Fecha/Hora
25 Jun
Todo el día
Categorías
Primera lectura: Lamentaciones 2,2.10-14.18-19
Salmo 73,1b-7.20-21
Evangelio: Mateo 8,5-17
Al entrar en Cafarnaún, un centurión romano se le acercó para hacerle un ruego. Le dijo:
— Señor, mi asistente está en casa enfermo, paralítico, sufriendo terribles dolores.
Jesús le respondió:
— Iré a sanarlo.
— Señor –le contestó el centurión–, yo no merezco que entres en mi casa. Basta que des la orden y mi asistente quedará sanado. Porque yo mismo estoy bajo órdenes superiores, y a la vez tengo soldados bajo mi mando. Cuando a uno de ellos le digo que vaya, va; cuando a otro le digo que venga, viene; y cuando ordeno a mi criado que haga algo, lo hace.
Al oír esto, Jesús se quedó admirado y dijo a los que le seguían:
— Os aseguro que no he encontrado a nadie en Israel con tanta fe como este hombre. Y os digo que muchos vendrán de oriente y de occidente, y se sentarán a la mesa con Abraham, Isaac y Jacob en el reino de los cielos; en cambio, los que deberían estar en el reino serán arrojados a la oscuridad de fuera. Allí llorarán y les rechinarán los dientes.
Luego Jesús dijo al centurión:
— Vete a tu casa y que se haga tal como has creído.
En aquel mismo momento, el criado quedó sanado.
Jesús fue a casa de Pedro, donde encontró a la suegra de este en cama, con fiebre. Le tocó Jesús la mano y la fiebre desapareció. Luego se levantó y se puso a atenderlos.
Al anochecer llevaron a Jesús muchas personas endemoniadas. Con una sola palabra expulsó a los espíritus malos, y también curó a todos los enfermos. Esto sucedió para que se cumpliera lo que había dicho el profeta Isaías: «Él tomó nuestras debilidades y cargó con nuestras enfermedades».