Con el paso de los meses, hemos comprobado los efectos y costes de una pandemia que rápidamente se ve superada por una crisis bélica cada vez más altiva y por una subida del coste de la vida que nos pone muy cuesta arriba la cesta de la compra. ¿Son cosas distintas? No tanto. Todo está relacionado. Y hemos de saber tocar fondo de verdad y sin defensas artificiales.
Nos encontramos atravesando una crisis que no es el fin del mundo sino el anuncio del fin de un mundo, como afirma Daniel Innerarity. “Lo que se acaba es el mundo de las certezas, el de los seres invulnerables y el de la autosuficiencia”. La cuestión estriba en que no nos lo acabamos de creer. En términos generales la salida de la crisis de la pandemia no pone de relieve la fragilidad de nuestra condición humana y la del planeta que habitamos, más bien todo lo contrario. El sistema neoliberal y todos sus tentáculos políticos, económicos y culturales alientan las tres «D» de nuestro tiempo: distracción, como el modo de deslizarnos en la superficie de la vida; desvinculación, como forma de desentendernos del otro; y disyuntiva, como manera de posicionarnos en el mundo.
Con la distracción se dificulta el acceso al mundo interior, a la reflexión serena, al diálogo con uno mismo y a estar cada cual en su propio quicio mental, espiritual y moral. Facundo Cabral solía decir que en Occidente, que tendemos tanto a las depresiones, no estamos deprimidos, sino tan solo distraídos. Esa actitud tiene en el smartphone el símbolo de una concentración distraída, un estar en todo para no estar en casi nada de lo importante, que nos expulsa de nuestro yo más interior y de nuestras necesidades más elementales.
En la experiencia educativa nos encontramos que no solo los alumnos tienen grandes dificultades para acceder a la concentración y a estar en sí mismos. También como docentes formamos parte de esa nube distraída e instalada en una especie de despiste colectivo que vive a golpe de tuit y que encuentra serias dificultades para cultivarse más, leer más, informarse más o contrastar más.
A través de la desvinculación se fomenta el aislamiento y el triunfo de la individualidad que no necesita del otro; se dificulta la creación de tramas relacionales de proximidad y el sentido de lo público va perdiendo peso. A partir de la segunda mitad del siglo XX se extiende la llamada Gran Aceleración, que fomenta un tipo de vida individualista donde la prisa se comió al ritmo vital. Más tarde nos visitó la Gran Recesión, en términos económicos, con las crisis de 2008-2012, y tras ella -especialmente en las capas más vulnerables de nuestra población- ha seguido la Gran Desvinculación, cuando a muchas familias no les llega ni para el comedor de sus hijos en el colegio. Con los efectos económicos y psicológicos de la pandemia, entramos en la Gran Desolación, cuando lo que falta ya no solo es dinero, sino suelo donde pisar con entereza la vida para enfrentarla con un cierto sentido.
La disyuntiva es la permanente invitación a la polarización, al enfrentamiento, a ver la realidad en blanco y negro, sin matices, donde cada cual se tiene que posicionar en uno de los dos bandos que, en cada momento, y especialmente a través de los grandes medios de comunicación y redes sociales, se nos plantean. Es difícil buscar salidas intermedias entre dos posiciones polarizadas. La disyuntiva evita la reflexión personal y el diálogo interpersonal. En términos educativos la pregunta es evidente: ¿hasta qué punto también como docentes alentamos la disyuntiva en un conflicto cotidiano? Basta con tomar una decisión rápida: o el castigo o pasamos de largo. Son las dos salidas más fáciles.
Distracción, desvinculación y disyuntiva son tres formas de descuido de uno mismo y de los demás. No son las únicas, pero quizá son aquellas que más nos secan por dentro. En el campo educativo hemos de ser conscientes de estas tres «D». Necesitamos identificarlas y reconocerlas en cada cual, sin que la culpa nos invada. En clase, y en la medida de las posibilidades según las etapas educativas, es bueno hablar de esto. Especialmente a los adolescentes les abriríamos una puerta de introspección fecunda si podemos mostrarles por dónde nos conducen estos tres modos de descuido existencial.