Los exilios son los asilos de las palabras

que no germinaron,

son los lugares sin cuerpo

sin tiempo ni espacio

donde mi corazón reposa.

Los asilos son los exilios de las pasiones

que sí fueron,

son los tiempos sin espacios definidos

donde mi mente

vuela.

Cuando acontece el llanto se acepta la despedida. Algunas veces te cuesta llorar porque todavía retienes en ti la esperanza de que las cosas no sean como son en un momento determinado. Por eso contienes la respiración, aprietas los dientes y gritas, aunque sea por dentro, para protestar por todo aquello que te desarma: un agravio, una falta de amor, cuando te sientes injustamente tratado, una separación, la enfermedad o la misma muerte. Cuando eres capaz de soltar el llanto, cuando tus lágrimas recorren tus párpados y tus mejillas y te conviertes en un niño pequeño desvalido y frágil aceptas entonces que tú ya no eres el sujeto, que la vida con mayúsculas es la que dicta los aconteceres, los tiempos y los encuentros.

Tu vida está llena de descubrimiento, de amaneceres y de colores que te sorprenden y que te atan a lo sensible sea visible o no. Tu vida está llena de despertares, de amores que se fueron trazando y entrelazando a lo largo de horas, noches y días transitados juntos. Parte de nosotros está hecha de otros que tienen rostro, cuerpo y presencia en los momentos importantes de nuestra vida. Pero es urgente que veas el milagro que eres y que percibas de una manera clara toda la riqueza que te constituye. Quieres, te quieren, das y te dan pero, en realidad, no necesitas de nadie para existir y ser. Ya eres, ya existes.

Si eres consciente de que estás aquí de viaje, de paso, tal y como lo hicieron tantas y tantas generaciones antes que tú, serás capaz de saberte frágil y convergente en este espacio y en este tiempo concreto. Somos colectivo, pero sin la existencia de tu individualidad no existe lo colectivo. Amas, pero no necesitas amar para ser; te aman, pero no necesitas que te amen para vivir. No esperar, no necesitar nada te prepara para entender la despedida, no como una tragedia en el camino sino como una parte constitutiva y esencial para el devenir que somos.

Por eso despedirse constituye uno de los aprendizajes y de las experiencias más profundas que podemos saborear en este tiempo que estamos aquí.

Uno de los ingredientes fundamentales del placer es la temporalidad. Concienciarnos de la brevedad del tiempo nos obliga a exprimir con fuerza e intensidad todas las cosas. Por eso saber decir “adiós” es prepararse para decir nuevos “holas” para así abrirnos a la livianidad de nuestra pequeña historia personal. Despedirse significa dejar que la ausencia exista para que se llene de otra realidad, de otro pensamiento, de otra persona y pueda advenir otra situación nueva. Sin despedida no hay posibilidad de cambio y crecimiento.

Despedir no es fracturar y es, en esos momentos de desencuentro con las personas, cuando se necesita, para que tenga un sentido proyectivo y no destructivo, de una gran dosis de generosidad, porque es, en definitiva, dejar ir, respetar la voluntad de otro incluso a rechazarte. Obliga a soltar, permitir que las personas se desaten de uno mismo y puedan caminar sin ti.

Y a veces las despedidas están llenas de presencia para siempre en nosotros cuando las personas mueren y nos dejan con el vacío de su voz, de su risa y de su abrazo. Si has tenido el privilegio de despedirte de algún ser querido en ese momento has experimentado, aparte del hondo dolor, la certeza de tenerlo siempre contigo sabiendo que te acompaña, que te sigue escuchando y que te sigue mirando con los mismos ojos de amor con el que siempre has sido mirado.

El cuadro de Max Beckmann de 1942 en pleno exilio en Ámsterdam te abre a la conciencia de la fusión que supone la despedida cuando es asumida como parte inevitable de los acontecimientos. Dejar la propia tierra para, cinco años más tarde, alejarte de ella poniendo un océano de por medio nos muestra que las despedidas, a menudo, suelen ser graduales. Solo unos años más tarde Beckmann sabrá que son necesarios los Ámsterdam intermedios para llegar a los Nueva York finales.

Pero también hay que saber despedirse de aquello que hoy te causa dolor e inquietud y desasosiego. Es importante que lo reconozcas en tu día a día y que seas capaz de nombrar el miedo a no a no ser amado, a no ser reconocido, a no ser aplaudido, a no ser aceptado… y tantos y tantos miedos que te conforman y con los que te has confrontado. Hoy toca plantarte delante de ellos y despedirte también de la necesidad de controlarlo todo: en lo profesional, lo familiar, lo relacional e incluso en la misma salud. Si te despides de ti como sujeto activo serás capaz de reconocer que la Vida actúa y que tú formas parte de ella.

Lo más interesante de las despedidas es que, la mayor parte, son internas y, en el fondo, no necesitan de la ausencia de nada ni de nadie.

PARA SENTIRTE

Siéntate cómodamente en tu cojín de meditación o en tu silla favorita delante de tu escritorio y trata de encontrar un momento de calma en tu respiración y en tu postura corporal. Trae al presente de tu conciencia los nombres de aquellas personas que han pasado por tu vida y y que ya no están por una u otra razón. Sobre todo, de aquellas de las que te hayas alejado. Hoy eres capaz de ver que, gracias a la distancia que tomaron contigo o que tú tomaste con ellos, has crecido, te has esponjado, te has renovado y vas a seguir haciéndolo. ¿Eres capaz de sonreir hoy a un desencuentro o una despedida que hayas tenido recientemente? Tú, si quieres, puedes hacerlo, no desde la sensación del abandono descarnado sino desde el reposicionamiento constante al que estamos abocados para seguir viviendo.

PARA SENTIR

Te invito a que dejes ir, a que permitas que las personas se alejen de ti porque así lo necesitan. Te invito a no exigir, a no juzgar, a no esperar, para permitir que el flujo del ciclo interno de las cosas continue haciéndonos cada día más huecos, para que así te puedas llenarte de la presencia del infinito dentro de ti que eres finito. A vaciarte para llenar.

PARA ESCUCHAR

*La obra citada es Despedida, de Max Beckmann, Museo Thyssen-Bornemisza, Madrid, España.

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