nosotros y cambiar el mundo, la contemplación es eficaz. Y quizá sea, para algunas situaciones o problemas, lo más eficaz que hay»[2].

Educar las diferentes formas de inteligencia es abrir y potenciar un amplio abanico de capacidades humanas que nos permiten afrontar y dar respuesta a las distintas situaciones que se nos presentan. Solemos afrontar las diferentes circunstancias de la vida por un doble camino, el camino del pensamiento y el camino de la acción. Si se nos presenta una adversidad, la analizamos, pensamos qué es, cómo la podemos resolver y luego ponemos en práctica una serie de acciones para resolver ese problema.

Pero, a nuestro modo de ver, los problemas y situaciones de fondo (una grave enfermedad, la pérdida de un ser querido) no se resuelven simplemente por la vía del pensamiento y la acción. El silencio, la contemplación, en definitiva, todo ese trabajo interior tan relacionado con la inteligencia espiritual, nos ayuda a atravesar ese dolor, a cicatrizar esa herida, a «cargar con la cruz» (Mt 16,24). Aquí entramos en el complicado terreno del sufrimiento humano, donde el problema no es el sufrimiento en sí mismo, sino que el problema es cómo lo afrontamos, cómo lo vivimos. En este sentido, la contemplación silenciosa, la contemplación amorosa, es transformadora, pues no permitimos que el sufrimiento nos esté devorando y destruyendo por dentro, sino que abrazamos ese sufrimiento como un camino de plenitud.

El silencio del que aquí hablamos no es algo, no es un objeto, sino un estado de consciencia. Un estado de consciencia que coincide también con nuestra verdadera identidad. Profundizar en la experiencia silente en nuestras clases es ofrecer a nuestros estudiantes la posibilidad de «conectar» con su verdadera identidad que, entre otros nombres, podemos denominar como silencio. Esa espaciosidad silenciosa que somos tiene «sabor» de libertad y tiene «sabor» de plenitud.

Isabel Gómez Villalba
Docente e investigadora en la Universidad San Jorge. Centrada en la innovación educativa, investigo y diseño experiencias pedagógicas tanto para la integración y desarrollo de habilidades espirituales en el proceso de enseñanza-aprendizaje, como en el estudio y la implementación de proyectos de aprendizaje–servicio.


[1] TORRALBA ROSELLÓ, F.: El silencio: un reto educativo, PPC, Madrid, 2001. p. 54.

[2] D’ORS, P.: “Heliomaquía: El combate por la luz”. En: III Foro de Espiritualidad (Zaragoza, 8, 9, 10 de noviembre de 2013): El Silencio, Fuente y Origen de la Vida.

, Asociación Aletheia Zaragoza.