En ocasiones hay que encontrar el impulso para comenzar una nueva actividad o un nuevo proyecto. Esa pequeña llama que enciende el fuego de la entrega posterior. Y esto en la vida y en el quehacer más cotidiano. Siempre necesitamos de la ayuda de alguien para comenzar o como creyentes, de la ayuda del Espíritu, para poder en pie las palabras y los hechos que nos llevan a la misión.
En este caso, hace ya un tiempo que quería dedicar unas palabras a la experiencia de hacer el camino de Santiago que he vivido este verano, pero no encontraba el anclaje en el que apoyarme para comenzar a escribir. Y me lo dio, no sé si la Providencia o la casualidad, la lectura de la última columna de Ana Iris Simón titulada «No viajar, no leer, no hablar» en la que habla de las experiencias verdaderas y del cúmulo de experiencias. Más que hacer un comentario de esta les invito a que la busquen y la lean; yo, mientras tanto, me apoyo en su tesis para describir la experiencia del camino.
Tabula rasa
La tesis y el título de la columna pivotan sobre esta frase de Pablo D`Ors que se encuentra en su libro Biografía del silencio: «Todas nuestras experiencias suelen competir con la vida y logran, casi siempre, desplazarla e incluso anularla. La verdadera vida está detrás de lo que llamamos vida. No viajar, no leer, no hablar: todo esto es casi siempre mejor que su contrario para el descubrimiento de la luz y la paz».
Estoy de acuerdo con ello y por eso, al describir mi experiencia no quiero caer en los tips o los checks, que nos hemos impuesto a la hora de realizar visitas, emprender caminos o elegir destinos. La sociedad capitalista con toda su parafernalia nos conduce deliberadamente hacia los lugares que le interesa (los del mercado) cada vez que emprendemos un viaje. Confieso que he caído en la red visualizando antes de comenzar mil reels con consejos varios para el camino, he visto a tiktokeros ofreciéndome cosas que no podía dejar de hacer, normalmente relacionadas con la gastronomía o la fotografía. Pero cuando empezamos a andar, todo eso hay que dejarlo a un lado y ponerse en modo tabula rasa para que la vida pueda escribirse desde cero.
Soledad, silencio y secreto
En una de las iglesias del camino, un sacerdote nos recordaba las reglas de peregrino antiguo. Y decía que el peregrino tenía que hacer el camino solo, sin compañía alguna; no decírselo a nadie, o sea, guardarlo en secreto y, durante el camino, guardar silencio. Con solo estas tres reglas de peregrino antiguo nos podemos hacer una idea de cómo ha cambiado la historia en comparación con las expectativas del peregrino o “turigrino” actual. En la actualidad el camino se ha convertido en una experiencia más grupal que personal; en una de las experiencias que hay que hacer una vez en la vida y que, por tanto, tiene que ser informada a cada minuto en estados e historias de las redes sociales y donde la fiesta y el encuentro prevalecen sobre la soledad y el silencio.
Escribiendo estas líneas me vienen a la mente las virtudes o propiedades del pájaro solitario de san Juan de la Cruz que también hacen hincapié en los valores de la soledad, el silencio y la vida escondida frente a la sobrexposición a la que esta sociedad nos empuja sin remedio. Y pienso en mi propio hacer y en el entramado en el que a veces me meto dejándome llevar por las reglas no escritas de la actualidad, olvidándome de la verdadera fuente. «Aquella eterna fonte está escondida…» que nos recordaría de nuevo el santo carmelita.
Desde dentro
No ha sido para mí la primera experiencia a la hora de hacer el camino, sino que repito, veinticinco años después, la misma ruta. Desde Sarria (Lugo) hasta Santiago. Después de todo ese tiempo ha cambiado tanto la fisonomía del recorrido como la experiencia vital de quien camina. No es lo mismo mirar la vida desde el balcón de los veintisiete a hacerlo desde el parapeto de los cincuenta y dos. Sin embargo, una y otra vez, a pesar de los condicionamientos externos, diferentes en cada caso, se repite una misma constante. Que este recorrido no es una experiencia más, sino una experiencia vital. Si nos arriesgamos a vivirla desde dentro, dejando a un lado todo el celofán con el que envolvemos lo importante, el camino se convierte en epifanía de la propia vida. Una suerte de metáfora del camino que todos hacemos, peregrinar en busca de un abrazo. En Santiago, el del santo. En la vida, el de los hijos pródigos que están deseando encontrarse con el Padre que nos espera al borde del camino con los brazos abiertos.