La frase del título la pronuncia Joana Vilapuig, actriz que interpreta la Juana de Arco de Marta Pazos en Nave 10 de Matadero. En medio de una puesta en escena sugerente, siete mujeres ponen voz al drama en el que suena más la música que la palabra. Pero cuando la palabra hace acto de presencia retumba en el interior y llega a la butaca. Vivir es romperse. Y como si fuera un resorte, pienso en el grano de trigo que cae en tierra y muere para dar fruto. Y desde ahí entiendo cómo la vida nos va rompiendo, a veces dejándonos heridas y grietas, y otras abriéndonos a una nueva vida. La vida que se rompe y la vida que se abre. Como la de Juana de Arco, como la de tantas mujeres a lo largo de la historia que dieron su vida por sus ideales a pesar de que fueran insultadas, maltratadas o marginadas.
He estado unos días en Valladolid cubriendo la Seminci y una de las películas que más me ha gustado se llama Bob Trevino Likes It de la directora Tracy Laymon. Uno de los personajes de la película le dice a otro: «Tu vida está rota, pero te va a ir bien». En ese momento no sabe que su presencia va a ser el motivo fundamental por el que le cambiará la vida. La presencia de los otros es normalmente el motivo por el que cambian las cosas a nuestro alrededor. Los que acompañan, los que están, los que no se pierden en el camino. Y, a veces, ocurre como en esta película, que quien se convierte en familia es casi un desconocido.
Me acuerdo de la frase «Siempre he creído en la bondad de los desconocidos» que dice Blanche DuBois en Un tranvía llamado deseo de Tenesse Williams. También lo dice Uma Rojo, el personaje que interpreta Marisa Paredes en Todo sobre mi madre de Pedro Almodóvar. Y como la vida va trenzando realidades, en su última película, La habitación de al lado también habla del cuidado, de la empatía y de la amistad. Tilda Swinton y Julianne Moore están espléndidas interpretando a esas amigas. De una amistad reencontrada que se abre con total generosidad a la llamada del otro, aunque se rompa por dentro para hacerlo. Vivir es romperse, vivir es dar fruto.
Si nos paramos en la acepción del término, romperse puede ser sinónimo de morir. Al morir nos rompemos y haciendo ese camino nos orientamos hacia el lugar que ocupa y lo que supone enfrentarse a ella. La muerte. He visto a los personajes de Tierra, la obra de Sergio Blanco que pasó por el CDN y que también se puede leer en la edición de Punto de vista editores; a los protagonistas de Polvo serán de Carlos Marques-Marcet o la novela Las fracturas doradas de Paloma Díaz-Más. Me queda aún por ver Los destellos de Pilar Palomero. Todas estas obras tratan sobre cómo la vida se rompe con la muerte y las distintas maneras que tenemos de acercarnos a ella. En todas hay una ruptura, una pérdida y un renacimiento. Todas me las he encontrado en el camino en este otoño construyendo un diálogo interior que ilumina mi propio duelo. Ha pasado un año de casi todo. El tiempo no hace más que alargar las pérdidas en búsqueda de la luz.
Vivir es romperse, revestirse de esperanza a pesar de los envites. ¡Qué bonitas y clarificadoras las palabras de Serrat en los Premios Princesa de Asturias! ¡Qué profundas las de Ana Blandiana, la poeta rumana que habla de resistencia, de otro mundo posible, de otra realidad en el horizonte! Uno y otro, con muchos otoños a cuestas, siguen siendo faro en medio de este mundo complejo, aportando algo de luz, un mucho de esperanza, una pizca de sentido común. Vidas que se han ido rompiendo, ajadas por el camino, apoyadas en el misterio de la poesía, de la canción y de la vida. Seguimos necesitando testigos de esta esperanza. Quizá el año de júbilo que se avecina nos convierta en peregrinos de esa presencia.