¿Para qué sirve la ética? Con frecuencia escuchamos esta pregunta en cualquier tipo de organización cuando, sin saber por qué, aparece la incómoda palabra -ética- en el horizonte de planes de actuación, como el buen trato; de estrategias, como la elaboración de un código ético; o de procesos internos, como los que tienen que ver con el buen gobierno. Cuando no se tiene clara la respuesta a esta pregunta, en ocasiones adornamos la realidad con frases y conceptos que no calan ni cambian ni despiertan. Es la moralina que perfuma, al tiempo que deja casi todo como estaba.
La ética sirve para ensanchar la vida y cambiarla, para encontrarnos desde los vínculos que humanizan, para denunciar la mentira y apostar por la vida digna. Cuando la ética se construye de esta manera nos encontramos con personas como Mariano Turégano, de 82 años, que hace unos días denunció en el pleno del Ayuntamiento de San Sebastián de los Reyes la situación por la que atraviesan las personas mayores que habitan en una residencia pública de la ciudad.
En un corto discurso, digno de ser visto y escuchado con atención, Mariano se alza como portavoz de una generación que lo ha dado todo y que está recibiendo migajas de lástima y duras experiencias de desamparo. Con un tono firme y emocionado, este anciano va desgranando las indignas condiciones de vida en las que habitan en esa residencia, la pésima comida, la nula climatización, la carencia de seguridad, la falta de personal. Y, al mismo tiempo, comprende que los escasos trabajadores que están con ellos malviven en la precariedad laboral y se angustian porque la tarea es enorme y sus recursos escasos. Es la exposición de todo un desatino sistémico centrado en la desatención a la persona. Una bofetada de realidad.
Mariano es el ejemplo de la moralita de la que hablaba Ortega. Ese explosivo espiritual y ético que se configura como carga de profundidad que señala descuidos y promueve la justa aspiración a una vida digna. Porque, como señala Judith Butler, la dignidad es una palabra que hemos de explicitar mejor para que se entienda. Por eso, más que “dignidad” habría que decir: “¡tu vida me importa!”. Y eso es lo que solicita Mariano: que esas vidas trilladas por los años nos importen. Y porque esas vidas son importantes, el centro de atención ha de ponerse en las personas y no en los beneficios económicos.
Cuando a veces buscamos referentes éticos entre famosos deportistas o desconocidos filósofos, irrumpe en escena gente como Mariano, que se convierte en conciencia moral incisiva, que aguijonea la débil conciencia moral de una sociedad que se ha aplanado, o, simplemente, tiene otras prioridades.
Educar en valores también consiste en mostrar a Mariano y desgranar en el aula su discurso de seis minutos: lo que dice y cómo lo dice, y dejar que las palabras vuelen por la sala, conmoviendo corazones, agitando pensamientos y promoviendo conversaciones que sean constructoras de una moral alta que nos ayude a estar en plena forma ética. Entonces entenderemos que la ética no soluciona problemas, sino que trata de responder a ellos desde la experiencia de sentirnos afectados estando al lado de los perdedores.
La ética pasa por no mirar hacia otro lado cuando enfrente tenemos sufrimiento e injusticia presididos por el descuido y el abandono. Sabemos que el sostenimiento de este tipo de centros no es barato. Pero no puede primar el negocio y el lucro abaratando aún más sueldos, condiciones y trato. De esa manera la persona mayor queda reducida a un simple objeto. Así de duro, pero así se sienten y así lo muestran los hechos.
Este hecho primordial, como calificaba monseñor Romero al dato incuestionable de la realidad social cuando está presidida por la injusticia, ha de visibilizarse en la transmisión de valores. Porque tratamos de valores ahí donde la realidad puede y debe ser modificada para que deje espacio a la humanización de la vida.
Te invito a contemplar la intervención de Mariano Turégano en ese pleno del Ayuntamiento de su ciudad; un testimonio que ya se ha hecho viral, pero que en su viralidad acelerada no nos importa tanto que sea una noticia muchas veces visitada, cuanto que en ella encontramos a una persona que podemos saborear, prestar la debida atención y recibir una lección de ética inolvidable. Una lección que adopta la forma de moralita, esa carga explosiva de valores que nos anuncia que otra manera de vivir y de convivir es posible y necesaria.
(Imágenes cedidas por el Diario de Sanse https://www.diariodesanse.com/)