NO TENEMOS TIEMPO PARA FORMARNOS

La formación permanente es esa espesa capa que recubre nuestra actividad profesional en las organizaciones. De tenerla tan presente y tan encima llega a convertirse en algo enojoso y que no sabemos dónde colocar. La razón es sencilla: no tenemos tiempo. La oferta es múltiple, las exigencias son enormes y las posibilidades escasas.  Quizá haría falta que el cuidado llegara a la esfera formativa para no saturar y quemar expectativas.

Para quitarnos de encima la formación como pesada losa que cae sobre nosotros y ralentiza nuestro ritmo ajetreado por la vida, hemos de reconectarnos con algunas fuentes del acto formativo que, en mi opinión, engarzan con la práctica del cuidado con uno mismo y con los demás. Para ello necesitamos deconstruir la clave del acceso como puerta de entrada a la formación.

La visión formativa desde la clave del acceso parte de aquello que los profesionales deben saber desde un modelo en el que los que “ya saben” depositan conocimientos, técnicas y destrezas en aquellos que aún no saben. Sigue primando el formador experto que comunica su saber. Con el paso de los años, la educación bancaria que denunciara Paulo Freire, sigue ocupando buena parte de nuestro quehacer formativo. Unos saben y otros acceden al saber que carecen.

Existe otro modelo formativo centrado en la clave del arraigo. El arraigo a lo que cada cual es, a lo que cuestiona, a lo que se siente radicalmente vinculado y le hace sentirse vivo y en camino. El arraigo hace referencia en primer lugar a los recursos formativos de los participantes. El concepto recurso está muy ligado a lo productivo y cuantitativo, y así hablamos de abundancia o escasez de recursos objetivamente cuantificables. Pero también recursos son las potencialidades y capacidades humanas; no son recursos dados sino recursos generados, arraigados en las personas y en sus vínculos: las experiencias previas, las buenas prácticas, la creatividad, la sensibilidad, la conciencia de hacer juntos y la ayuda mutua como caldo de cultivo que constituyen de por sí unos pilares formativos formidables. Sobre ellos podemos edificar con fiabilidad.

Esos recursos también tienen que ver con la capacidad de encuentro humano de los participantes y de tejer redes poderosas de acción colectiva, en virtud de los vínculos que se establecen. Sobre ellos vendrán nuevos aprendizajes, procedimientos y conceptos. Pero lo primero no es el artefacto formativo, sino la experiencia previa arraigada en lo visible y en lo invisible de cada quien. Somos tierra nutritiva.

Desde la clave del arraigo hemos de posibilitar una formación que visibilice las necesidades formativas en tres campos de labor complementarios:

  • Conexión con la fuente de sentido del sujeto, que le permita preguntarse “¿desde dónde hago lo que hago?” y lo pueda compartir, sin acudir a lugares comunes, a frases hechas o a convenciones institucionales. Para ello habrá que pausar y silenciar tiempos y espacios singulares.
  • Conexión con el mapa mental del cuidado, para que sea comprendido como paradigma alternativo al de la conquista de lo ajeno, el dominio de la alteridad y el invididualismo ciego. Para ello habrá que desenmascarar las falsas concepciones consumistas e ideologizadas del cuidado bonachón que se nos cuela casi sin querer.
  • Conexión con los instrumentos y herramientas que hagan posible el cuidado docente y el desarrollo de una cultura del cuidado inteligible, viable y sólida. Para ello tendremos que tener paciencia y no construir en falso, es decir, no buscar de manera inmediata unas herramientas que no sabemos con certeza a qué responden.

La complejidad y volatilidad de los tiempos que vivimos exigen sistemas formativos flexibles, abiertos y en permanente estado de aprendizaje sobre la marcha. Lo importante es contar con una estructura formativa combinatoria y relacional, en constante diálogo entre los sujetos afectados y con el entorno, cada vez más inestable y cambiante.  Las fórmulas fijas sirven para poco; hemos de aligerar el peso de la carga y de la responsabilidad de saberlo todo y dar respuesta a todo.  Hacernos cargo de una realidad que se nos escapa exige humildad para reconocer nuestro no saber sin que se nos caigan los anillos. Al mismo tiempo, sería estupendo que reconociéramos tantas experiencias de sentido y de construcción colaborativa del cuidado que, a veces, han surgido casi sin darnos cuenta pero que, al identificarlas, forman parte del primer eslabón formativo de un nuevo aprendizaje.

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