Siempre he explicado Química a mis alumnos recurriendo a aspectos de la vida que les resulten familiares. Creo que la ciencia ilustra mucho acerca de lo que nos pasa en la “vida real”, y de ahí surgió la idea de este blog.
Volviendo a las clases de Química, cuando explicaba a mis alumnos el concepto de saturación, recurría a un ejemplo que les resultaba muy familiar: ¿Qué ocurre cuando uno lleva un buen rato estudiando tal que no le entra más en la cabeza por mucho que se esfuerce? Pues decimos que está «saturado». En las disoluciones ocurre algo parecido: una disolución está saturada cuando no admite más soluto. Esto significa que, si añadiéramos más de este, no podría disolverse y se precipitaría, es decir, se depositaría en el fondo de la disolución, sin disolverse en ella. ¿Podríamos disolverlo de alguna manera? Sí: podríamos añadir más disolvente (más “líquido” en el que pudiera disolverse, como cuando te haces cacao con leche y este, al removerse, se va al fondo y entonces echas más leche), o podríamos calentar la disolución. En este segundo caso es donde podríamos aplicar el término “sobresaturación”: el soluto se ha disuelto en unas condiciones concretas (calentando la disolución), pero en cuanto esas condiciones desaparecen, ese soluto que está “de más” se precipita nuevamente.
Bueno, tras esta parrafada que, espero, no haya sido muy espesa ni les haya dejado saturados como para seguir leyendo, pregunto: ¿Qué cosas les tienen saturados ahora mismo? ¿Qué hay en sus vidas que les haga decir: no puedo con más de esto? A mí, muchas. Y aunque he hecho como con la sobresaturación, cambiar las condiciones para poder sostenerlas con cierta soltura, al final todo vuelve a caer por su propio peso. Todos portamos sobre nosotros “disoluciones que empiezan a saturarse”, a estar en ese límite peligroso que abre la puerta al hartazgo y al cansancio. Demasiados asuntos entre manos, demasiados temas ocupando nuestra cabeza, demasiados deseos, demasiadas incertidumbres, demasiado ajetreo… y poca serenidad para pararnos en lo importante.
A lo mejor se trata de hacer como con las sobresaturaciones: cambiar las condiciones para luego, pasadas estas, ver qué es lo que de verdad permanece y qué de verdad está de más. Y quizás sea ahora, a punto que estamos de comenzar el Adviento, el momento ideal para preguntarnos: ¿Qué sobra de mi vida? ¿Qué debo empezar a medir para no quedar saturada? ¿Qué impide en mí esta espera esperanzadora a la que nos invita este tiempo litúrgico que está a punto de comenzar?
Hay un texto del Evangelio que siempre me ha gustado, tanto que lo incluí como lectura en mi boda. Es ese del capítulo 6 de Mateo, que dice: «Mirad los lirios del campo, cómo crecen, ni se fatigan ni hilan (…) que por todas esas cosas se afanan los gentiles, pues ya sabe vuestro Padre celestial que tenéis necesidad de todo eso. Buscad primero su Reino y su justicia, y todas esas cosas se os darán por añadidura».
Es cierto. Se nos olvida que no somos todopoderosos, ni tenemos la solución para todo, ni que basta con desear algo para tenerlo. Hay veces (o quizás en verdad sea siempre) en que hay que ponerlo todo en manos de Dios. Y no por comodidad o por dejadez. Es por confianza. Porque Él ya sabe lo que necesitamos, lo sabe incluso mejor que nosotros mismos.
Dios es como el punto de saturación. Se llama “punto de saturación” (aviso: ahí voy con otra parrafadita) al momento en que, si añades más soluto a la disolución, este no se disolverá y se irá al fondo, formando un precipitado. Bien, pues Dios es el punto de saturación. Él es quien nos enseña, en toda la barahúnda en la que se convierte la vida, cuándo parar si no queremos perdernos. Nos marca el camino, nos ilumina, nos hace ver qué sobra, que nos conviene y qué no. Yo así lo he experimentado miles de veces. En mis oraciones contemplo el rostro y el rastro de Dios en mi vida y veo su mano amiga en esos momentos en los que me perdí.
¿Qué es lo verdaderamente importante? ¿Qué es aquello que es necesario que se disuelva en nuestras vidas, y qué es aquello que debe precipitarse porque está de más? Cada uno tendrá que averiguar ese “punto de saturación”, ese límite tan necesario descubrir. Pero es importante que lo averigüemos, que nos pongamos a ello.
Que en este tiempo de Adviento que ya llega seamos capaces de quedarnos con lo que importa, de limpiarnos de aquello “que está de más”. Y si nos cuesta o no sabemos hacer esa limpieza, confiar y abrir nuestro corazón, pues Él viene a enseñarnos lo verdaderamente importante de la vida.