A nadie escapa que los nuevos planteamientos a nivel educativo abarcan un amplio horizonte que repercute en nuevas prácticas, nuevas metodologías y un enfoque de la educación innovador. Desde que la legislación cambia bajo las premisas europeas, el trabajo en el aula también se ve influenciado por todos estos nuevos postulados que cimentan las bases de lo que el alumnado ha de llegar a ser y los saberes que ha de adquirir con una perspectiva cada vez más globalizada.
En cuanto al ámbito tecnológico, no cabe ninguna duda de que se está transformando a velocidades de vértigo porque así de rápido cambia e influye en nuestras vidas. También en los procesos de enseñanza-aprendizaje. Por tanto, es significativo realizar un análisis somero de los retos que nos plantea este cambio, así como la terminología específica que trae consigo y que, cada vez en mayor medida, afectará a profesorado, alumnado y familias por igual. Es el tiempo de la competencia digital.
En España, el Plan de mejora para la Competencia Digital Educativa nace en el año 2021, en el marco del componente 19 Plan Nacional de Capacidades Digitales y cristaliza en 2022 merced al Acuerdo de la Conferencia Sectorial de Educación. Es, en esencia, un programa para mejorar la capacitación tecnológica y de digitalización de los agentes educativos que se encuentran bajo el amparo de fondos públicos. Es decir, es un ambicioso plan para dotar al sistema educativo español de una calidad digital de vanguardia en la que el profesorado y el alumnado gocen de un proceso de formación, adquisición de saberes o destrezas y una incorporación paulatina y natural en la práctica educativa, siendo esta visible a nivel curricular en todas las áreas o materias y etapas o niveles. Es por ello que la ERE, como parte visible y reconocida del sistema educativo se ve directamente afectada y su profesorado y alumnado interpelados a un avance imparable hacia un cambio en la forma de transmitir, de enseñar, de evaluar, de vivir la experiencia docente y discente.
Las fases para poner en práctica este ambicioso proyecto son las siguientes:
En primer lugar, serán nombrados, por autonomías o demarcaciones territoriales, una serie de responsables o coordinadores CompDigEdu de nivel que representarán a las administraciones educativas para, en un segundo momento del proceso, impulsar en los diferentes ámbitos o centros educativos el desarrollo de la competencia digital de un modo regulado, controlado, ponderado y que responda a las necesidades reales de los agentes que intervienen en el proceso. Es por ello que cada centro deberá elaborar un plan digital que comprenderá diferentes estadios tales como la formación del profesorado, el diagnóstico de cada centro en cuanto a su entorno digital real, el diseño y toma de decisiones, así como una última fase de implantación y evaluación de los procesos llevados a cabo.
Todas estas fases de implantación y desarrollo de este plan transforman en la actualidad muchos de los quehaceres habituales de los docentes que ven cómo su grado de capacitación digital ahora va a tener unos baremos definidos y que se verán traducidos en niveles diferentes en función de las habilidades adquiridas y saberes consolidados fruto de una adecuada y reconocida formación, la mayor parte de las veces coordinada a través de los CFIE (centros de formación e innovación educativa). Así pues, el resultado de dicho proceso formativo catalogará los niveles de competencia digital del profesorado en una escala similar a la empleada en los idiomas o segundas lenguas: A1, A2, B1, B2, C1, C2. Otorgándose ascensos de cada nivel en función de horas y procesos formativos conseguidos y certificados o merced a la superación de una prueba acreditativa del propio nivel competencial digital.
El profesorado que imparte enseñanza religiosa escolar, como uno más dentro del sistema educativo español, puede recibir esta acreditación y formarse en igualdad de condiciones con el resto de docentes de otras áreas o materias curriculares. Por tanto, se presenta un reto apasionante para este colectivo que tiene la oportunidad de consolidar la asignatura de Religión católica también en ámbitos tecnológicos en los que ya se va abriendo un hueco y siendo en muchas ocasiones todo un referente. Es por ello que la responsabilidad formativa y, por qué no, formadora, también ha de ser considerada como toda una oportunidad para visibilizar una ERE que transforma el mundo desde el propio mundo, sin escapar a sus nuevos retos, sin ignorar nuevos recursos y empoderando a docentes y alumnado en pos de la adquisición de una serie de destrezas que desglosaremos en el próximo artículo y que clarificarán aún más el sentido de este programa de capacitación denominado de competencia digital. Todo un reto para una nueva evangelización y para una pastoral de un tiempo en constante cambio.