Empiezo por Najwa Nimri que ha estrenado últimamente la extraordinaria película La virgen roja de Paula Ortiz, en la que interpreta a Aurora Rodríguez Carballeira junto a Alba Planas que hace de su hija Hildegart. Una vuelta a la misma historia que ya transitara Almudena Grandes en su novela La madre de Frankenstein. Pero traigo a colación a Najwa por unas declaraciones que ha hecho durante la promoción de esa cinta en las que habla de que hay un momento de la vida en el que hay que saber elegir bien con quién estas, quién quieres que esté a tu alrededor y quién te acompaña en el camino. Que eso no se puede saber a los 20 pero sí a los 50. Me hace pensar en lo que dice y me lo llevo a mi vida. Lo rezo.
Y en este tiempo, entre un post y otro, voy viviendo, intentando aterrizar en la vida, en el lugar, en el espacio. Y siempre, aunque torpemente, intento vivirlo desde dentro, haciendo de nuevo rutina, encajando estos tiempos con las nuevas tareas, los nuevos paisajes y los horizontes. El año pasado encadené varios duelos, algunos que van de paso y otros que aún tienen recorrido. Hoy, un año después, soy consciente de que algunas ausencias siempre formarán parte de nosotros. Se adhieren a nosotros y cambian la vida de manera radical. Y me viene a la mente ese requiebro que hace Teresa de Jesús en su Libro de la Vida: «A partir de aquí es una vida nueva». Ella lo decía por el impacto de Dios en su vida. Pero la vida, nuestras vidas, a veces también cambian de manera irremediable después de acontecimientos inesperados, dramáticos o simplemente triviales. A veces todo se tuerce, y se revela, a la vez, en un simple tropezón.
En esos cambios, hay personas que nos dejan y no pasa nada. Aunque duele al principio, después es como si nunca hubieran estado. Otras, sin embargo, significan tanto que es imposible volver a llenar el espacio que dejaron. Estas últimas dejan hueco. Las primeras nunca estuvieron o solo de manera ficticia, no real. A nosotros nos toca distinguir y llenar los huecos. Los huecos de las pérdidas solo se pueden llenar con amor. Porque al final es el amor el que lo llena todo. Y desde ahí se entiende todo y se recoloca la vida.
Y vuelvo a pensar en las palabras de Najwa y en la serie Rapa, que acabo de terminar, en la que Javier Cámara y Mónica López nos regalan tres temporadas que son una joya y en la que visualizan el proceso de ELA que tiene el personaje de Cámara. Él, igualmente, elige con quién quedarse, las personas que quiere que le acompañen en los últimos momentos de su vida. En la serie se pisan umbrales y se descubren márgenes. Quizás sea el precio que lleva consigo el caminar hacia el centro.
Luisma comentaba en un retiro que “los márgenes nos salvan”. De nuevo esa palabra me llega y se instala. Lo pienso y me reafirmo. Ya escribí sobre ellos en un libro que llamé Extravíos (San Pablo, 2020) y no pudo ser más premonitorio, pues su salida al mercado y su difusión estuvo mermada por la pandemia, el mayor extravío que hemos vivido como sociedad en las últimas décadas. El libro se quedó en el limbo, como nos quedamos nosotros cuando no sabemos por dónde nos vienen los tiros. Y eso, normalmente nos pasa cuando nos encontramos con algún margen en la vida cotidiana. Y hablamos de unos márgenes condicionados y muy determinados por el contexto y por este “realismo capitalista” que tan bien nos contó Mark Fisher. Apenas rozamos la epidermis de los márgenes para, luego, volver al calor de nuestro hogar. Pero, aun siendo así, solo el tocarlos nos ayuda, al menos, a tener conciencia de estos. Y eso, aunque no es suficiente, a menos es un paso.
Los márgenes nunca son fáciles. Son territorios de frontera y también de salvación. Ambas realidades nos tocan, pero nos da miedo acercarnos, acogerlas, hacerlas nuestras. Sin embargo, si nos paramos un poco hay muchas maneras de que esos márgenes acaricien nuestro planificado mundo y lo cambie y lo haga más humano, más solidario, más inclusivo. Y no solo sustentado con “grandes y huecas palabras” que se nos acaban atragantando. Los creyentes tenemos un modelo, un guía, al propio Jesús, que comparte una palabra viva y eficaz, una palabra que da vida y que se pronuncia desde y para los márgenes. Y como no acabemos de entender esto, difícilmente cambiará nuestra vida. Me paro, hago silencio, sigo rezando.