Me encanta esta frase. Se la vi a alguien en un estado de WhatsApp y yo, que no soy de memorizar frases, me la quedé para siempre. Busca cielo cada día. El caso es que, en este último año, así, a lo tonto, como sin darme cuenta, me la aplico a diario. Al menos una vez al día levanto la cabeza, miro hacia arriba y me libero de las presiones de la jornada contemplando tanta amplitud. De día, de noche, con o sin estrellas, en tonos azulados, rosas, malvas, naranjas, con nubes, sin nubes… Da igual, el cielo siempre me consuela, me arropa, me serena.

En este punto en el que hablo de cielo, de serenidad y de presión me acuerdo de la ley de Boyle-Mariotte. Este nombre compuesto se debe a los físicos que la formularon: Robert Boyle y Edme Mariotte. Se trata de una ley muy sencilla que dice que, cuando la temperatura no varía, el producto de la presión y el volumen de un gas se mantiene constante. Esto significa que, en esas condiciones, cuando aumenta el volumen, disminuye la presión, y viceversa: cuando disminuye el volumen, aumenta la presión. Esto ocurre porque las partículas que conforman ese gas (átomos o moléculas), las cuales están en continuo movimiento, al disponer de menos espacio para moverse, tienden a chocar más entre sí y con las paredes del recipiente que las contiene. Esto se traduce en un aumento de la presión.

Es una ley muy intuitiva y fácil de entender porque todos sabemos a qué se refiere. Y no solo a nivel intelectual. Me refiero a que, de alguna manera, la hemos vivido en nuestra propia piel.

A ver, cuando sentimos mucha presión, sea por trabajo o cualquier otra situación personal, ¿no nos viene la sensación de que nos asfixiamos, de que nos falta espacio? El aumento de presión hace que nos sintamos como comprimidos. ¿Qué nos apetece entonces? Buscar lugares abiertos donde poder tomar todo el aire que podamos.

Pues bien, para mí ese espacio amplio que me alivia la presión es el cielo. Bueno, mirar al cielo. Contemplar esa infinitud acrecienta en mí la convicción de que la vida no está para vivirse comprimido todo el tiempo. Vivir en plenitud requiere expansión. Mirar al cielo me recuerda que no estamos llamados a vivirnos estrujados por nuestras insatisfacciones o nuestras preocupaciones; o limitados por paredes que nosotros mismos nos ponemos y que nos impiden crecer. Como el gas encerrado en un espacio pequeño, en nosotros se produce una lucha interna cuando las estrecheces de la vida vienen a visitarnos.

Busca cielo cada mañana. Cada día date una oportunidad. Busca expandirte, traspasar esos límites (culpas, autoexigencias, estrés… estrecheces que nos ocurren en el día a día), o también, por qué no, crecer con esos límites y a pesar de ellos.

«Mirad los lirios del campo, cómo crecen. No se fatigan, ni hilan. Pero yo os digo que ni Salomón, en toda su gloria, se vistió como uno de ellos». No sé si es un atrevimiento, pero ¿no se referiría Jesús a esto de lo que escribo en este artículo? ¿No nos invitaba a no dejarnos atrapar por la angustia, a confiar en quien nos quiere libres y liberados?

«No andéis pues, preocupados (…) pues ya sabe vuestro Padre celestial que tenéis necesidad de todo ello». Aunque suene cursi e infantil, quizás, por qué no, por ello siempre hemos dicho que Dios está en el cielo: para recordarnos, cada vez que lo miremos, su anchura (ay, ahora me acuerdo de mi querida hermana Gloria Jacinta, que me decía eso: «Dios es anchura, mi hija»).

Así que, perdona que insista: busca cielo cada día. O, si lo prefieres, busca a Dios en cada momento.