Cuidado y liderazgo sanador se reclaman mutuamente. Puede resultar novedoso hablar de un liderazgo sanador en el mundo de las organizaciones; un liderazgo que se zambulle en la fragilidad como realidad quebradiza y valiosa, al mismo tiempo. El kintsugi es una técnica centenaria de Japón que consiste en reparar las piezas de cerámica rotas y que ha acabado convirtiéndose en una filosofía de vida. Frente a las adversidades y errores, hay que saber suturar cicatrices. El cuidado desarrolla la salud entendida como capacidad de generar bienestar de modo integral.
A la salud biológica el cuidado incorpora buena parte de la salud biográfica: con qué valores te mueves, cómo te diriges al otro, de qué manera encajas un fracaso, cómo respondes ante el fallo del otro, y tantos detalles que modelan las relaciones entre personas. El mensaje que nos dirige el liderazgo sanador es: promueve las competencias blandas como arte para construir tramas relacionales sanas.
La educación se nutre tanto de contenidos y técnicas como de sabiduría, de arte y de competencias relacionales. Se conocen como competencias blandas, en el argot académico. Pero yo las denominaría competencias hondas. Porque no las hallamos en una app descargable en el móvil, sino que nacen del hondón de lo humano, de la entraña del cuidado que nos constituye.
La ternura, la sensibilidad, la escucha, la empatía, la resiliencia o la creatividad son competencias fundamentales para articular una vida con sentido y para gestionar los cambios organizacionales. Se conjugan con verbos como mirar, escuchar, consolar o dialogar. Esa competencia honda sale al exterior como sabiduría. Por eso, quizá, la esencia de la educación está emparentada con la sabiduría del cuidado. El liderazgo sanador será creíble si parte de una aceptación incondicional de la persona. Y ha de saber escuchar a todos, no solo a los que le aplauden.
Paradójicamente, las competencias blandas contribuyen a educar personas sólidas en un mundo líquido. No personas duras e inflexibles, sino todo lo contrario. Son personas con fundamento en su ser y en su proceder, especialmente en la articulación de relaciones que intensifiquen lo humano y se alejen del trato áspero.
En todo proceso de transformación lo que hay que conservar es siempre el sentido de comunidad. La convivencia no será un objetivo sino un proceso en marcha, sujeto a conflictos y heridas. La transformación organizacional solo sucederá si modificamos la calidad de nuestras relaciones creando vínculos sanos y condiciones de vida y acción que nos permitan apoyarnos y sostenernos unos a otros. Sabemos que buena parte de los problemas organizacionales proceden de relaciones y ambientes tóxicos abandonados a su suerte.
Por eso el liderazgo sanador es un constructor de puentes, conoce el conflicto y media, optando por medidas restaurativas y no punitivas. Su empeño no es quedar bien sino extraer aprendizajes éticos y sanadores de los conflictos. Por eso entiende la convivencia como un frágil tesoro del que aprendemos cada día, y entre todos necesitamos protegerlo. En un cuerpo social plural y diverso, la convivencia no puede convertirse en un objetivo teórico por el que empeñarse, sino un aprendizaje experiencial que parte de nuestra convivencia real.
También quien lidera desde el cuidado es un sanador herido. Se sabe vulnerable y consigue hacer de esa vulnerabilidad un puente de humanización de las relaciones. Porque ha sufrido pérdidas, sabe acompañar en el duelo; porque ha sufrido desgaste vital, conoce los avatares del cansancio y la fatiga del educador; porque ha tocado fondo, acierta a estar cerca de quien cree haber perdido la vocación docente.
El líder sanador se aparta de la mentalidad de la superación de dificultades, como si la vida fuera una carrera de vallas permanente. Más bien busca integrar, reconocer y aceptar las propias heridas como expresión de una condición humana frágil, que a su vez contiene un gran poder humanizador. Un poder que no es control ni mando, sino capacidad de incrementar humanidad en medio de la zozobra. El liderazgo sanador constituye una suerte de saber sapiencial donde la fragilidad humana se torna en un valor humanizador. El liderazgo sanador despierta de la inhumanidad que a veces habita en nuestras organizaciones y abre la puerta a los valores éticos como medida de la acción.
Por todo ello, el liderazgo sanador se encuentra cerca de las necesidades humanas más hondas y allí su influencia es altamente nutritiva. Cuando sabemos que casi todo nos lo jugamos en las relaciones bien está que el liderazgo sanador atempere, cuide y fortalezca los vínculos que promueven bienestar.