En estos días previos a la Pascua, cuando vamos a vivir los acontecimientos previos a la explosión que la resurrección provocó en los apóstoles me ha parecido oportuno sacar este post sobre la comunicación que he titulado “portavoces de Dios”.
Además de ser el título de una obra del periodista Antoni Batista (recomendable) es una posible definición de lo que profesores de religión y catequistas sois en vuestra vocación.
Es una gran responsabilidad, pero también una gran oportunidad para poner nuestros dones al servicio del Reino.
¿Considerarnos “portavoces de Dios” puede influir en nuestra comunicación? Yo creo que sí. Porque supone sabernos canal de comunicación entre Dios y los demás, en concreto entre Dios y quienes tenemos delante. Podemos poner, en algunos casos seguro que literalmente, nombre y apellidos a los destinatarios de lo que Dios puede acabar queriendo comunicar a través de nosotros. ¡Guauuu, qué pasada!
Pues sí, amigos y amigas, si no habíais caído en la cuenta vosotras y vosotros también sois portavoces de Dios. Dios se expresa a través de cada uno de vosotros.
Somos sus portavoces con nuestra vida, con nuestro ejemplo, y también con nuestras palabras, que a veces son las suyas cuando tiramos de citas del Evangelio.
Somos sus portavoces cuando les miramos con los ojos de Dios, cuando les escuchamos como Dios quiere que lo hagamos. Cuando vemos a Dios en el otro como hacía la Madre Teresa.
Somos sus portavoces cuando somos fieles a nuestra vocación.
Es un gran honor, y creo que ser conscientes de ello nos puede ayudar a mimar nuestra comunicación, porque ya no soy yo, sino que es Cristo quien habla a través de mí (la frase no es exactamente mía, lo confieso, está adaptada de una que dijo un tal Pablo que era un buen comunicador). Por lo tanto, alegraos y regocijaos si hoy os habéis reconocido como portavoces de Dios, porque vuestra es la oportunidad de ser canal directo ni más ni menos que del mismo Dios.