Las ausencias nos ayudan a estar más presentes. Y me explico. La mañana del primero de mayo, lo primero que vi cuando cogí el móvil y entré en X fue la muerte de Paul Auster. En seguida, mi mente, como si fuera una cinta de casete antigua comenzó a rebobinar en mis recuerdos y comenzaron a aparecer momentos de mi vida que estuvieron marcados por la presencia de este escritor. La vida de uno también se explica por los libros que lee y por los escritores que se encuentra en el camino. Tiene algo de azar y también del hilo que va construyendo la Providencia sin que nosotros caigamos en la cuenta hasta que un resorte como la ausencia, la sensación de no encontrarte más con esa persona, la sensación de pérdida hace que volvamos a traer a la mente nuestros recuerdos. 

El primer recuerdo que tengo de Auster es un compacto de Anagrama rojo con una luna que iluminaba unas ruinas que compré en la Librería Rialto de Sevilla. El palacio de la luna fue la primera obra que leí de él y en aquel momento, con apenas veintiséis años, su mundo me cautivó. Como a muchos otros autores, a Auster me lo descubrió Belén Rubiano que se convirtió desde entonces en mi librera de referencia. De referencia vital y personal, porque nuestras vidas, en paralelo o en perpendicular, se encuentran y se desvían como si fuera una historia del propio Auster. Enganché con la Trilogía de Nueva York que leí con fruición y luego me tomé un respiro. Sin ninguna razón aparente, a veces en la vida entran otras historias y otros autores que ocupan el lugar que antes parecía exclusivo. 

Sin embargo, no lo dejé del todo, porque una frase de uno de sus libros me inspiró un relato breve. La frase era esta: Cuando nos falta algo, todo se nos transforma en una zona inmensa de peligro, una terrible pesadilla de trampas y laberintos. Durante mucho tiempo inventé el título del libro de donde procede la frase sugiriendo que pertenecía a su libro El palacio de cristal. Una mezcla de El palacio de la luna y Ciudad de Cristal. Así es la mente a veces, mezcla recuerdos, confunde las palabras como si fueran piezas de un puzle. Aunque las peripecias de Daniel Quinn y Marcos Stanley Fogg no tienen nada que ver, el mundo de Auster es tan especial que la frase podría pertenecer a cualquier de ambos libros porque es parte de su propio mundo, el mundo que creó, que sigue presente y que desde hoy se queda sin futuro a causa de la ausencia. 

El relato que escribí inspirado en esa frase se llama La esquina del orden y comenzaba así: «La vida de Zacarías era ordenada hasta que Dios se acordó de él. Entonces, dobló la esquina y ya nada fue lo mismo». Me lo publicó una amiga en la revista de la Cruzcampo y después lo incluí en mi libro Extravíos. Entre descartes y subterfugios. Pensándolo ahora creo que está inspirado en el mundo de Auster. Aunque yo, en vez de ambientarlo en Nueva York, lo hice en la ciudad de La Plata (Argentina). La ciudad más ordenada que conozco. Aunque eso fue después, ahora que recuerdo. Visité Argentina en 2007 pero cuando escribí el relato no tenía esa referencia porque no conocía la ciudad. Fue entonces, cuando lo reescribí para el libro, cuando le regalé la ciudad a Zacarías. La literatura y la vida siempre van de la mano. 

El mundo del escritor no me dejó y en los años que enseñé Filosofía a mis alumnos de Córdoba utilicé la película Smoke de Wayne Wang, cuyo guion escribió Auster, para realizar un ejercicio sobre el tiempo tal como hacía su protagonista fotografiando cada día la misma esquina de la calle. Este detalle aparece igualmente en el precioso cuento El cuento de Navidad de Auggie Wren. Ni corto ni perezoso le pedí a mis alumnos que hicieran ese mismo ejercicio, de perspectiva y tiempo, y ahí se pusieron mis queridos adolescentes atribulados a fotografiar a la misma hora y desde el mismo lugar la realidad que quisieran. Hicieron muchas trampas, pero salieron algunas propuestas bonitas. Si alguno de ellos lee este artículo seguro que recordará el ejercicio, como recuerdan mis esquemas en la pizarra.

Después volví a él con Invisible, Mr. Vértigo 4, 3, 2, 1 y alguna novela más que no recuerdo. Pero mi capacidad lectora se ha ido perdiendo con el tiempo a la par que se han ido imponiendo las pantallas y las urgencias y las prisas de este mundo. Aunque a veces, noticias como esta, no se sabe muy bien por qué, te remueven por dentro y te obligan a parar y a estar más presente. A dedicar un tiempo a escribir estas palabras que no sirven más que para aguzar la memoria y hacer presente la ausencia que nos devora. 

Los verbos de la vida

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PREGUNTARSE

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