ESA BENDITA TRANSICIÓN LLAMADA ADOLESCENCIA

Más de una vez he dicho por aquí lo mucho que me apasiona la película Contact. Siento repetirme. Parece que estoy determinada a que, a base de decirlo una y otra vez hasta el cansancio, terminéis viendo la película y, encima, sintáis la misma fascinación que yo. Perdonad mi intensidad y la hartura (“jartura”, como se dice en mi tierra).

Volviendo a la película. Hay una escena en la que la protagonista está ante un comité que tiene que decidir si la eligen o no para la misión interestelar que plantea la historia. Una de las preguntas que le hacen es qué es lo primero que preguntaría a esos seres desconocidos con los que iba a encontrarse. Ella responde: «Les preguntaría cómo lo han hecho, cómo han sobrevivido a esta adolescencia tecnológica sin destruirse». Siempre me pregunté: ¿adolescencia tecnológica?

Hablando en tono de humor y sin ánimo de ofender, un adolescente es un “proyecto de persona” que está cociéndose poco a poco. Alguien que va mostrando pinceladas de quién es, cómo quiere ser y dónde quiere situarse en la vida; y que lo hace como aquel que está en una caseta de feria, con una escopeta de perdigones con la que no atina a dar en el blanco. 

¿Podríamos hablar de la adolescencia como esa especie de mar turbulento que queda entre la dulce infancia y una adultez más o menos madura? Yo creo que sí, y añado que de aguas muy turbulentas. 

¿Podríamos decir de la adolescencia que es ese periodo en el que las hormonas están de fiesta total, como si de una rave se tratara? No hay duda. 

¿Podríamos añadir que los que la viven como “efecto colateral del proceso” (padres, familia, profes…) alguna que otra vez dijeron (o gritaron desesperados) “es que está insoportable”? Absolutamente. 

¿Y que también es un periodo en el que es imprescindible que el adolescente se sienta acompañado, aunque todo el día esté quejándose? Muy de acuerdo. Es importante mantenernos cerca de ellos (nos necesitan, aunque lo nieguen mil y una veces) y, sin querer dirigir ese desarrollo según nuestros patrones, les ayudemos a que se descubran a sí mismos, saquen su mejor versión y no se pierdan en ese camino tan complicado.

Por tanto, la adolescencia tecnológica de la pregunta aquella de la película, por similitud, debe ser este periodo de transición lleno de inputs, vertiginosidad y frenesí, en el que, si nos va bien (como al adolescente que no se nos pierde en el camino), conseguiremos alcanzar una madurez sana en la que hayamos sabido colocar lo humano y lo tecnológico en los sitios adecuados, con el fin de que este nuevo paradigma nos ayude a sacar lo mejor del progreso y lo mejor para las personas.

Reflexionando sobre todo esto, me venía a la cabeza estos días el relato de la Torre de Babel. Recordémoslo: había sobre la tierra un pueblo, que hablaba una sola lengua. Primero decidieron hacer ladrillos, luego una ciudad, y luego una torre: «Construyamos una ciudad con una torre que llegue hasta el cielo. De ese modo, nos haremos famosos y evitaremos ser dispersados por toda la tierra». Llegar hasta el cielo, a la altura de Dios. Conseguir fama y diseñar un mundo a su gusto.

Pero sus actos tuvieron consecuencias: confusión de lenguas, ruptura de la unidad, dispersión por toda la tierra. La torre quedó sin construir y la humanidad dividida.

Quizás estemos ahora construyendo esa Torre de Babel, buscando convertirnos en dioses todopoderosos que diseñen un mundo a su medida, solo por el hecho de que pueden hacerlo. Quizás sea esa torre la adolescencia tecnológica que nos toca atravesar, la ocasión para ver si podremos estar a la altura de lo que ambicionamos, si lo que ambicionamos es fruto de un pensamiento en plural (para ayudar al mundo) o en singular (para satisfacer deseos personales) o si el proyecto nos come de tal manera que provoque la división de la sociedad.  

En resumen, que, tras unas 15 veces que habré visto la película, descubro como nuevo que sí, que aquella pregunta que lanza Ellie Arroway, la protagonista, era necesaria: cómo sobrevivir a toda esta nueva tecnología emergente sin destruirnos en el camino. Todo un reto. Todo un desafío. ¿Una locura, tal vez? Bueno. O la oportunidad para mejorar como especie.

A Dios le gustan los números

CUÉNTAME UN CUENTO

En esta semana he tenido la suerte de disfrutar de un café con conversación con una amiga, Rufina. Es licenciada en Física y doctora en Didáctica de la Ciencia.

ver más »