Recupero mis pasos
y acaricio mis pies en la tierra,
la de mi olivo,
la de mi almendro,
la que acuna mi angustia
y me devuelve el silencio,
la que llena de voces antiguas
nuestro tiempo.
PARA SENTIRTE
Llenarse para llenar . Llenarse de instantes de vida, de espacios, de retornos imprevistos y, a menudo, desconcertantes. Ese es el horizonte que plantea la vida. A veces la lucha por sobrevivir en un teatro imaginario, con tramoyas abarrotadas de trajes antiguos, de escritos del alma desvencijados y anacrónicos, de miradas y sombras del pasado que se mezclan con pequeñas cantimploras desperdigadas que te sacian la sed y te calman el desasosiego.
Llenar para llenarse hoy significa que es necesario vaciarse de muchas cosas que ocupan tu día a día y que achican ese espacio íntimo en el que se mueve tu yo más profundo. Quizás estés llena de ese egocentrismo que te hace imaginarte que todo gira alrededor de tus intereses, de tus propósitos, de tus necesidades. Cuando te vacías, ese imaginario desaparece.
Quizás estés llena de expectativas, de sueños planificados, de recorridos futuros que no son más que delineaciones de los propios deseos o de los deseos de otros. Quizás estés lleno de tantas cosas que no necesitas y que hoy te parecen imprescindibles. Es necesario desalojarlas de tu mochila, de tu bolso, para encontrar la calma, la serenidad y poder disfrutar de cada átomo de vida que fluctúa a tu alrededor, con sencillez.
El verano comienza y necesitas desvestirte de todas las prendas que te protegían del frío y que, en este preciso momento, te impedirían poder sentir el calor del Sol en tu cuerpo.
Lo relevante, hoy, es hacer hueco y hacerse hueco para atraer a lo consistente. Para que la vida, llena de espacios por cubrir, pueda acomodarse en tu mañana, en la que despiertas sin hora. Que pueda, ella misma, acompañarte en las sensaciones de tu piel al contacto con el aire y el agua, en la sensación de frescor de tus pies al tocar la tierra o la arena o el terrazo de tu casa.
Lo verdaderamente urgente es llenarse de luz, de serenidad, de caricias, de besos furtivos y también de besos reposados y de escucha.
Que el agua que mana de las cañerías de una ciudad cualquiera, la tuya, pueda refrescar y saciar la sed de la niña cansada, caminante eterna tal y como aparece en la pintura mural de Ciudad de México de Leonel Fernández Florez. Que nuestras entrañas escondan un rinconcito de savia para fructificar y sentir que “Agua es vida”, que siempre sacia y siempre humedece los desencuentros y la soledad reseca.
Agua que somos, que te hace flotar y sumergirte; tus dos dimensiones a espera de ser habitadas.
PARA SENTIR
En cada paso que des en tu paseo diario al trabajo, al parque, al lado del río, en la orilla del mar, trata de vaciar todo el peso que llevas dentro. Imagina que abandona tu cuerpo en cada exhalación mientras caminas toda tu preocupación y angustia aunque sean pequeñas. En cada exhalación déjalas ir despacio, soltando el aire conscientemente, y dejando que abandone tu cuerpo deslizándose por tu garganta.
En el lugar en el que te encuentres cómodo abre los brazos y trata de abarcar con ellos toda la vida que tienes a tu alrededor. Siente el calor del Sol, del aire, del viento, de la lluvia y permanece con los ojos cerrados y la frente alzada para sentir en ti la plenitud de todo lo creado. Sumérgete en el agua para rodearte de frescor y presencia. Disfruta de la quietud, el silencio y el rumor de la profundidad en tus oídos. Flota, juega y chapotea como un niño para poder sonreírle al que llevas dentro. Llénate de encuentros, abrazos, llamadas y risas. Llénate de vida, la auténtica, la que llena tu nombre.