Voy a empezar informándoos de un detalle que os puede servir de cara al próximo verano (luego no digáis que no os ha dado tiempo para ponerlo en práctica): si alguien quiere hacer “operación bikini”, en vez de ponerse a dieta y pasar hambre, lo mejor que puede hacer es marcharse a la Luna, porque allí nuestro peso es menor. Otro motivo para hacer caso a las películas de ciencia ficción y darnos prisa en colonizarla. ¿Y cómo es eso de que pesemos menos en la Luna? ¿Qué extraño suceso ocurre para que uno salga de la Tierra con un peso y en la Luna tenga otro? ¿Se adelgaza en el camino? ¿Ocurre algún tipo de fenómeno “brujo-físico” que hace posible tal hecho? ¿Vamos a tener todos que ir a veranear a la Luna para que la ropa de baño nos siente mejor? 

Nooooooo, evidentemente no es nada de eso. Lo que ocurre es lo que nos pasa a todos con el concepto “peso”: que lo confundimos con la masa. Cuando decimos eso de que “pesamos 40 kg”, en realidad lo que queremos decir es que nuestra masa es de 40 kg y el valor del peso es, en realidad, de 392 N (N de Newton).

 

El peso es la fuerza con la que la Tierra atrae a un cuerpo, y es el producto de la masa de dicho cuerpo por la aceleración de la gravedad. Como la aceleración de la gravedad es distinta en cada planeta, un cuerpo puede pesar diferente en un planeta que en otro. Y, efectivamente, en la Luna nuestro peso sería de, aproximadamente, un sexto del de la Tierra. 

No sé si a estas alturas del artículo os he hecho mucho lío, pero que conste que solo he querido:  

  1. Llamar la atención sobre cómo usamos ciertos conceptos en la vida diaria y lo alejados que están de lo que realmente son. 
  1. Reflexionar acerca de cómo el “peso de lo que somos” puede variar según dónde estemos. 

Relacionado con esto último, pregunto: ¿no os ha pasado nunca que os sentís diferentes según si estás en un ambiente o en otro? Yo sí, mucho, y muchas veces. No tiene nada que ver con fingir ni aparentar. Ni siquiera hago un esfuerzo para cambiar de lo que soy realmente a lo que soy en ese entorno determinado.  Simplemente no soy la misma persona, o no me sale ser la persona que realmente soy. En tres palabras: no me hallo.  

La gravedad, esto es, la aceleración con la que me muevo hacia algo que ejerce una atracción sobre mí, es diferente en un ambiente que en otro. Y cuanto mayor es la atracción, mi persona toma más peso, más se asienta, más se confirma, más auténtica se muestra. De lo contrario, si esa atracción de la que hablo es pequeña, mi persona “voletea” sin focalizarse ni centrarse en nada, como “voletea” un astronauta en la Luna.  

Muchas veces somos lo que nos dejan ser, o lo que nosotros mismos nos permitimos a nosotros mismos ser. Pero somos más nosotros en cuanto estamos en el “lugar vital” donde sentimos más fuerte la atracción hacia aquello que nos asienta como personas. Quizás eso sea la vocación, la llamada que todos experimentamos en nuestras vidas para ser más “yo” y menos lo que el mundo me va insinuando que debo ser a través de mensajes no consistentes, que varían según dónde te muevas. Buscar tu centro, tu ser, “el peso verdadero de tu persona” requiere mucho discernimiento, mucho dejar de ir de acá para allá, flotando sin arraigar, tonteando con la vida. Y en cuanto notas que has tomado tu existencia en peso, más seguro te vas sintiendo para responder a lo que eres y ante los que te rodean. 

Ser cristiano comienza por sentir esa atracción poderosa hacia la persona de Cristo. Su llamada puede ser como una aceleración de la gravedad de valor elevado que te atrae hacia Él. Te diriges a Él casi sin pensarlo, dejándote llevar porque percibes que es en Él donde todo tu ser y tu existencia cobran sentido. En Él y con Él descubres que tu yo auténtico tiene más peso que otros “yoes” que han ido por ahí, de sitio en sitio, de prueba en prueba, “de planeta en planeta”. Con Cristo te arraigas en la vida con firmeza, con seguridad, con estabilidad y capacidad para moverte con verdadera libertad.  

Así que es bueno ser conscientes de dónde encuentras eso que te consolida como ser humano. En mi caso es mi “ser cristiana” quien me lo va proporcionando poco a poco. Todo lo demás son exploraciones interesantes, necesarias, que completan mi visión del universo… pero que no me ayudan a pisar con firmeza, sino que me mantienen en suspensión, en un “voleteo” como el que mencioné antes. Divertido, sí. Curioso, también. Pero inestable, porque aún no he llegado al “planeta” al que fui llamada a habitar.