Último domingo antes del miércoles de ceniza, recibo muy temprano una llamada de una amiga para desayunar y andar juntas por el paseo marítimo. ¡Quién se resiste a tan provocadora invitación! El día encapotado de nubes que cubre el cielo, unos rayos de luz tenues abriéndose paso discretamente por algunas «rendijas», reflejándose en las serenas y cristalinas aguas del Mediterráneo. Nos paramos a contemplar y a grabar tan increíble imagen en nuestras retinas e incluso me atrevo a coger el móvil para inmortalizar tan inesperado momento que parece que sale a sorprendernos a nuestro paso. Contemplamos, admiramos y una inmensa paz nos envuelve. Momento-regalo que sin articular palabras lo dice todo; nos habla de cercanía, amistad, amor, camino compartido; momento con sabor a sagrado, a inmensidad, belleza, admiración, verdad y plenitud; momento donde saboreamos la paz y el amor de Dios, dejándonos empapar por esa brisa suave que se estrella en nuestros rostros admirados por tan grandiosa belleza. Momento para agradecer y sentirnos afortunadas por esa puesta en escena de este Dios que nos sale al paso y nos SOR-PRENDE.
Sí, ¿quién se resiste a tan provocadora invitación de Dios para este miércoles de ceniza, donde además coincide con el día de los enamorados? ¿Fechas compatibles o incompatibles? ¿Causalidad o “diosidad?”. Nuestro Dios se adapta perfectamente a cada situación del ser humano para que lo entendamos y acojamos mejor. En este caso se convierte en un Dios juguetón, que le gusta jugar con el tiempo, provocando una simbiosis de palabras, situaciones y momentos. Acabo de leer en un tuit que “celebrar el día de los enamorados es regalar momentos únicos y experiencias en exclusiva”. Así es: tenemos un Dios prendado de nosotros, enamorado de cada ser humano, empeñado en darnos plenitud y veracidad; un Dios que desparrama un amor incondicional y único, “sobre justos e injustos, sobre buenos y malos…” ( Mt 5, 43), un Dios que nos ama, nos consiente y nos regala la «exclusiva» y, además, quiere celebrar el día del amor como mejor sabe: compartiendo momentos, provocándonos anhelos y deseos profundos, haciéndonos proposiciones que van directas al corazón y a lo más hondo de nosotros mismos.
Sí, ese es el sentido del miércoles de ceniza: una nueva oportunidad para volver a ser, un momento único para renovar nuestro sí más profundo a querer vivir nuestra vida con sentido y no a entretenernos con sensaciones baratas y pasajeras que no nos conducen a ninguna parte. La Cuaresma como tiempo donde hay que volver a las raíces, a ese amor primero, a aquellas convicciones que nos mueven, conmueven y promueven.
La Cuaresma como oportunidad para soltar el lastre que nos paraliza, nos asfixia y nos encierra impidiéndonos que salga nuestro ser más nómada que llevamos dentro, poniéndonos en camino hacia una libertad y coherencia más auténticas; sabiendo gestionar nuestros miedos e inseguridades porque sabemos “de quién nos hemos fiado” (2 Tim 1,12). Es una oportunidad para descubrir que la vida no va de aquello que estás dispuesto a ganar, sino que aquello que jamás estás dispuesto a perder.
El miércoles de ceniza, día de inicio, comienzo, principio, día de conectar, reiniciar, renovar, revivir, día de abrazar con más fuerza ese Amor desparramado y prendado de Dios que nos prende, nos envuelve, nos penetra por cada poro de la piel. Ese amor que nos agarra suavemente de la mano para caminar juntos por esta experiencia única de esta Cuaresma.
¿Coincidencia o diosidad?. Decídalo usted mismo, querido lector.