¿Cuántas veces deben volar las balas de cañón, antes de ser prohibidas para siempre? (Bob Dylan)
A la mezquita de Buenos Aires acudieron hace unas semanas León Gieco, autor del conocido tema Solo le pido a Dios y tejedor de encuentros interreligiosos, con un amigo judío. Son recibidos por un conjunto musical musulmán. Juntos cantan y rezan al Dios que se manifiesta en las distintas culturas; cantan para que la guerra no les deje indiferentes.
Quizá solo cabe cantar y esperar, y que ese sea un primer paso para continuar trabajando por la paz. En estas últimas décadas hemos asistido al declive vertiginoso de esa educación para la paz que pedagógicamente enganchó de modo vocacional a tantos docentes. Feminismo y ecologismo han desbancado sociológicamente a un pacifismo en horas bajas. Y, sin embargo, el nudo del ecofeminismo, a saber, la interdependencia y la ecodependencia, han de ser, igualmente, los pilares de una educación en la paz y no solo para la paz: nos necesitamos unos a otros para generar vida buena en abundancia. Si perdemos el norte de la paz caminaremos directamente hacia el lado más oscuro de la condición humana.
¿Cuántas veces puede un hombre girar la cabeza, y fingir que simplemente no lo ha visto? (Bob Dylan)
Probablemente, desde un punto de vista histórico, las razones de unos y otros (israelíes y palestinos) configuran un puzzle difícil de resolver. Pero sí podemos asomarnos al horror producido por un grupo terrorista palestino en tierras de Israel, y también tenemos noticias de la feroz venganza que está ejerciendo el gobierno de Israel. No podemos girar la cabeza, es difícil aguantar una justificación en medio de esta barbarie. Cuando clamamos por el colapso del planeta por la emergencia climática, en esa pequeña franja de Gaza se produce el aterrador colapso de humanidad entre una población que no sabe dónde huir porque no hay escapatoria posible. Más que una cárcel a cielo abierto, Gaza es un corredor de la muerte habitado por dos millones de personas empobrecidas y extraviadas. Quizá hablar de paz sea defender ese consenso internacional que nos vincula y que denominamos Derechos Humanos.
“Para subir a la paz hay que bajar al dolor”, escribía Gloria Fuertes. El anhelo navideño de la paz pasa por entrenar nuestra capacidad de ser afectados por el dolor de aquellos para los que sobrevivir constituye su día a día. La cultura del odio se ha adueñado de nuestros espacios públicos. Que no sea así en los colegios. Ojalá se pueda hablar de estas cosas en las tutorías, y con la adaptación necesaria a cada edad. Ojalá sea oportunidad para esclarecer que la supremacía, el prejuicio y el desprecio hacia el otro diferente son la antesala del horror y el precipicio que nos conduce a la regresión ética más espantosa. No nos merecemos como humanidad permanecer indiferentes.
Como recuerda Bertolt Brecht el hombre es muy útil, puede hacer muchas cosas y deslizarse hacia los peores abismos, y también tiene un “defecto”: puede pensar. Necesitamos ese pensamiento que construya paz desde el reconocimiento del otro, desde la convicción moral de que te necesito para completarme, y que toda victoria militar es una derrota de humanidad.
Un viejo villancico de Gloria Fuertes indicaba el camino:
—¿Dónde vas carpintero
tan de mañana?
—Yo me marcho a la guerra
para pararla.
Tal vez un primer paso para detener esta atrocidad se dio en Buenos Aires semanas atrás. Cantar y rezar juntos Solo le pido a Dios ha sido un gesto que bien pudiera llegar a miles de centros educativos.
Os dejo con la grabación de este acto interreligioso; al final de la canción se funden las plegarias en dos lenguas distintas, la del hombre judío y la de la mujer musulmana. Son gritos desgarradores que llegan a confundirse en una sola melodía. Como explican al final del vídeo, en ellas ambos utilizaban pasajes de la Torá y de las suras islámicas para decir lo mismo: “Te pedimos perdón”. Del perdón puede brotar la compasión y una mirada descargada de odio hacia el otro.
El perdón nos marca un posible camino de encuentro con la paz que nace del fango de la destrucción, de la violencia sin límite y del deseo de que esto no vuelva a pasar. Que de los centros educativos surja un verdadero compromiso por la paz, sin edulcorarla, mirándola a la cara.