Este relato intenta responder a una pregunta que todos los hombres se han hecho a lo largo de la Historia.
¿Por qué las guerras? ¡La envidia!: “El Señor se fijó en Abel y su ofrenda más que en Caín y la suya. Entonces Caín se enfureció mucho y andaba cabizbajo” (Gn 4,4b-5)
LECTURA DEL RELATO
El hombre se unió a su mujer Eva; ella concibió y dio a luz a Caín y dijo: «¡He tenido un hombre gracias al Señor!». Después tuvo a Abel, hermano de Caín. Abel se hizo pastor, y Caín agricultor (vv. 1-2).
La unión entre Adán y Eva da fruto porque Dios lo desea así.
Los dos hermanos eligen caminos diferentes en la vida.
Caín es el primogénito.
Pasado algún tiempo, Caín presentó al Señor una ofrenda de los frutos de la tierra. Abel le ofreció los primogénitos de su rebaño y hasta su grasa (vv. 3-4a).
Los israelitas ofrecían los frutos de la tierra: era una manera de reconocer que Dios es el dueño de la tierra y de la vida.
Abel va más allá que su hermano y ofrece la grasa.
El autor del relato quiere dejar claro que a Dios hay que darle lo mejor de nosotros mismos.
El Señor se fijó en Abel y su ofrenda, más que en Caín y la suya. Entonces Caín se enfureció mucho y andaba cabizbajo. El Señor le dijo: «¿Por qué te enfureces? ¿Por qué andas cabizbajo? Si obraras bien, llevarías bien alta la cabeza; pero si obras mal, el pecado acecha a tu puerta y te acosa, aunque tú puedes dominarlo» (vv. 4b-7).
Los malos pensamientos hacen infeliz al hombre.
Dios lanza un mensaje de esperanza: el mal puede ser dominado por el hombre.
Caín propuso a su hermano Abel que fueran al campo y, cuando estaban allí, se lanzó contra su hermano Abel y lo mató (v. 8).
Cuando se escribió este relato, los israelitas ya tenían esta ley: «Llevarás a la casa del Señor tu Dios las primicias de los frutos de la tierra» (Éx 23,19).
También conocían el quinto mandamiento: «No matarás» (Éx 20,13).
Caín, por envidia, destruye una vida que es don de Dios.
El Señor preguntó a Caín: «¿Dónde está tu hermano?». El respondió: «No lo sé; ¿soy yo acaso el guardián de mi hermano?» . Entonces el Señor replicó: «¿Qué es lo que has hecho? La sangre de tu hermano me grita desde la tierra» (vv. 9-10).
Dios nunca habla con Abel, pero sí con Caín.
El pecado, todo pecado, es conocido por Dios; le “grita desde la tierra”.
Caín contestó al Señor: «Mi culpa es demasiado grande para soportarla. Tú me echas de este suelo, y tengo que ocultarme de tu vista; seré un forajido que huye por la tierra, y el que me encuentre me matará» (vv. 13-14).
Caín tiene remordimiento de su acto: la conciencia del hombre es la voz de Dios en su interior.
Caín ha desencadenado un proceso de violencia sin fin, simbolizado en el miedo a la venganza.
El Señor le dijo: «El que mate a Caín será castigado siete veces». Y el Señor puso una marca a Caín, para que no le matara quien lo encontrase (v. 15).
Dios castiga a Caín, pero, a la vez, lo protege para impedir la venganza de sangre.
La voluntad de Dios es que cese el proceso de violencia iniciado con el asesinato de Abel.
A pesar de Dios, el pecado ha hecho trizas la relación fraterna.