La escuela del alma es el título de un precioso libro escrito por el filósofo Josep M.ª Esquirol y que todo docente debería leer e interiorizar. Acostumbrados a tragar deprisa y corriendo técnicas y didácticas que aligeren y faciliten aquello que nos resulta engorroso o difícil, lo verdaderamente importante a veces se nos escapa. Y eso tiene que ver con el sentido que le damos a la educación, esto es, para qué, para quién trabajamos. Apunto tan solo alguna perla que encontramos en las reflexiones de Esquirol.

“La quintaesencia de la educación está relacionada con la vida”. Cuando hablamos del cuidado siempre solemos utilizar una muletilla: “que ponga en el centro la vida”. Cuidado y educación privilegian que la vida sea vivible, que sea digna de ser vivida y que no violente ni esconda a nadie. Incrementar la vida en las aulas comporta saber escuchar el latido de esos niños y adolescentes a quienes paradójicamente se les hace costoso el hecho de seguir viviendo. Significa descifrar los códigos de unas maneras de vivir tan veloces como voraces, que consumen tantas energías y conducen a no pocas decepciones. Encantarnos y no estancarnos, será uno de nuestros lugares de escucha interior y de conversación entre profesionales para que la espiral de la vida continúe su proceso.

Cuando la educación pone en el centro el cuidado de la vida trata de que esta sea también habitable. Habitable para toda la comunidad educativa, donde no quepan acosos, abusos ni muros que separen o excluyan. Habitar es procurar maneras de vivir enriquecidas por la diferencia, el cruce y la diversidad, allí donde encontramos la clave de la inteligencia colaborativa. Hacer habitable un lugar significa desentrañar qué suerte de nosotros lo protagoniza, desenmascarando esos pequeños nosotros sujetos a cualquier forma de particularismo que corre el riesgo de excluir al otro. La convivencia, entonces, no significa que no haya conflictos; más bien trata de facilitar en el conflicto la activación de aquellas respuestas viables que nos aproximen a ese nosotros en el que quepamos todos, aunque haya desencuentros.

Por eso, ensanchar la convivencia no es reproducir el desorden social que impera en nuestro mundo. Esquirol pregunta hasta qué punto es pertinente seguir escuchando que las instituciones educativas han de estar al servicio de la sociedad. Porque de ser así, “estar al servicio” significará, una vez más, adaptarnos como sistema educativo a las necesidades económicas de un mundo desbocado. Convendrá hacernos la pregunta de si ha de ser así. Adaptarse significa ser flexible, pero, en último término, servir a los dictados del mercado. Y ya sabemos, leyendo Frateli Tutti, que el mercado no lo resuelve todo. Más aún, la experiencia nos dice que es precisamente el capitalismo más depredador el que adopta y se adapta a todo aquello que toca. Por eso estemos prevenidos, porque el cuidado, en manos del mercado, sufre serias amputaciones de sentido.

El filósofo barcelonés propone una alternativa; más que adaptar, la educación debe configurar otra sociedad posible. Al configurar damos forma a espacios y tiempos alternativos donde podamos aprender desde un cuidado que emerge como paradigma de civilización y no solo como muletilla de temporada post-pandémica. La configuración del acto educativo desde el cuidado pone en jaque el propósito que apunta hacia el modelo de persona y de sociedad que estamos consolidando en nuestro quehacer educativo. Detrás de la excesiva burocracia que progresivamente se ha ido instalando en nuestros centros educativos, hemos de preguntarnos: ¿dónde vamos con todo esto? Y no perder de vista ni la fuente ni el horizonte del cuidado. Ello permitirá no extraviarnos o, acaso, anclarnos en rutinas estériles.

Configurar la sociedad no significa renunciar al progreso, ni atrincherarse en discursos catastrofistas. Tan solo se trata de forzar las cosas para redirigir nuestras instituciones, recursos y energías hacia maneras de vivir lúcidas, atendiendo a la lentitud de los procesos y evitando toda suerte de precipitación resultadista.

Cuidar es aprender a vivir de otro modo y ello conlleva una gran responsabilidad para no llenarnos de frases huecas de sentido. Educamos para otro mundo que por ser necesario hemos de hacerlo posible.  Al cuidar configuramos alternativas pequeñas y viables desde el poder de los vínculos que desarrollan una convivencia polifónica. Así nos abrimos al asombro de lo nuevo –el cuidado-  que poco a poco vamos empujando.

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