En medio de esta canícula, a veces agobiante, a veces sorpresiva, mientras seguimos dándole vueltas a las cosas desde el enfrentamiento y la polarización, cuando nos desdecimos de valores e ideas por intereses espurios, en medio de todo este charco, me encuentro con nueva carta del papa, la que está dirigida a los formadores de los seminarios para que no echen de menos la literatura como camino para la maduración y el proceso de los seminaristas. 

Me ilusiona porque es un camino que a mí personalmente me ha servido para crecer humana y afectivamente, aspecto este que en muchas ocasiones ha brillado por su ausencia en el periodo de formación. Me ilusiona que el papa ponga en valor la literatura y la poesía (la cultura en general) porque han sido instrumentos valiosísimos en el engranaje de lo que soy hoy. A Eusebio Calonge les gusta llamar a todos estos instrumentos, «nutrientes», y el papa Francisco habla de digestión. Quizás no anden tan lejos uno del otro en sabiduría y en búsqueda de Misterio. 

Me ilusiona especialmente porque lanzarse por los derroteros de la literatura formándote como sacerdote no es un camino demasiado transitado. Pareciera que hay que vivir la preparación con la intensidad de la Filosofía o de la Teología, y que, con mucho, nos podemos alimentar de lecturas espirituales. En ocasiones, y en ciertos ambientes, se demoniza incluso que alguien pueda leer otras cosas fuera de esos campos. 

Recuerdo ahora que mis comienzos lectores fueron intensos, allá por los últimos años de EGB me enfrenté a Luces de Bohemia de Valle Inclán y no sé por qué esa elección, pero de ahí nació un cuento ilustrado que aún conservo. Tuve la suerte de contar con la extensa biblioteca de unos primos que me prestaron joyas como Viento del Este, viento del oeste de Pearl S. Buck que fue una de mis primeras lecturas de 1º de BUP en ese afán acumulativo de leer libros a cambio de positivos. Hasta veinte pude leer ese año y que no sé cómo redundaron en mi calificación en forma de puntos.

Pego un salto a mi tiempo de estudiante de Teología en Granada y recuerdo muy perfectamente lecturas que me hicieron mucho bien como Una pena observada de C. S. Lewis que conservo en una edición preciosa, Corazón tan blanco de Javier Marías, El desencuentro de Fernando Schawrtz, La escala de los mapas de Belén Gopegui o la poesía de Luis García Montero. Casi todos han sido después autores de cabecera que he seguido en el tiempo y han ido construyendo con muchos otros ya en mi etapa de sacerdote la persona que soy hoy. Muchas de sus historias, deseos, desvelos y sentimientos fueron y siguen siendo espejo de lo que uno va consiguiendo en el camino. Por ello estoy muy contento de esta defensa o puesta en valor de la literatura por parte del papa Francisco como manera de conocimiento y profundización en nuestras vidas. 

Sin embargo, me queda el regusto amargo de que el papa tenga que poner el acento en algo que debiera ser obvio y natural en nuestras instituciones. Y desde ese punto me preocupa que no lo sea en algunos seminarios o procesos de formación, y que la lectura vaya perdiendo el espacio necesario para la crítica y para la relación con la realidad en la que después nos insertamos y de la que no podemos huir. ¡Qué más profundo e insondable que el corazón humano! ¡Qué manera tan hermosa que conocerlo que a través de la expresión y la belleza de la palabra! 

Porque el camino que es cicatero con la lectura, que no ayuda al crecimiento, ya sabemos a dónde nos lleva. Al punto en donde estamos ahora en la sociedad, en la Iglesia y en la vida: a esta insoportable polarización y violencia verbal que se está imponiendo, como manera de relacionarse y de interactuar con el otro. Unos y otros, los de la derecha y los de la izquierda, los de los extremos y los del centro. No podemos usar, pervirtiendo, la palabra como arma arrojadiza contra los demás, en una dinámica acumulativa del “tú más”.  Porque a la postre terminaremos tirándonos los trastos todos. Por ello, si volvemos a llenar la vida de ideas y relatos recuperaremos la cordura del sentido común, del respeto al prójimo, de la compasión con el necesitado, de la aceptación del diferente. De eso trata el Evangelio, la Buena Noticia de Jesús, en toda su radicalidad y su fuerza.

Por eso esta carta es un oasis y a la vez un signo. Quizás pase mucho más desapercibida que otras intervenciones del pontífice. Seguro que habrá opiniones para todos, pero este regalo canicular en el día de la Transfiguración (día en el que la leo) es un regalo esperanzador. Como aquella palabra del Padre en el Tabor a su Hijo Amado y a los discípulos. Como la carta que me gustaría recibir de los seres queridos que ya no están, la de mi padre, por ejemplo. Como una llamada a la lectura, a que la ficción nos ayude a comprendernos y a comprender esta vida que se nos ha regalado y que a veces perdemos a golpe de desencuentros. 

Los verbos de la vida

RECUPERARSE

Todas las personas que en el mundo han sido algo para sí y para los demás pasaron por un vendaval o una riada.

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Los verbos de la vida

PROYECTARSE

Por mucho que lo intentes, no te puedes desprender de ti, de tus impulsos, tus contradicciones ni de tu propia historia.

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Los verbos de la vida

PREGUNTARSE

¿Por qué no vivir de verdad? Como en este tiempo de descanso. ¿Por qué no preguntarse y preguntar?

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