Me envuelvo
en tus pupilas
y me recuerdas
a mi esencia y mi desdicha.
Eres polvo entre mis dedos
relato de
largas noches
de exilio
solitario.
PARA SENTIRTE
Sentir la urgencia del compromiso más allá de nuestras fronteras es tan atávico y tan profundamente humano como la huida y la evitación. Enróllate. Envuélvete. Desconcéntrate y da pasos hacia la incertidumbre, el desconcierto y el descubrimiento de la contradicción y la pregunta.
Quizá en esta disyuntiva esté la raíz de vivir una vida llena de encuentros que refrescan la experiencia y nos dotan de nuevas ideas o, por otro lado, nos circundan los recuerdos, lo aprendido y no cuestionado, simplemente asumido desde la emotividad y cercanía vital de la familia, los amigos y tu entorno.
Este verbo habla de tu vida en potencia, en relación con lo que te rodea, te influye y con todo aquello que enmarca tu existencia. Involucrarse es todo eso: enrollarse en el otro, envolverse de su propia realidad y que, en definitiva, tu vida ya no pueda ser la misma. Nada puede ser lo mismo tras el compromiso con las necesidades de alguien que te ha conmovido y puesto en marcha. Puede ser que, en apariencia, nada haya parecido cambiar, pero tú, que has empezado a “gustar internamente de las cosas” sabes que no eres ni puedes ser ya el mismo.
Naciste para encontrar el bien más allá de las fronteras de tu propia comodidad. Es algo que has intuido desde siempre y que tu cuerpo y tu alma conoce, que todo tu ser reconoce en sí mismo. Pero no te hace sentir eso para incomodarte o complicarte la vida o como un mero ejercicio de superación mental o física. Lo siente porque “eres alguien con otros” y “los otros son alguien, también, gracias a ti”. Y lo sabes porque, cada vez que has dado paso hacia la realidad de las personas que sufren, has podido sentirte acariciado o mecida por una extraña sensación de felicidad. No lo puedes explicar pero existe esa verdad en ti.
Podrías optar por “pasar de puntillas por la historia de los demás”, encontrar siempre una explicación razonada y fundamentada desde tus propias gafas para verlo todo y eso tiene una gratificación inmediata: evitar el sufrimiento. Porque para las máximas de nuestra programación social, destinada, en parte, a calmar el dolor y la disonancia, todo tiene una causa y una consecuencia. Y esto nos deja tranquilos, la culpabilidad no existe. Y el dolor tampoco. Ten claro que es una anestesia emocional que cuando interviene, desinvolucra.
Hace 107 años frente a la costa de África el naufragio del Medusa dejó a expensas de su suerte a 150 franceses y francesas. Cada uno de ellos con una historia personal que contar, con una esperanza en una vida mejor y unas expectativas que hoy se adivinan en los cuerpos que claman al horizonte y se levantan pidiendo auxilio. Junto a la esperanza, la desesperanza de un padre que ha perdido a un hijo tal y como reflejó entre 1818 y 1819 el pintor Théodore Géricault. Hoy se encuentra en el Museo del Louvre para recuerdo de la propia desgracia pero también como antorcha que invita a mirar mas allá, más acá, en nuestras propias costas.
Solo desde el propio reconocimiento de la fragilidad, de estar navegando en una embarcación sin timón, con las velas desvencijadas y, tal y como aparece en la parte izquierda de la obra, con la amenaza de olas que nos lleven al fondo, podemos entender lo que pasa hoy, aquí y ahora a miles de náufragos que encallan en nuestro mar, en nuestras playas y en nuestras ciudades. Son los náufragos del silencio y el miedo que nos detiene y atenaza.
Tienes la oportunidad de “enrolarte” en este viaje que hacemos todos hacia la felicidad y la búsqueda del bien. La voz y la visibilidad son tus herramientas diarias. ¡Enrólate! ¡Enróllate, ¡Envuélvete! ¡Involúcrate!
PARA SENTIR
Mira a tu alrededor. Ponle nombre a las personas que ves en los informativos. Trata de encontrar su mirada y pregúntate internamente por su vida. Seguro que desde donde trabajas o vives encuentras cerca a alguien como tú que participa en ONG desde donde puedes aportar algo de ti para aliviar, en algo, el sufrimiento de los demás . Te invito a saludar, a no pasar de largo con la mirada y saludar a las personas que vagan y viven todos los días en la calle. No podemos evitar que las olas vuelquen embarcaciones o que el dolor forme parte de la existencia de todos nosotros, pero podemos acompañarnos en este viaje, en este camino. Como el caracol de la canción de Marta Gómez, el que lleva su casa a cuesta: caminando vamos y ten la certeza de que no estamos solos.
*La imagen es La balsa de la Medusa, de Théodore Géricault (1819), Museo del Louvre, París, Francia.