Una Cumbre más sobre el cambio climático, y de nuevo esa imposibilidad de admitir que vamos en una dirección equivocada. Eso no es rentable políticamente. A ver quién se atreve…
Ante la magnitud de mal que podemos atravesar en plena emergencia climática, a veces es preferible vivir bajo el paraguas del «déjame creer lo que quiera». En la película Johnny Guitarra él le pide a ella: «Dime que me quieres, aunque sea mentira». El ser humano no puede soportar demasiada realidad. ¿Cuánta verdad somos capaces de soportar? ¿Cuánta verdad estamos preparados para transmitir en la escuela sobre las condiciones de vida que atravesamos en el planeta?
Ante la barbarie nazi en Alemania, Primo Levi, víctima de los campos de exterminio, reflexiona sobre la indiferencia de buena parte de la población alemana: «la mayor parte de los alemanes no sabía porque no quería saber o más: porque quería no saber» . Querer no saber es vivir bajo el peso de la mentira que nos hace soportable lo intolerable. Es verdad. En ocasiones necesitamos instalarnos en una especie de mentira existencial, impersonal. Es una clase de autoengaño que necesitamos para seguir adelante, para sobrellevar una existencia que, si no, se haría sencillamente insoportable.
En relación con el grito de la Tierra que representa, entre otros, el cambio climático, observamos algunas mentiras existenciales que fácilmente se nos cuelan por las aulas y espacios educativos. Son mentiras relacionadas con ese progreso al que nos gusta calificar como indefinido, en la creencia de que no tienen fin. He ahí nuestra primera mentira existencial: creemos vivir en un mundo todo-ilimitado que solo podemos habitar desde el paradigma del progreso indefinido. Por tanto, podemos con todo, aquello que sueñas lo podrás lograr. La publicidad de las compañías telefónicas así nos lo dicen: «elige todo» , «eres ilimitable» . ¿Hasta qué punto educamos en este todopodismo absurdo?
Cuando comprobamos que el mal es mucho, que la pandemia algo tiene que ver con este modelo de civilización sin frenos, entonces nos viene a la cabeza otra mentira existencial muy recurrente entre nosotros: ya habrá alguien que invente algo. La tecnología dará con soluciones como las farmacéuticas dieron con las vacunas para la Covid. A la ingenuidad del solucionismo mágico se impone la escasez de recursos energéticos fósiles para todos en las próximas décadas. ¿Cómo lo contamos esto en clase?, ¿de qué manera transmitimos que «más no es mejor» sino que hay que aprender a vivir con lo suficiente?
Una tercera mentira existencial tiene que ver con esa creencia de que somos independientes y autosuficientes. Cada cual hace lo que quiere y no hay efectos colaterales en las acciones humanas. Existe un uso abusivo de la palabra libertad. «Yo soy libre de conducir mi coche por el centro de la ciudad, aunque contamine». «A mí nadie me va a decir cuánta carne he de comer». ¿Nos preocupamos en poner en relación la cantidad de agua y de pasto que es necesario para seguir consumiendo los kilos de carne que consumimos tan solo en el Occidente de este planeta?
La mentira existencial de nuestras sociedades facilitan la expansión industrial sin trabas ni límites. Creer que no tenemos límites es nuestra gran mentira, y forzar nuevas posibilidades en el límite, nuestra obligación como seres humanos. Y, sin embargo, no nos creemos lo que sabemos. Preferimos no saber.
Vivimos en la cultura de la credulidad, cosa distinta de las creencias. Las creencias son necesarias para vivir; nos sostienen y proporcionan sentido. La credulidad, en cambio, es la delegación de la inteligencia y de las convicciones a alguien ajeno a mí. En la Enciclopedia francesa, cuando se desarrolla la voz crítica, encontramos lo siguiente: «la credulidad es la suerte de los ignorantes».
La credulidad es la base de toda dominación, en opinión de la filósofa Marina Garcés. Por eso hay que combatirla. ¿Cómo? Desplegando nuestra capacidad crítica. Frente a la credulidad, la razón crítica que pone en cuestión las mentiras existenciales que nos venden como verdades inmutables. Vivimos en la credulidad sobreinformada. Disponemos de mucha información, pero tenemos atrofiados algunos de los órganos de percepción fundamentales; especialmente la atención y la reflexión que conducen a una adecuada capacidad crítica y a la elaboración del criterio personal. Tenemos mucha tarea por delante en nuestras aulas.