COMENCEMOS POR COMUNICARNOS BIEN Y CON RESPETO

En 1977, las sonda Voyager 1 y 2 fueron lanzadas con la intención de explorar el universo y encontrar vida extraterrestre con la que comunicarnos. El astrofísico, escritor y divulgador científico Carl Sagan (participante de dicho proyecto) describió el acontecimiento como lanzar «botellas dentro del océano cósmico».

Ambas sondas portaban en su interior un disco de oro. Dicho disco contenía sonidos e imágenes de nuestro planeta, así como un saludo en 56 idiomas, entre ellos dialectos chinos, lenguas del sur de Asia y lenguas antiguas. La idea: que, si se producía el contacto con una civilización interestelar, presentemos nuestro planeta, mostrando nuestras bellezas y transmitiéndoles nuestro saludo como forma de «inicio de conversación». De alguna manera podríamos decir que, detrás de todo esto, late un profundo deseo de contactar y comunicarnos.

Este hecho me recordó el momento que ahora vivimos: la vuelta al cole. Este, para muchos chicos y chicas, es tiempo de reencuentro. Para otros, una novedad. Sea lo que sea lo que signifique, es un tiempo que marcará sus vidas para siempre y que puede dejarnos recuerdos entrañables y otros un poco menos agradables. De los tiempos de colegio o instituto podemos guardar unas amistades que perduren hasta el día de hoy y que resulten ser casi como esos hermanos escogidos que son como los de sangre.

Sin embargo, hay quienes recuerdan y recordarán esta etapa como un auténtico infierno. Hay chicos y chicas que aún siguen padeciendo el que se burlen de ellos, que se les insulte, patee, asuste, ridiculice, pegue… haciéndoles caer en un miedo y en una depresión que se traduce, no solo en un deseo de no ir al colegio, sino también en el deseo de no salir de casa, e incluso, de morir. No podemos permitir que esto siga sucediendo en nuestras escuelas. Estas no pueden ser únicamente lugares donde transmitir y aprender conocimientos (que también son importantes). Es en las escuelas donde tenemos la oportunidad de enseñar a ser buenas personas, buenos ciudadanos y, en muchas de ellas, a ser buenos cristianos.

No debemos aflojar en la enseñanza de valores y del cuidado que debemos ir proporcionando a las personas, la madre Naturaleza y a nosotros mismos. Debemos hacer posible que nuestros alumnos y alumnas aprendan que somos diferentes los unos de los otros, pero que todos somos dignos de ser respetados y amados. Es importante que sepan que no todos somos iguales y que valoren este hecho como una suerte y no como el motivo para atacar al otro y humillarlo. Cada vez es más importante y necesario enseñar a nuestros niños y jóvenes que el otro no es ni un rival ni un enemigo; que no hay que temer a la diferencia; que juntos, con nuestros puntos en común y con nuestras diferencias, es mayor la oportunidad de enriquecernos unos a otros y a la sociedad en que vivimos que de perder.

Volviendo a las sondas Voyager, si el deseo y la intención que imperaron en ese proyecto tan épico como apasionante era el contacto con otras civilizaciones extraterrestres (y un contacto pacífico cuya pretensión es darnos a conocer y establecer unas relaciones para no sentirnos tan solo en este vasto universo), ¿por qué el contacto en este nuestro planeta es tan difícil a veces? ¿Por qué ese maravilloso don de comunicarnos lo usamos tan mal en tantas ocasiones y momentos?

El equipo de las Voyager que pensaron en el disco quiso mostrar a otras posibles civilizaciones extraterrestres que poseemos un instrumento mágico para comunicarnos: la palabra. Además, esa palabra puede ser dicha de muchas y distintas maneras. Tenemos 56 maneras de decirnos «hola» y 56 maneras de decirnos cosas terribles, pero también 56 maneras de enmendarlo.

En estos momentos recuerdo el comienzo del evangelio de Juan: «Al principio ya existía la Palabra. La Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. Ya al principio ella estaba junto a Dios. Todo fue hecho por ella y sin ella no se hizo nada de cuanto llegó a existir. En ella estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres; la luz resplandece en las tinieblas, y las tinieblas no la sofocaron».

Ojalá en este curso, aparte de impartir un temario, descubramos (que creo que, a veces, eso es lo que nos falta a los adultos para poder así enseñarlo a los que nos suceden) el maravilloso poder de la palabra. La palabra como luz para despejar las tinieblas, la palabra que es vida para las personas.

El poder de las palabras es el de darnos a conocer, de descubrirnos, de entendernos, de unirnos. Así que es el momento de desempolvar el «diccionario de las palabras bellas y la buena comunicación» y empecemos a usarlo para este curso que entra.