De José Antonio Marina aprendí que la inteligencia colaborativa es la capacidad que tienen cuatro o cinco personas ordinarias de hacer algo extraordinario en virtud de las relaciones que crean entre ellas. El liderazgo colaborativo, entonces, hunde sus raíces en los vínculos que humanizan la vida y huye de las ambiciones individuales que terminan por manipular todo lo que toca.
No hablamos de una colaboración esporádica, sino buscada y trabajada. Nos deja este mensaje: promueve el “entre” como espacio de colaboración sin particularismos. Entre tú y yo, entre asignaturas, entre departamentos, entre tutorías, “entre”. Es el espacio compartido sin nombre, lo nuevo que articulamos entre muchos en vistas a un proyecto mancomunnado.
El entre colaborativo es una de las respuestas a la complejidad entendida como una dimensión de lo real que nos resulta difícil de comprender. Son muchos años anclados en un pensamiento lineal y simplista. La simplicidad ve lo uno, por un lado y lo múltiple, por otro. Pero no que lo uno puede ser al mismo tiempo múltiple. El ser humano es al mismo tiempo hijo de la biología humana, hijo de la tierra e hijo del universo. Armonizar esta triple verdad requiere del concurso de diferentes saberes y sabidurías.
El pensamiento simplista termina construyendo fronteras que separan conocimientos, actitudes y acciones. El entre es la frontera desplegada en términos de posibilidad, lugar de encuentro y de enriquecimiento recíproco. Somos habitantes de la frontera y no defensores de los límites que nos separan.
Estamos ante un liderazgo rizomático. Un rizoma es un tipo de raíz peculiar, como la del césped de nuestros jardines. Para el filósofo Deleuze un rizoma también es un esquema de pensamiento incluyente y conectivo que no sigue líneas de subordinación jerárquica del tipo raíces y ramas. Las raíces rizomáticas se extienden y conectan en horizontalidad atravesando la complejidad de las circunstancias.
Por eso la complejidad –que etimológicamente significa “lo que está tejido conjuntamente”- se abre a la solidaridad y a la colaboración. Solo podemos habitar el sentido multidimensional de la realidad desde el abordaje colaborativo, no tanto para llegar a respuestas ciertas sino a respuestas que nos ayuden a sostener la vida y a habitar nuestro mundo y donde quepa el acontecimiento inesperado, la irrupción de lo nuevo.
La transformación de nuestras organizaciones nos avisa de que ciertas estructuras han caducado, pero no nos dice con exactitud hacia dónde ir. Somos piezas de un puzzle sin tapa. Caminamos sin imágenes y por eso necesitamos crear esos espacios generativos que alumbren sentido y camino; que aporten construcciones comunes, sin necesidad de guías que ya todo lo saben.
El liderazgo colaborativo avala las pedagogías innovadoras, no por el prurito de lo novedoso, sino desde la necesidad de abordar el aprendizaje a partir de nuevas categorías de comprensión. Una de ellas es la formulación de preguntas fértiles, emparentadas con la indagación apreciativa; buscan respuestas abiertas que no son concluyentes y están necesitadas de una posterior investigación compartida.
Ante la crisis de cambio climático puede proponerse la pregunta: ¿qué posibilidades tenemos para mejorar la vida en nuestro planeta? O ante un conflicto relacional en una clase podemos preguntar en tutoría, ¿qué me enseña esta situación?, ¿qué nos ayudaría a tener una mejor convivencia? Se trata, por tanto, de hacer emerger preguntas que generen curiosidad, estimulen la reflexión y la conversación. Todo ello posibilita actitudes renovadas y cambios visibles.
Desde la colaboración se hace presente la creatividad. El liderazgo colaborativo fomenta las capacidades y posibilidades de las personas y del entorno. Para ello hay que atreverse a dejar hacer y confiar. Y abrirse a la imaginación creadora. Soñar futuros posibles no es soñar cualquier cosa. Es buscar con imaginación respuestas viables a las necesidades que atravesamos.
El liderazgo colaborativo plantea a la comunidad educativa cuáles son los aprendizajes que merecen la pena ser transmitidos e investigados. Entonces, aquello que merece la pena se constituye en clave pedagógica enormemente relevante. Lo que merece la pena cuestiona certezas y precisa de la búsqueda en común. Nos ayuda a ir a lo esencial y no perdernos. Es una forma proactiva de ensanchar el pensamiento y de articular una educación para la vida buena, que realmente sea fecunda y no solo productiva. No es casual que en estos últimos tiempos hayamos tenido diversos ejemplos de líderes en distintos ámbitos de la vida cívica y religiosa que, ante la pregunta sobre cuál iba a ser la primera medida que iban a tomar, han respondido: crear grupos de reflexión y de trabajo para decidir entre todos cuál ha de ser esa primera medida.