9 DÍAS
En el centro del verano me he permitido unos días de retiro, un espacio de silencio y seguimiento que viene bien para hacer balance, dejarse interpelar y engrasar la maquinaria que el día a día pierde elasticidad. Los ejercicios han estado dedicados al seguimiento de Jesús y hemos tenido como eje el Evangelio, como no puede ser de otra manera, para hacer ese camino.
La casa
La casa de oración y espiritualidad Haitzur está en Eguino, un pequeño pueblo de la provincia de Álava rodeado de montañas que regala un ambiente propicio para el silencio y el encuentro. La casa la regentan las Mercedarias de caridad que han tenido el buen tino de hacer un espacio maravilloso por su ejecución y su cuidado. La casa es obra de los arquitectos Nogué, Onzain y Roig y no he visto un espacio espiritual hecho con más esmero y cuidado. Todo fluye, nada desentona. La decoración, los muebles, los materiales, los colores, los jardines. Hasta lo que pueda parecer más anodino como las sábanas, los manteles o las servilletas siguen un patrón de estilo y de color para buscar tonos neutros que ayuden a centrarse en lo esencial. Casos como este me confirman que cuando las cosas se hacen con sentido y buscando un fin no puede nacer nada más que armonía. Lo malo es que esta casa es un oasis en medio de tantos espacios sin espíritu.
Cielo y tierra
Ya Jesús en el Padrenuestro, cuando nos invita a rezar al Padre, une ambas realidades. Y aquí mirando a los montes, en los días nublados, cuando las nubes están bajas y los tocan es como si el cielo se acercara más a la tierra. ¡Qué bien hace mirar a la naturaleza, disfrutar del paisaje, alabar a Dios por sus criaturas! Aunque sea de vez en cuando.
Las capillas
El espacio abierto a la oración de las capillas de la casa es sencillo. Pocos elementos y apenas dispersión para centrarse en lo esencial. Las pinturas de José Urquizu no sobran, aportan, como esa Trinidad que acoge al orante en la capilla de arriba, o esos montes duplicados que sirven de retablo de la capilla grande.
El silencio, todavía
Menos mal que buscamos el silencio, no como estética, más como la ascética de ponerse a tiro y dejarle hablar a Él. A veces es nuestro propio ruido ensordecedor el que limita la escucha y la recepción de la palabra del otro. El silencio posibilita y amansa, desinstala y centra. Y también duele si no sabemos integrarlo en nuestro quehacer. Cuesta hacer silencio. Y cuando lo haces cuesta dejarlo. Las propias contradicciones de nuestra vida.
Ponerse a tiro
Cuando hacemos silencio y nos disponemos a que la Palabra nos hable ya tenemos medio camino hecho. El resto será cosa del Espíritu. Él se encargará de acompañar, insuflar y enviarnos a los lugares que más necesitemos. Cuando uno se pone a tiro comienza un viaje tan apasionante que ninguna Agencia de Viajes de nivel podrá nunca ofrecernos. Y lo mejor que aquí no suele haber aglomeraciones ni colas.
La mitad
A veces uno tarda en entrar. Se hace el remolón. La loca de la casa no lo deja. El silencio te come, pero Dios sabe buscar el momento justo para entrar, solo debemos tener la puerta entreabierta y la voluntad de hacerle paso. A mí, estos ejercicios han tenido que llegar el ecuador para que ese momento se dé. Cuando piensas que ha sido una pérdida de tiempo, que no acabas de entrar, cuando nacen inclusos deseos de irte. De repente, viene Dios y lo recoloca todo. Solo hay que tener paciencia y confianza. Y darnos cuenta de que no depende de nosotros.
La puerta estrecha
Quizás no sea la mejor manera de entrar, pero es la que nos pide el Señor que utilicemos. La pequeña puerta, la más estrecha. Y eso supone que nos hagamos más dóciles, más humildes, más disponibles. Cuando nos damos cuenta de que la dinámica del Señor con nosotros es la de abajarse, la de adaptarnos a sus maneras, la cosa cambia. Todo vuelve a integrarse de otra manera. ¡Cuántas veces nos hace el Señor el regalo de la conciencia!
Desbordamiento
Enfrentarse al Evangelio, a la Buena Noticia, al reinado de Dios, al señorío de Jesús siempre nos desborda, lo miremos por donde lo miremos. Confrontarnos con su palabra, dejarnos tocar por ella es un riesgo en esta sociedad hiper protegida en el que vivimos. No tenemos factor 50 para sus parábolas, ni solución para pieles sensibles contra las bienaventuranzas, no hay solución testada para afrontar el Padrenuestro. No podemos utilizar medias tintas ni racionalizar todos nuestros pasos. Y sin embargo lo hacemos todo el tiempo. Lo hago todo el tiempo. Pero siempre sale a nuestra ayuda el Espíritu, que nos ayuda a configurarnos con el Hijo, a dirigirnos al Padre, a navegar en el proceloso mar del desbordamiento.
Volver a Galilea
Quizás el desafío que nos queda sea volver a Galilea, encontrarnos de nuevo con la misión encomendada, con nuestras oscuridades y nuestros descubrimientos, con la felicidad de poder seguir haciendo camino y llevar por bandera el testimonio de Jesús como única bandera que ondea en nuestro corazón. Volvemos también a la cotidianeidad, a la realidad menos heroica, a los problemas habituales, los propios y los ajenos, a mirar cara a cara al prójimo e intentar calmar sus dolencias, a acompañar, a ser acompañados, a vivir. Con Él. Desde Él. Hermoseados por su presencia.