SOBRE RAÍCES, CONEXIONES Y UN POQUITO DE ALELOPATÍA

Cuando estudié la carrera de Ciencias Químicas, estuve de alumna colaboradora en el Departamento de Química Orgánica. Para ello fue necesario pasar previamente por una prueba: una exposición sobre un tema escogido de entre una lista. Dicha exposición tuve que hacerla ante una especie de “tribunal” formado por profesores del departamento, quienes aprobarían mi admisión (o no).  No recuerdo exactamente el tema que elegí (creo que fue síntesis orgánica), pero tengo en mi memoria muy viva la imagen de unas transparencias (estamos hablando de hace más de 20 años), ilustradas con fórmulas químicas, brujas y ollas gigantes en las que ocurría la brujería. Pensé que así amenizaría la exposición a la par que hacía más asequible la comprensión del tema (qué boba, como si el tribunal no entendiera de lo que le iba a hablar).  

Esa relación que hice no fue una ocurrencia tomada al azar. La Química, en mi opinión, tiene su “punto de brujería”. No en vano, su precursora es la Alquimia: un conjunto de teorías, recetas y experimentos, con cierto halo de esoterismo, restringido a un grupo de personas que la practicaban casi en secreto (dicen que Isaac Newton fue alquimista). Bueno, sigo con el tema, que me lío.  

Cuando mis examinadores presenciaron mi exposición, la expresión de sus caras me hizo pensar que ya podía decirle adiós a la plaza de alumna colaboradora. Pero no: la conseguí. Ahora, recordando ese momento y viendo mi trayectoria vital, ato cabos y me doy cuenta de que ese fue el inicio de algo que luego se convirtió en una decisión firme: no iba a dedicarme a la Química experimental. El laboratorio quedaba descartado de mi vida. Lo mío era la Didáctica de la Ciencia y, sobre todo, comunicar. 

Bueno, pues cuando entré en dicho departamento, me presentaron los distintos grupos de trabajo, y uno de ellos era el grupo de alelopatía. La alelopatía (y cito textualmente) es «un fenómeno biológico en el que un organismo genera compuestos bioquímicos que tienen influencia sobre la supervivencia, crecimiento o reproducción de otros organismos». Digamos que es una especie de comunicación o interacción entre las plantas. Concretamente, este grupo de trabajo se dedicaba al estudio de unas sustancias químicas que segregan los girasoles. Habían descubierto que alrededor de estas flores no crecía ninguna mala hierba, y era debido a esa sustancia química. El grupo trataba de sintetizarla para poder después usarse como pesticida natural. 

Me resulta como mágico esta manera que tienen las plantas de relacionarse entre sí y con el medio. Es como si entre ellas se contaran un secreto que a nosotros, los seres humanos, solo se nos revela con el tiempo y la observación, que únicamente conocen ellas, que se entienden muy bien entre sí. Es sorprendente el poder de unas raíces que ahí, bajo tierra, escondidas, van fraguando y sosteniendo la vida. Precioso. 

Me quiero quedar con eso: la profundidad de ciertas conexiones que hacemos con otros. Son sutiles, silenciosas, casi siempre de manera aleatoria, pero tremendamente poderosas. Se suelen dar con las personas que tenemos alrededor, con las que compartimos suelo y nuestras raíces crecen cerca unas de otras, pero también con quienes las entrecruzamos de una u otra curiosa manera que te brinda la vida. Es a través de esas raíces casi enredadas entre sí como nos comunicamos de una manera más íntima, más cómplice, más efectiva, llegando incluso a que todo quede dicho con una sola mirada.  

La vida de Jesús fue un continuo echar raíces y enredarlas con las de otros; un tejer vínculos en lo cotidiano, entre los suyos más cercanos y también con quienes se cruzaba, a veces casi sin buscar cruzarse. Jesús capta lo que nadie ve, y es autor de lo que nadie ve pero transforma. Nada de lo que dijo o hizo dejó indiferente, y todo el que convivió con él sabía perfectamente que ya la vida nunca sería la misma. Ni la vida, ni la comprensión de la historia en general, ni la de la propia historia. Como las plantas a través de sus raíces, que dejan su impresión alrededor, así Jesús fue pasando (y hoy lo sigue haciendo) por la vida de las personas, transformando sus existencias, conectando con sus necesidades, alimentando sus esperanzas.  

Se entiende entonces el vacío de los apóstoles tras su muerte. No era solo la pérdida del Amigo. Era también la pérdida de esa fuente de vida inagotable. ¿Qué hacer? ¿Qué pasará? ¿Tuvo sentido haberle conocido? ¡Qué bien encajan ahora esas palabras que una vez dijo Pedro! «Señor, ¿a dónde iremos sin ti? Tú tienes palabras de vida eterna».  

Y es así. Podríamos haber pronunciado esas mismas palabras en la puerta del sepulcro, pero la resurrección es lo que tiene: que la raíz no ha muerto, que la vida sigue circulando por ella. Y así seguirá, por siempre y para siempre. Quien lo ha vivido, lo puede afirmar y anunciar.