LA ESCUELA COMO HOGAR DEL ASOMBRO

¿Qué imagen te viene a la mente cuando escuchas la palabra escuela? Tal vez aulas, horarios, libros de texto, exámenes, timbres que marcan el inicio o el fin de las clases. Pero… ¿y si te dijera que, en su origen, esta palabra no tenía nada que ver con la rigidez ni con la obligación? Según el Breve Diccionario Etimológico de Corominas[1], la palabra escuela proviene del latín schola, «lección, escuela», que a su vez procede del griego σχολή (scholḗ), cuyo significado original era ocio, tiempo libre, estudio, escuela.

¿Cómo se relaciona el ocio, el tiempo libre con la escuela y los estudios? podrían preguntarse hoy nuestros estudiantes, para quienes la palabra «estudio» suele asociarse más bien con obligación que con disfrute. Para profundizar en este matiz, el profesor Francisco Arenas‑Dolz[2] en Los trípodes de Hefesto nos recuerda la tríada aristotélica:

Además del descanso (anápausis) y del trabajo (ascholía), el ser humano necesita un espacio de libertad donde realizar actividades desinteresadas: eso es el ocio (scholḗ). Mientras que descanso (anápausis) y trabajo (ascholía) responden a lo que necesitamos para vivir, el ocio (scholḗ) es el tiempo en el que cuidamos nuestra espiritualidad, cultivamos la curiosidad y el asombro. Es la diferencia entre simplemente sobrevivir y realmente vivir, entre pasar los días y saborearlos.

Ese scholḗ griego no era un tiempo vacío ni improductivo. Era el tiempo libremente elegido para cultivar el pensamiento, dialogar, preguntarse por el sentido de la vida. La escuela era, por tanto, el lugar donde se empleaba el tiempo libre para crecer como personas. Era un espacio de preguntas más que de respuestas, de deseo de saber más que de presión por rendir.

Volver a una escuela que inspire

Con el paso del tiempo, scholé fue perdiendo esa conexión con el ocio entendido como espacio fértil para la reflexión y la creatividad. Hoy, muchas escuelas se viven —y se sufren— más como espacios de producción, aceleración y exigencia que como lugares de encuentro con el conocimiento, con los demás y con uno mismo. Pero recuperar la etimología de escuela no es un gesto nostálgico, es una invitación a reimaginarla como lugar de libertad interior, de pensamiento crítico, de cultivo del espíritu, de desarrollo de la imaginación, en definitiva, un espacio de humanización.

Si acogemos de nuevo ese sentido original, podríamos:

  • Crear espacios para el asombro: momentos de silencio, de escucha o de preguntas que inviten al pensamiento, no solo a la respuesta correcta.
  • Fomentar tiempos de reflexión: debates y trabajos colaborativos sin la tiranía del reloj, donde el proceso valga tanto como el resultado.
  • Cultivar la libertad: permitir que el alumnado explore, se equivoque y construya conocimiento desde su propia curiosidad.

Escuela y vocación

Educar desde el scholé es mucho más que transmitir contenidos: es sostener la vida, acompañar procesos, cultivar humanidad. Es comprender que nuestros estudiantes no solo tienen derecho a aprender, sino también a sentirse escuchados, valorados y cuidados.

  1. Acompañar para vivir bien

Volver al sentido original de escuela nos invita a diseñar espacios donde el aprendizaje se viva como un acto de cuidado. Para ello, podemos:

  • Cuidar los comienzos y los finales: breves rituales de bienvenida o despedida —una pregunta compartida, una respiración consciente o una palabra de agradecimiento— que ayuden a habitar el aula como un espacio seguro.
  • Escuchar con intención: promover tutorías, círculos de diálogo o momentos de reflexión donde los estudiantes puedan expresar lo que viven dentro y fuera de la escuela.
  • Respetar los ritmos: dar margen para el error, para volver atrás y redefinir caminos, porque educar es acompañar, no acelerar.
  1. Cultivar la curiosidad y el compromiso

Una escuela que educa desde el asombro es una escuela que despierta preguntas. ¿Cómo lograr que el conocimiento vuelva a ser deseado?

  • Diseñar preguntas que no tengan una única respuesta: abrir las puertas al pensamiento crítico, a la investigación y al descubrimiento compartido.
  • Vincular el aula con la vida: proponer proyectos con sentido, como el aprendizaje-servicio, que conecten los saberes con necesidades reales del entorno.
  • Favorecer la autoría: dar al alumnado oportunidades para tomar decisiones, crear, equivocarse y aprender desde lo que les importa.
  1. Celebrar el tiempo como regalo

Recuperar el scholé es también recuperar la posibilidad de habitar el tiempo de otro modo. Frente a la prisa y la productividad, la escuela puede ofrecer pausas que alimenten la espiritualidad:

  • Espacios sin nota, pero con sentido: actividades de arte, lectura libre, escritura creativa o conversación filosófica que alimenten el deseo de saber y de expresarse.
  • Micro-pausas con alma: detenerse unos minutos para observar, respirar o escuchar una canción puede ser un gesto revolucionario en medio del ruido.

Tal vez el mayor reto sea este: convertir cada aula en un hogar de curiosidad y cuidado, donde el aprendizaje sea un tiempo libre que nutra el alma. Hacer de la escuela un lugar donde dé gusto quedarse.


[1] Corominas, J. (2012). Breve diccionario etimológico castellano e hispánico. Gredos.

[2] Arenas Dolz, F. (2005): Los trípodes de Hefesto. Actas del V Simposio de la Red Renta Básica “La renta básica de ciudadanía, fundamento para la libertad efectiva”, Valencia, España, Octubre, 2005, 1-22.

Isabel Gómez Villalba
Docente e investigadora en la Universidad San Jorge. Centrada en la innovación educativa, investigo y diseño experiencias pedagógicas tanto para la integración y desarrollo de habilidades espirituales en el proceso de enseñanza-aprendizaje, como en el estudio y la implementación de proyectos de aprendizaje–servicio.