LA EXPERIENCIA SILENTE: UN ARTE QUE SE PUEDE APRENDER

Implementar la experiencia silente en el aula puede parecer un reto difícil de conseguir, pero es un arte que todos podemos aprender. La clave está en que los docentes primero experimentemos el silencio nosotros mismos, encontrando nuestra propia motivación interna y practicando la atención plena. Al hacerlo, no solo podremos enseñar el arte del silencio a nuestros estudiantes, sino que también les ayudaremos a descubrir una dimensión profunda de su ser que es fundamental para su desarrollo personal. La experiencia silente no es una técnica reservada para unos pocos; es un camino accesible para todos, y su práctica puede transformar profundamente nuestras vidas y la educación.

Para animar a aquellos educadores que piensan que es imposible experimentar el silencio en sus aulas con su alumnado, compartimos la siguiente premisa que está en la base de toda nuestra propuesta: si hemos afirmado en anteriores entradas que el silencio es nuestra identidad, entonces no tiene por qué ser una experiencia destinada a unos pocos privilegiados, a unos pocos eruditos o iniciados. El silencio es lo que somos todos nosotros y vivirlo es un arte. La experiencia silente, como todo arte, se puede aprender. Estamos de acuerdo con Martínez Lozano[1] en que para aprender un arte hace falta motivación y práctica.

La motivación: el motor interno

La motivación evoca el motor que nos mueve por dentro. Si queremos asumir el reto de ser facilitadores de la experiencia silente en nuestras aulas, es preciso que afrontemos una tarea inicial de carácter muy personal. Debemos definir, con la mayor precisión, cuál es el motor que nos pone interiormente en marcha, cuál es mi motivación íntima para conectar con el silencio. Esta primera tarea nos ayudará, sin duda, a presentar una propuesta sugerente y seductora de la experiencia silente.

Una presentación que motive a su vez a los estudiantes a ir buscando su propio motor y a descubrir la anchura y profundidad del silencio. Proponerles hacer momentos de silencio para calmarnos, para relacionarnos con las cosas, con las personas, con nosotros mismos de una manera nueva, en la que descubramos nuestra verdadera identidad. Un silencio que sabe fundamentalmente a libertad y plenitud.

Decíamos que el silencio es el gran ausente en los procesos educativos, pero el problema no queda ahí, da un paso más. El silencio ha sido frecuentemente utilizado como herramienta de castigo («¡Cállate!, tú te quedas ahí en silencio»), por ello es importante que vayamos desactivando estas ideas y prejuicios aprendidos sobre el silencio, para que nuestros estudiantes descubran la profundidad y anchura acogedora del silencio.

La práctica: el camino hacia el arte del silencio

La práctica es la segunda condición para aprender el arte de saber/saborear el silencio. De la misma manera que aprender a tocar un instrumento requiere muchas horas de práctica, la experiencia silente también requiere practicar el medio que nos conecta con el silencio: la atención. Una atención desarrollada en dos direcciones:

  • Atender a aquello que estamos haciendo: atender a las personas, atender a los objetos que hay ante nosotros y atender a las acciones que hacemos. Mantenernos en atención plena es lo contrario a la rutina mecánica que nos desconecta del presente. Practicar un caminar consciente, un comer consciente, una respiración consciente, etc. Atender es lo contrario, en este sentido, a pensar.
  • Atender a los contenidos mentales: observarlos. No es lo mismo pensar, que darnos cuenta de que estamos pensando; darnos cuenta de que estamos pensando es atender; observar que estamos observando es atender. Es cierto que tenemos una inercia muy marcada a estar en el pensamiento, pero podemos ejercitarnos en pasar a la atención. Nosotros no somos pensamientos, tenemos pensamientos, pero somos atención. En este sentido, atención y consciencia serían prácticamente equivalentes. Los pensamientos es lo que tenemos, la consciencia es lo que somos: ¿por qué vamos a estar viviendo en los pensamientos si eso no es lo que somos? La atención nos evoca el silencio, es otro nombre de silencio, es otro nombre de identidad. Aprender a atender es aprender a estar en el silencio y solo desde el silencio se puede hacer.

Implementar la experiencia silente en el aula es un arte accesible para todos los docentes y estudiantes. A través de la motivación interna y la práctica de la atención plena, podemos descubrir y enseñar la profundidad del silencio. Este enfoque puede transformar la educación, proporcionando un camino hacia la libertad, la plenitud personal y la apertura a la trascendencia.

Isabel Gómez Villalba
Docente e investigadora en la Universidad San Jorge. Centrada en la innovación educativa, investigo y diseño experiencias pedagógicas tanto para la integración y desarrollo de habilidades espirituales en el proceso de enseñanza-aprendizaje, como en el estudio y la implementación de proyectos de aprendizaje–servicio.


[1] MARTÍNEZ LOZANO, E.: Presencia, San Pablo, Madrid, 2017.