El deseo brincando

desbocadamente sereno,

La raíz entre los

dientes

supurando

vida

y

horizonte.

Para pertenecer a un sitio te tienes que pertenecer primero a ti. Tienes que sentir la necesidad de querer participarte de tu propio cuerpo, de tus sensaciones, de tus estímulos, de tus pensamientos, de tus deseos y tus contradiccioneS. Debes querer amarte profundamente y reconocerte en tu voz, tus palabras y tus actos como algo indisoluble a tu entidad.

A veces te pasas la vida buscando lugares en el mundo, tu lugar en el mundo para saberte querido y escuchado. Pero los lugares no son más que eso: pedazos de tierra clonada de otros posibles hogares de tantas y tantas personas. El aire que tú respiras, los olores de las plantas, la humedad de las hojas frescas regadas por el rocío cada mañana son las mismas que puedes encontrar al otro lado de la tierra. Porque nos une la misma línea continua que ha permanecido a lo largo de los tiempos y donde han habitado multitud de generaciones con las mismas ganas de vivir que las tuyas. Tu propia historia es la suma de las historias de familiares, conocidos, amigos que antes que tú existieras ya  sintieron arraigo profundo con el sabor de los montes y de los árboles.

Pero para sentir esto tiene que pasar la edad y con ella sentir la propia fragilidad y la necesidad de formar parte de algo más grande que tú. Enraizarse es hacer espíritu común con todo lo creado y con todos los habitantes del planeta. Si piensas en la cantidad de ojos que han observado los montes, que han disfrutado de la lluvia fresca en la cara en verano, que han amanecido con los albores del Sol agradeciendo estar vivos antes que tú, sabrás que ya formas parte de esa tierra, de esos caminos, que ya eres piedras, frutales y viento. Y eso te hará cuidar de todos y cada uno de los elementos que conforman tu pequeño universo.

Enraizarse es ahondar cada vez más profundamente en la tierra de tu interior, cada día un poco más, encontrar en la oscuridad la humedad y el agua que necesitas para vivir. Solo desde tu subsuelo podrás escuchar la vida que te nutre. En los lugares más recónditos de tu profundidad aparecerá la voz de Otro que te acaricie, te sostiene y te arraiga a la vida de una manera tan evidente que es imposible no escucharla.

En esta pintura de Giorgio de Chirico de 1927 se perfila la historia de las civilizaciones, de sus arquitecturas vitales desde el rostro impersonal de personas que en su tiempo tuvieron nombre, impulso, reflexiones y anhelos como los tuyos. En nuestro regazo está toda la historia emocional y cultural de tus antepasados. En tus genes habitan variables, condicionantes y determinaciones que te conforman para que hoy seas lo que eres.

Estar orgulloso de tus raíces es saber que existen y sentirlas como propias.

Alimentarlas supone escuchar, leer, aprender y degustar todo un mundo de posibilidades que te ofrece tu lengua, tu pueblo, tu ciudad, tu país, el universo.

Enraizarse en la serenidad, en la confianza, en el amor y desenraizarse de todo aquello que ya sabes que no te desata sino que te ata a la insatisfacción. Hacer raíz, hacerte historia.

PARA SENTIRTE

Recuerda aquella dinámica en la que, cuando eras más joven, dibujabas un árbol y pensabas metafóricamente cuál era el tronco o la apariencia física o características de personalidad, cuáles eran los frutos, lo que aportabas al exterior, el alimento que nacía dentro de ti y las raíces que eran aquellas derivaciones internas que hacían que todo se sostuviese. Te invito aquí hoy a que hagas lo mismo y escribas desde el tú y ahora cuáles son las arraigos fundamentales que te mantienen erguido y dispuesto a dar vida. Escríbelos y pon nombres y pon tu nombre grabado en ese árbol que ya forma parte de todo nuestro paisaje.

PARA ESCUCHAR

*La obra mencionada es Gli archeologi, de Giorgio de Chirico (1927), La Galleria Nazionale, Roma, Italia.

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