EL PODERÍO DE LOS VÍNCULOS

Asistimos, con intensa desolación, al inmenso poder que tienen el odio, la venganza y la violencia en los seres humanos. Ojo por ojo nos vamos volviendo ciegos para solo ver lo que ocurre entre los nuestros, quedando oxidados para escuchar el quejido de ese otro que sufre, aunque no sea mi paisano. La educación en la polarización da como resultado dos logros incuestionables: por un lado, cultiva analfabetos emocionales, incapaces de conectar con el sufrimiento ajeno, y, de forma complementaria, forma a personas fanáticas, que hacen del mundo un inmenso escenario donde buenos y malos pelean hasta eliminarse. En la polarización se rompen conexiones y reina la confusión, bajo capa de aparente claridad.

¿Dónde está tu hermano? Es la pregunta reiterativa que golpea nuestro diario vivir. Caín se repite allí donde los seres humanos han decidido prescindir del otro porque resulta odioso o descartable. La desvinculación es la fuente del descuido que conduce a la indiferencia o a la locura de la guerra, ese acontecimiento donde todo se pierde, empezando por la dignidad de los inocentes. Si el mal es fruto de la ignorancia, como insinuaba Sócrates, quizá desconozcamos que son los vínculos aquello que nos reconduce como especie biológica interdependiente. Y esa ignorancia nos encamina al horror en su máxima expresión.

No estamos hechos para el odio, sino para el amor, grita Antígona. La fuente del actuar humano radica en esa búsqueda de plenitud que -ya de partida- sabemos solo se transita de la mano de los demás. Es la misma realidad interconectada la que nos pone en situación: no solo vivimos en un mundo presidido por las relaciones, sino que son los vínculos del cuidado los que nos preceden y hacen posible ese maravilloso ejercicio de ser y hacernos personas cada día. Por eso, el cuidado no ha de entenderse desde la clave de un valor más que hay que atender, sino desde el pilar de las relaciones que nos constituyen como personas.

Relaciones de cuidado, solicitud y atención ante quien tengo al lado. Relaciones presididas por el reconocimiento del otro distinto de mí, que piensa diferente, que no forma parte de mi grupo; pero que es tan otro como el aire que respiro. Lo otro siempre me precede y no soy su dueño, sino su compañero de camino, aunque lo transitemos por senderos diferentes. Cuidado, en definitiva, es eso: un precioso compañero de vida que nos convierte a unos en paisanos de otros. Aunque hayamos nacido en distintos lugares nos queda la constatación radical de que todos somos seres humanos.

Si el núcleo del cuidado en todo lo que ponemos son los vínculos que nos preceden, podríamos afirmar que existe un cierto poder de los vínculos en cada uno de nosotros como capacidad de atracción y de proyección. Hay un poder que no es avasallador ni invasivo. Me gusta hablar del poderío de los vínculos. La acepción poderío nos informa del vigor o de la fuerza grande de algo. Eso son los vínculos que tejemos en las organizaciones sociales. Los vínculos bien trenzados forman una suerte de robustez de conjunto entrelazada desde la fragilidad de cada una de las piezas, desde los hilos que nos representan a cada una de las singularidades. Ese poderío no tiene precio.

Las jóvenes generaciones se encuentran poderosamente interconectadas. Las redes les permiten asomarse a mundos inéditos y también se exponen a riesgos no calculados. Si bien la cultura digital ha venido para quedarse, ello no impide que procuremos reorientarnos -como comunidad- hacia el hallazgo de los vínculos que aportan un horizonte de vida buena y de una convivencia justa en medio de la diversidad que somos.

El poderío de los vínculos cuenta con una prueba de verificación enormemente relevante: el lazo del vínculo se confirma en el nudo de la responsabilidad que asumimos con esa persona a la que me encuentro vinculado. Crear comunidad humana es generar una comunidad moral donde los vínculos no sean solo una forma de detectarnos y nombrarnos sino un proyecto ético compartido y viable: un proyecto de convivencia justa y pacífica que hemos de actualizar día a día. En efecto, el vínculo no solo nos implanta de una cierta forma en la realidad, sino que nos lanza a vivir de una determinada manera, sin pisarnos y cuidándonos. Solo así haremos que sea posible una vida vivible en un mundo habitable. Solo así evolucionaremos.

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