Los confundimos.
Comienza el Adviento. Uno de los dos grandes momentos que la Iglesia nos brinda a lo largo del año litúrgico para prepararnos, para mejorar, para cambiar y, por extensión, para valorar lo que tenemos y lo que somos, en un ambiente de esperanza ante el nacimiento de nuestro Salvador.
Además, el ambiente incluso es en clave positiva, emotiva y -muchas veces- festiva, a diferencia de la Cuaresma que es mucho más seria, gris, solitaria, reflexiva o incluso triste.
No obstante, ambos momentos son necesarios en sintonía con una religión que defiende la necesidad de estar en un permanente estado de conversión y renovación personal.
Hasta aquí, todo perfecto.
El problema es que acompañamos el asunto con una serie de innumerables costumbres y tradiciones, símbolos, canciones, regalos, fiestas, comidas, luces, decoración… y un interminable listado de lo que podríamos llamar “estética navideña” que no son malas en sí mismas, siempre que no oculten el verdadero sentido de lo que celebramos.
Y los cristianos volvemos a cometer el mismo error de siempre: la dedicación apasionada a la forma y la relegación del fondo, que es lo importante. Curiosamente, en muchos casos, algo parecido nos ocurre en Cuaresma.
Y nuestros chicos y chicas. en una sociedad cada vez más secularizada, saben cuándo es el Black Friday pero no el comienzo Adviento, que están muy cerca. Paradójicamente doloroso cuando lo primero los deshumaniza en un mundo global y lo segundo los hace crecer como personas auténticas cada vez más necesarias en ese mismo mundo global.
Y los adultos cantando villancicos, bebiendo en exceso, comiendo hasta la indigestión, regalando cosas que no se necesitan y enviando postales y felicitaciones con mensajes hermosos llenos de deseos convencionales… nos olvidamos que JESÚS vuelve a nacer porque sigue haciendo falta. Porque en el fondo no hemos cambiado y un niño pobre viene de nuevo a recordarnos que la verdadera Navidad solo será posible cuando todas las personas puedan sentarse en la misma mesa, todos hermanos, y mirarse a la cara, y brindar juntos y cantar villancicos hasta el alba.