DE NUEVO, EL DIÁLOGO FE-CIENCIA

El pasado miércoles me hicieron una entrevista muy interesante. Se trataba de un programa en el que se conversaba sobre cómo hoy en día las personas buscamos ese “algo más”, ese qué hay detrás de todo esto, qué misterios se ocultan en el mundo (fuera de él). Hubo quien habló de lo paranormal, de vida extraterrestre, de profecías… Luego estuvimos los que hablamos de parte de la ciencia y la religión, y ahí entró una servidora.

El propósito de este artículo no es contar que he salido en la radio. Lo que me gustaría retomar en estas líneas es el diálogo fe-ciencia. Un diálogo entre dos saberes tan aparentemente opuestos, en el que creo y que defiendo a capa y espada.

Aún hay que defiende que ambos campos no tienen nada que decirse, aparte de los reproches que pueden hacerse: una, empeñada en desmentir la existencia de Dios a través de pruebas, análisis y experimentos; la otra, aferrándose a la lectura al pie de la letra más que a un lenguaje simbólico que habla de algo más que de lo que la palabra escrita dice. Todavía andamos en estas cosas: una metiéndose en el campo de la otra, como el diálogo (el de cualquiera, el que ocurre entre las personas incluso) fuera más bien un debate y no un deseo de conocer al otro y darse a conocer, de abrirte a otras opiniones, de buscar puntos en común.

Buscar puntos en común, eso es. Y en eso es en lo que yo creo: que es posible encontrar un terreno en que ciencia y fe puedan entenderse, que no explicarse la una a la otra. Ese terreno compartido en que ambas coinciden en que faltan las palabras para hablar de lo que representan, o que estas no son más que simples instrumentos, meras aproximaciones o conceptos limitados que no son capaces de explicar fielmente todo el misterio/Misterio que nos rodea y que también nos supera. Un terreno donde el asombro, la fascinación, la belleza, el estremecimiento son compartidos; donde el horizonte es el mismo: la búsqueda de la verdad, la respuesta a qué somos, para qué estamos aquí, el por qué de nuestra existencia.

Me emociono al escribir sobre este hermoso diálogo, lo reconozco. Mientras tecleo a toda velocidad, noto que el corazón se me ensancha porque creo firmemente en todo lo que escribo, porque la vida es tan grande que compartimentarla es faltar a su grandeza.

Creo que poner cotas a la ciencia es imposible. Nadie puede limitar su apertura, su pregunta constante, esa curiosidad que nos ha llevado tan lejos, esa humildad para cuestionarse y para asumir que lo que hoy sabemos, mañana quizás sea una equivocación por nuestra parte, o menos de lo que creíamos saber.

Y también creo que, si existe un Dios, si existe un Misterio con la generosidad de crear (vayamos más allá del relato de la creación y su lenguaje mitológico), no quiera que su obra sea completa, poniendo barreras a su capacidad para realizarse y sacar lo mejor de sí. Nadie quiere que aquello que salga de su mente creativa no sea el reflejo de un movimiento interno de vida, generoso, perfecto ante sus ojos, porque surge del deseo de darse y compartir.

Tanto para la ciencia como para la fe, la actitud de apertura es fundamental. Así como lo son la certeza de que no hay certezas, de que aún hay un misterio/Misterio que, juguetón y fascinante, espera a ser descubierto. Porque ese es su deseo: ser descubierto, pero sin ahorrar nuestros pasos.

Que la búsqueda y el diálogo no se acaben, por favor.