¿Y si cuando soy siendo

me quedo inmóvil

y en la quietud desaparezco

y dejo de ser lo que soy

lo que he sido

y lo que siendo seré?

Por mucho que lo intentes, no te puedes desprender de ti, de tus impulsos, tus contradicciones ni de tu propia historia. Tus ojos han visto un mundo que pertenece a tu memoria, distinta a la de otros que incluso fueron testigos de los mismos acontecimientos que tú. Y eso es porque la forma que tienes de mirarte y de mirar tiene tu alma retenida entre los conos y los bastones de tu retina.

Un alma llena de caricias y cuidados, colmada de amor y de besos. Pero una alma tintada, también, de ocasos de otros, de sueños incumplidos de aquellos que terminaron de aquilatarla con sus propios recuerdos.

Proyectarse en otros y para otros sin recorrer el camino de vuelta, sin revisarse el equipaje aboca, sin duda, al azar en el paso, a la continua sucesión de aciertos y de errores sin patrón ni guía.

A estas alturas de la vida sabes, como yo, que existes para otros, que lo que haces repercute en los demás, que tu influencia es significativamente importante, sobre todo, para aquellas personas que dependen de algún modo u otro de ti. Tu cuerpo les habla, tus gestos, tus palabras, tu sonrisa son relevantes porque definen la sombra que plasmas en el suelo del día a día.

Proyectamos puntos en el espacio de las personas y en el tiempo que conforman nuestra propia imagen unificada en los ojos y el corazón de los demás. Quizá eso es lo que descubrió Georges Seurat, el creador francés del “neoimpresionsimo puntillista”. La técnica empleada en El Sena visto desde La Grande Jatte de 1888 es posible que nos intente explicar cómo cada uno de los puntos de luz y color que conforman nuestra visión de todo lo que nos rodea está abarrotada de inputs colectivos. Los tuyos también dibujan paisajes y entre todos dibujamos el mundo que es hoy.

Si proyectarte puede ser poder viajar en el tiempo de tus expectativas y conformar la imagen que quieres llegar a ser, entonces estamos a tiempo de provisionarnos bien de lo que vamos a necesitar en este viaje que, aunque comenzó hace un tiempo, empieza de nuevo cada día, cada instante en el que respiras.

 ¿Quién quieres ser para ti? No sé si te lo has hecho esta pregunta. Estamos acostumbrados a formularnos más bien quién queremos ser para los demás. Y aquí está lo sorprendente. La luz del sol que llega al rincón del Sena en el cuadro de Seurat y el que llega a los rincones de tu existencia no viene para hacer nada, simplemente es y siendo ilumina, proyecta, calienta y da vida.

El sol que no se ve pero está lo es porque en él se producen explosiones nucleares internas y sigue siendo uno, sin dejar de ser el mismo, sin desintegrarse porque, a su vez, la fuerza de la gravedad lo equilibra. Está en continua lucha y en continuo cambio porque ese devenir es lo que lo define.

También la presión continua de la gravedad le hace mirarse a sí mismo y deja sitio y expresión a la aceptación de las llamaradas que nos conducen a menudo al egocentrismo cautivador y autodestructivo, a la vanidad arrogante y deformadora, a la envidia cegadora y empobrecida de ingratitud. Y las acepta y las confronta a otras lenguas de fuego: al altruismo que desenreda y construye, a la humildad que nace de una retrospectiva sanadora sobre nuestra propia ignorancia y a la generosidad que enriquece el aire y transforma todo lo que toca.

Si quieres proyectar, proyectarte; sé como el sol que, sin pretenderlo, nos muestra quién fue, es y será.

*La obra de arte es El Sena visto desde La Grande Jatte, de Georges Seurat, Museo de Arte Moderno, Nueva York, Estados Unidos.

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